El fenómeno de la Revolución industrial (1760-1850 aproximadamente) y el sistema de organización político-social que nace con ésta, el Capitalismo, constituyen probablemente los hitos más transformadores y decisivos en la historia de la humanidad, en cuanto a que supusieron un cambio radical en la organización de las formas de vida de las sociedades, en base a distintos modos de producción y de distribución.
Si adoptamos un enfoque global e histórico, además de objetivo y riguroso, no podemos negar que estos cambios han auspiciando siglos de continuado progreso material, crecimiento demográfico y mejoras en las condiciones de vida de la humanidad, lo que ha supuesto la prosperidad de las masas de una forma sin precedentes.
Ante la magnitud de estos cambios nace la Economía Política, cuya principal razón de ser estriba precisamente en el intento de analizar, comprender y problematizar la Revolución Industrial y el Capitalismo.
El capitalismo acabó con las formas medievales de organizar la producción y la distribución; en otras palabras, las leyes y regulaciones feudales fueron siendo sustituidas, de forma paulatina y hasta cierto punto espontánea, por abstractas reglas de mercado o "leyes económicas".
De este modo, podemos afirmar que las obras de los primeros "Economistas" suponen un esfuerzo científico por averiguar si el capitalismo está regido por un conjunto de leyes que permiten la reproducción y el progreso material de la sociedad y, en el caso de que así sea, en descubrir y describir el modo particular en que estas leyes operan. Este fuerzo científico pretenderá demostrar que estas leyes actúan más allá de la voluntad y de los objetivos conscientes de quienes intervienen en el proceso productivo; al fin y al cabo vendrían a ser leyes de la naturaleza humana que operan incluso a espaldas de los individuos -como guiadas por una mano invisible-. En otras palabras, el nacimiento de las ciencias económicas parte de la hipótesis de que las comunidades económicas están regidas por una serie de leyes humanas cuyo funcionamiento y efectos son desconocidos y están fuera del alcance de los propios humanos, y se propone identificar y comprender estas leyes.
En el primer párrafo de la obra, Smith sostiene que el trabajo es la fuente exclusiva de la riqueza de una comunidad: "el trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida y que anualmente consume un país."[1] El trabajo es la única fuente de riqueza, y como tal es también el único factor que rige y determina el intercambio (el comercio), y por lo tanto los precios, a los cuales Smith se refiere como "valor de cambio": las relaciones de cambio están gobernadas por las cantidades de trabajo contenidas en cada mercancía.
Esta ley, posteriormente denominada por la literatura ley del valor-trabajo, es, según Smith, la ley fundamental que rige los designios económicos de la humanidad: "Lo que se compra con dinero o con otra clase de bienes, se adquiere con el trabajo. [Los bienes que producimos] contienen el valor de una cierta cantidad de trabajo, que nosotros cambiamos por las cosas que suponemos encierran, en un momento dado, la misma cantidad de trabajo. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor de cambio de toda clase de bienes"[2].
La teoría del valor-trabajo lleva asociada una teoría de la distribución centrada en la concepción de excedente social apropiado por quienes dirigen el proceso productivo (capitalistas) una vez asegurada la reproducción de los bienes de consumo y de capital: " la ganancia se obtiene de la venta del valor que el trabajo incorpora a los materiales"[3]. Esta teoría de la distribución establece un conflicto distributivo inevitable entre trabajadores (salario) y capitalistas (ganancia): si el precio de las mercancías viene dado exclusivamente por la cantidad de trabajo utilizada en producirlas, aumentos de los salarios conducen irremediablemente a caídas de las tasas de beneficios, y viceversa. En este caso, el salario y la tasa de ganancia dependen de la relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores; existe, por así decirlo, un conflicto distributivo, una "lucha de clases" por apropiarse de la riqueza que emana del trabajo de una comunidad. Sin embargo, posteriormente Smith observa que cantidades de inversión iguales proporcionan la misma tasa de beneficio, lo que dificultará su objetivo inicial de presentar al trabajo como la única fuente de valor: una fábrica que emplea la misma cantidad de trabajadores pero más maquinaria que otra, obtiene más ganancia.
Si solo el trabajo es fuente de valor, ¿cómo se explica esto? Smith finalmente optó por abandonar la teoría el excedente y adoptar una teoría alternativa, conocida como la teoría de los costes de producción, según la cual el trabajo y el capital se retribuyen según sus propias leyes, en virtud de que "el precio de una mercancía es alto o bajo porque es necesario pagar salarios o beneficios altos o bajos para hacerla llegar al mercado"[4]. Las ganancias y los salarios se convierten así en dos factores independientes que conforman el valor de la producción.
Una vez que la mayoría de pensadores había admitido que el capital crea valor por sí solo, al igual que el trabajo, debía explicarse de qué modo lo hacía.
Partiendo de la afirmación smithiana de que las mercancías tienen valor porque su producción involucra esfuerzo y sacrificio[5], se llegó a la conclusión general de que la fuente de la riqueza radica en dos factores, el trabajo y el capital, porque la producción implica dos esfuerzos humanos distintos: el sacrificio de trabajar y el sacrificio de privarse de consumir en el presente (ahorrar), ya que el capital es la forma que adopta la porción de la renta no consumida en un periodo corriente (el ahorro). Dichos sacrificios se recompensan simétrica y respectivamente con el salario y la ganancia. En conclusión, desde prácticamente el primer tercio del siglo diecinueve prevaleció el consenso en torno a que las comunidades progresan económicamente porque sus miembros renuncian a su descanso (trabajando) y a su consumo presente (ahorrando, es decir, postergando su consumo).
Esto último equivale a decir que el proceso productivo está dirigido en igual medida por los trabajadores y los capitalistas, ya que nadie es remunerado por debajo o por encima de su aportación a la producción, en un proceso distributivo que se realiza de forma simultánea, es decir, no jerarquizada como la propuesta, en un principio, por Smith.
En síntesis, la fuente de la riqueza de una comunidad económica está constituida por dos grandes esfuerzos o sacrificios humanos: el trabajo y el ahorro, y estos son retribuidos según la respectiva aportación de los trabajadores y los ahorradores (capitalistas) a la producción total. En equilibrio, el conflicto distributivo no existe, nadie se queda con lo que no le pertenece. Pero, ¿es esto realmente así? Esta pregunta ha protagonizado acalorados debates intelectuales, especialmente a lo largo del siglo XX.
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