Los que tributamos en el Reino Unido pagamos los 10 millones de euros que costaron los actos con los que se festejaba aquel día el 60 aniversario de la reina de Inglaterra en la poltrona. Era un sábado de finales de mayo. Hacía uno de esos días primaverales que los ingleses llaman four season in one day, en los que en veinte minutos resplandece el sol, llueve, hace un frío del demonio y vuelta a empezar. Y la lluvia cuando estás fuera bien puede servir para ahuyentar la morriña, pero moja igual, así que echamos a correr buscando un techo y lo encontramos bajo los pies de Sir Robert Geffrye. Había sido alcalde de Londres a principios del siglo pasado, y su figura de bronce preside la puerta principal del Geffrey Museum, en el corazón canalla del East London. La entrada es gratis. En estos coquetos y pequeños museos ingleses, en los que un cambio es un trauma, lo normal es encontrarse con los mismos personajes: Anthony Hopknis en la recepción, padres tirando del carrito del niño, señoras muy mayores con gabardina, gafas de muchas dioptrías, paño de flores en la cabeza y deportivas en los pies, y un profesor universitario. En el que nos ocupa, el Geffrey Museum, la idea central es mostrar la evolución de los espacios comunes en la vivienda de las clases medias urbanas inglesas, desde 1600 hasta hoy. Que ya es algo
Las clases medias. Se suele decir que es un concepto sociológico aplicado a un grupo de personas de nivel social y económico medio, ni mucho ni nada, al que le precede la clase baja y al que le sucede la clase media-alta. Hoy en día la diferencia entre clases se debe, en buena parte, a la diferencia de oportunidades que el mercado le ofrece a cada grupo dependiendo de su capital y de su función estructural en las relaciones de producción, o para entendernos, de explotación. En el Geffrey Museum nos conocumos una parte de la vida de la clase media pequeño burguesa inglesa, heredera en parte de la nobleza media medieval y de los freeman, los hombres libres, aquellos que no eran propiedad de ningún señor feudal, y que tenían derecho a ganar dinero y poseer tierras. Hombres y mujeres que hicieron negocios por libre, que fueron abogados y médicos, y que en el siglo XIX incluso llegaron al gobierno. Influyeron, como una versión menor de la clase alta, y con la pretensión de emularla, en la moralina victoriana, pero con valores propios, que también se reflejaron en diseños y formas que aquí se muestran.
El museo se inauguró en 1904, que es el mismo año en el que transcurre el Ulysses de Joyce, celebrado estos días en el Bloomsday, el día en el que los pubs de la capital inglesa sirven el mismo menú que suele comer el protagonista de la novela, Leopoldo Bloom. El edificio antes era una pensión de lujo con enfermería, cocina, y amplios jardines llenos de plantas aromáticas traídas de las colonias, y que aún mantienen. Shoreditch, el barrio donde se encuentra, sufrió un aumento de población exponencial con la llegada de la industria manufacturera a comienzos de siglo, el conjunto se reutilizó y la pensión fue trasladada al Oeste. Hoy aquellas antiguas fábricas están mayormente ocupadas por galerías y estudios de artistas que llegan buscando luz y espacio.
La primera sala cubre el siglo XVII. A mediados de siglo abre el primero coffee shop en Londres y nace el espacio llamado hall, una palabra que adoptamos nosotros después. Es el lugar para cenar, casi siempre con la pared en madera y con una mesa robusta en el centro. Entonces Londres ya era la ciudad más grande del mundo. Los periódicos empezaban a tener una popularidad desconocida: informaban de las noticias de las guerras de fuera, de los detalles de los barcos que llegarían y del precio del grano. El padre de familia lo leía en voz alta en el hall, alrededor de la mesa, para toda la familia.
La familia va haciendo más dinero y necesita un espacio más grande para meter más muebles, así surge el parlour, una ampliación del hall. La decoración ya es más elaborada, será un lugar de ocio. Aparece el reloj de pared, el símbolo de la regulación vertical del tiempo que diferencia, manda carajo, el working day del home life. El parlour es el espacio para recibir, para almorzar, y para tomar el té, con pan y mantequilla. Los ingleses beben cada día 3 tés de promedio, unos 75.000 en toda una vida.
En la sala del siglo XVIII muestran la llegada e influenza del clasicismo en los hogares ingleses. Una revisión de Palladio reflejada en unos espacios más regulares y con el enfásis que da siempre poner una columnita clásica en el salón, siempre que no vaya acompañada de un neón en la entrada. Entra la luz, y también las alfombras con volutas y ribetes, las cerámicas y el papel pintado. Se considera el origen del tapete encima de la tele de casa de la abuela.
En 1833 se hace ilegal que los menores de 9 años trabajen en fábricas. En este siglo se mantiene la dimensión del ahora llamado livinig room. Se produce un boom de productos manufacturados, y nacen los muebles montables para aprovechar mejor el espacio. Se añade el escritorio, en plural, habrá uno para el hombre y otro para la mujer.
El siglo XX, en el que se inventó el tractor y en el que tú naciste, está contado a través de un salón que podría estar sacado de la primera temporada de Mad Men. Muestran, con acierto, la influenza de fondo del Arts & Crafts y del movimiento moderno en el diseño habitacional. Las nuevas preocupaciones por la higiene y la salud transforman el espacio en líneas simples y en una abstracción domesticada. Y por otro lado los escandinavos traen nuevos colores y texturas. Traerán también más tarde los manuales de instrucciones imposibles.
Salimos y en Kingsroad un grupo nos invitó a un picnic para celebrar lo de la Reina. No probé bocado, por la República. Y porque había desayunado fuerte.