El miedo, ese sentimiento tan dañino, nos bloquea y anula para no actuar.
Un día mi sobrina pequeña me dijo que no quería ir al baño sola porque tenía miedo de las sirenas (no me preguntéis porqué: evidentemente yo tampoco lo entiendo). Después de explicarle que las sirenas no eran malas, y que en cualquier caso no solían encontrarse en los baños, me preguntó por qué los mayores nunca tenían miedo.
Le expliqué alguna cosita que su intelecto pudiera digerir para tranquilizarla, pero no le dije una gran verdad: que los mayores no siempre están exentos de miedos, al contrario, que en los mayores habitan muchos miedos, aunque éstos sean distintos de los de los niños.
¿Y qué es el miedo? El miedo es la anticipación de un hipotético resultado negativo. Es decir, ante una situación nos imaginamos la peor de las posibilidades, la damos por hecha, por realizada, nos bloqueamos y nos ponemos de los nervios.
Lo peor del miedo es que te impide vivir la experiencia (es decir, te impide crear la experiencia) y te impide experimentar el hipotético resultado positivo de la experiencia. En definitiva, te impide vivir y te ofrece una fantástica excusa para permanecer al margen de todo, para evitarte el contacto con la vida. Para evitarte vivir.
El miedo es el enemigo de la vida
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