Cuando en la Nueva España se descubrió realmente plata fue en el año 1552. Fueron andaluces los españoles que hicieron posible una de las mayores actividades económicas conocidas en la edad moderna. Con ella, España conseguiría las fuentes de donde emanaría el más grande poder político que en el siglo XVI hubiese soñado siquiera reino alguno. El onubense Alonso Rodríguez de Salgado llegaría en 1534 a la Nueva España. Dos años después alcanzaría las estribaciones de la Sierra de las Navajas, en la extraordinaria cordillera de la Sierra Madre Oriental, que zanja casi todo el territorio mexicano de norte a sur por su parte más central.
Allí, años después -en 1552-, Rodríguez de Salgado amanecería con su ganado en una mañana especialmente fría. Decidiría encender un pequeño fuego para calentarse, y, al acabarse la fogata, los restos habrían despejado el suelo de maleza y descubierto unas curiosas piedras oscuras. La plata refulgiría así, brillante, entre las costras minerales que la recubrirían. El mineral argentífero sería por entonces la única razón de ser ya de la pequeña población de Pachuca de Soto. Pero la excelente prestancia de la plata estaba rodeada de escoria, de restos petrificados que ningún valor poseía. Así que no fue hasta que el sevillano Bartolomé de Medina llegase a México en 1554 y, en las minas de Pachuca, descubriese la forma -desconocida del todo por entonces- de separar la plata de los restos de mercurio que servirían para limpiar el preciado mineral.
La Sierra de las Navajas, en el estado mexicano de Hidalgo, las visitaría siglos después el naturalista y geógrafo Alexander von Humboldt en 1803, y las acabaría llamando Sierra de los Cuchillos por los abundantes yacimientos de obsidiana. La obsidiana es una roca volcánica vítrea, y que se forma de la solidificación rápida del magma expulsado por los volcanes. Todas las culturas mesoamericanas utilizaron esta piedra para sus útiles, resultando especialmente eficaz por sus afilados bordes, producidos éstos por la extraordinaria fragmentación que sus propiedades le permite. Una leyenda azteca cuenta como, una vez, una amante enamorada -llamada Xochitzol, flor de sol- de un guerrero subiría a lo alto de una montaña y comenzaría a llorar sin parar. Uno de los dioses le preguntaría entonces por qué lloraba. Y ella le explicaría que trataría así de que sus lágrimas fuesen como un faro de luz que guiase a su amado hasta ella. Y fue entonces cuando los dioses convirtieron sus lágrimas en maravillosa obsidiana.
La obsidiana se convertiría en un material imprescindible para los pueblos mexicas. Su utilización sangrienta -cuchillos afilados para los sacrificios humanos- se completaría con los magníficos objetos labrados de artesanía y de ornamentación decorativa más hermosos y durables que pueblo alguno haya poseído jamás. Cuenta otra leyenda prehispánica que la vida de los primeros hombres era muy dura y difícil. Debían luchar contra las bestias y los animales salvajes para poder alimentarse y sobrevivir. En cierta ocasión debieron salir todos los hombres a cazar, dejando a las mujeres y a los niños solos en la cueva. Estos estaban a cubierto en su refugio, pero sin armas. Y sucedió entonces que un grupo de hienas feroces atacaron la cueva. Pero el pequeño hijo de uno de aquellos guerreros, Obsid, tomaría del suelo una filosa y negra piedra, la ataría a un palo, y, a modo de lanza, se enfrentaría así a los depredadores. Acabaría recibiendo los honores de la tribu, y, en su honor, aquella piedra recibiría su nombre.
Los españoles comercializaron las riquezas de la Nueva España entre los siglos XVI y XVII. Los privilegiados canónigos, como el sevillano Justino de Neve, dispondrían de intereses y rentas de las minas mejicanas de entonces. Este sacerdote español iniciaría a mediados del siglo XVII una relación profesional de lo más fructífera con el mejor maestro pintor barroco de la ciudad hispalense. Murillo entonces lo retrataría incluso, agradecido por contratarlo para sus obras en la Catedral metropolitana y en diversas iglesias de la ciudad. Así que, un día, le trajeron a Neve de aquella Sierra Madre trozos de piedra de obsidiana. Con ellas le pediría a Murillo que las utilizara para plasmar así su prodigioso Arte maravilloso. El gran pintor barroco español no lo dudaría en absoluto, y crearía de este modo las únicas obras maestras barrocas sobre obsidiana de toda la Historia del Arte universal.
(Fotografía del volcán Popocatepelt, Estado de México, México; Imagen del Parque Nacional de El Chico, Sierra Madre Oriental, Estado de Hidalgo, México; Obra Sacrificio en noche de Obsidiana, 2007, del pintor mexicano Joaquín Martín Rojas Hernández, México; Imagen de una Obsidiana verde; Óleo sobre obsidiana -el creador utilizaría las vetas naturales de la piedra para simbolizar los rayos celestes y divinos- La oración en el huerto, 1685, Murillo, Museo del Louvre, París; Óleo sobre obsidiana Natividad, 1670, Murillo, Houston, EEUU; Imagen de una piedra de Obsidiana volcánica.)