En mi agenda hay una tarea recurrente que vuelve a mi cada día 1: la revisión de gastos e ingresos del mes anterior. Estas mediciones son una actividad clave para mi negocio. A nivel fiscal esta revisión me ayuda de tener todos los números a mano cuando toca la declaración trimestral. A nivel estratégico me ayuda a definir en qué tengo que poner mi atención este nuevo mes. Y a nivel práctico me indica cuánto he ganado y gastado el mes anterior (puesto que estas cifras varían cada mes).
Es una tarea simple que no me toma más que media hora. Y aún así, cada mes mi cerebro se resiste queriendo aplazarlo una y otra vez. Hay una parte en mi que tiene miedo a revisar las cuentas - como si mi autoestima dependiera de mi saldo de cuenta.
Tengo miedo a descubrir que los ingresos han bajado. Tengo miedo a darme cuenta que algún proyecto no ha funcionado. Tengo miedo a esta sensación de fracaso que siento cuando me comparo con otros que tienen más éxito que yo (y curiosamente nunca me comparo con personas que tienen menos éxito). A nivel teórico sé que mi valor no se mide por el número de transacciones realizadas este mes. A nivel emocional quiero esconderme en algún rincón.
Resulta que el problema no es el saldo final. Mi cerebro tan acomodado tiene miedo a que se avecinan cambios.
El miedo a la mejora (léase, el cambio)
"Lo que no se mide no se mejora". Es una frase muy popular ( de origen incierto) en los círculos de productividad y gestión de calidad. La idea es simple: para mejorar alguna variable en tu negocio o tu vida, tienes que asignarle números concretos y revisar estos números en intervalos regulares.
Este conocimiento te permite tomar decisiones informadas e introducir los cambios necesarios para mejorar este aspecto de tu vida o tu negocio. Necesitas saber cuántos libros has vendido para poder evaluar el impacto de tu campaña de márketing. Necesitas saber cuántas palabras has escrito para saber cómo avanza tu libro. Tienes que saber cuántas veces has llamado a tu madre para saber si estás cumpliendo con tu promesa de darle prioridad a tu familia.
Y aquí empieza la rebeldía de tu cerebro. Él sabe que en caso de que no estés de acuerdo con los números, querrás cambiar algo. Aunque te gusten los números, a lo mejor querrás mejorarlos aún más, ahora que sabes por donde vas. Solo hay un inconveniente: "cambiar" a nivel neuronal implica trabajo, mucho trabajo para tu cerebro. Y ya sabes lo creativo que es tu cerebro para evitar actividades "innecesarias".
Ojos que no ven - cerebro que no tiene que cambiar nada
Medir no es lo mismo que implementar. Sin embargo, la medición es el paso previo a la implementación, porque te permite definir objetivos reales. Si no quieres actuar, si necesitas una razón para quedarte inmóvil, la mejor estrategia es postponer las mediciones. Tu te sientes (más o menos) bien porque sigue en tu lista de tareas y tu cerebro se ha librado del gasto de energía. Cuando tu cerebro dice "mañana" quiere decir "nunca jamás" sin herirte.
¿Cómo puedes salir de esta parálisis? La clave está en enseñarle al cerebro que no toda medición resulta en una actividad frenética para su preciosa red neuronal. Cuando registro mi sesión de meditación diaria en Way of Life no pretendo cambiar nada, solo quiero asegurarme de no olvidarlo. Cuando registro los tiempos de lactancia de los mellizos en Good Baby no pretendo interferir con la lactancia a demanda, solo quiero recordar quién tomó de cuál pecho la última vez.
¿Y mi revisión mensual? Decidí entrenar mi cerebro a mirar las cuentas sin presión estratégica. Cada día me tomo cinco minutos para abrir las cuentas, mirar las entradas y salidas y volver a cerrarlas: sin presión y sin necesidad de actuar. ¡Funciona! Mi ansiedad al final de mes se ha reducido bastante.
¿A qué mediciones te resistes en tu día a día? ¿Por qué?