Del descubrimiento de Roentgen de los rayos X a partir de un tubo de rayos catódicos ya han pasado 120 años en los que el impacto de poder hacer el cuerpo transparente a los médicos ha convertido el diagnóstico, hasta entonces basado en signos indirectos, en algo evidente en el sentido de que “se puede ver”. No sólo el qué, sino el cómo y el dónde de las lesiones con precisión. Lo que se podía ver se proyectaba en una pantalla fluorescente o bien sobre una película fotográfica. La pantalla permitía ver imágenes en movimiento en tiempo real. La radio-foto-grafía, radiografía, sin embargo siempre ha sido más precisa y, además, conservable para comparaciones del seguimiento y evolución en otro momento de la asistencia. Precisamente mantener las imágenes en negativo se debe también a la mayor precisión cuando el proceso de revelado es único, mientras que el positivado en papel fotográfico es menos claro. La frase que un entrenador de fútbol holandés, “Siempre negatifo, nunca positifo“, profirió en relación a las críticas de los periodistas, se podía aplicar a los estudios radiológicos. Sólo en textos antiguos se recogen imágenes radiológicas positivadas.
El progreso en el conocimiento hizo de los médicos que se dedicaban a realizar los estudios radiológicos una especialidad concreta, cada día más apreciada. Aunque, eso sí, en sus comienzos y especialmente en este país, padecieron el menosprecio de los grandes maestros y catedráticos que durante una buena parte del siglo XX consideraron el diagnóstico radiológico como algo menor y complementario. Esa misma tropa de ignorantes egregios se empeñaban en mirar las radiografías ellos y contra la luz de una ventana o una bombilla. Los paneles translúcidos con retroiluminación homogénea, lo que se conoce como negatoscopio, tardaron en llegar a los centros hospitalarios españoles porque los mandamases creían que no eran necesarios. Durante lustros algunos que éramos algo más modestos y conscientes de la importancia de ver y de que te ayudaran a ver, casi clandestinamente dedicábamos una parte de nuestro tiempo a, casi de hurtadillas, acercarnos a los servicios de Radiología y compartir con los especialistas nuestras dudas. Y, con ello, tener que soportar las críticas de los poseedores de la verdad eterna, el poder y el conocimiento. (Imbéciles que, si no están muertos es porque ya lo estaban entonces en vida).
Hasta los años 90 del pasado siglo no se incluyeron los negatoscopios en la decoración de las consultas, incluso (¡Horror de los horrores!) las de los Centros de Asistencia Primaria. Por poco tiempo, porque la digitalización de las imágenes y su proyección en las pantallas de los ordenadores los han hecho innecesarios. Seguro que para los médicos más jóvenes, que accedieron a la profesión en los últimos 25 años este relato les debe parecer algo tan distante como las Guerras Médicas (las de verdad, entre los medos y los persas, hace 25 siglos).
Tuve la fortuna de aprender lo poco que mis limitadas entendederas pudieron acoger de Radiología pediátrica con Len Swischuk, uno de los “gurus” de la radiología, con quien la fortuna me hizo coincidir en dos hospitales diferentes. Una de las anécdotas que recuerdo y que explico a mis residentes, es la de que estaba mirando unas placas en los negatoscopios de Radiología cuando el Dr. Swischuk que pasaba por detrás de mi y me dice: “Humm!, un niño con retraso neurológico!” (sic!) Se trataba de unas placas de tórax frente y perfil. Dio dos pasos más y dijo: “Ah!, claro. Es un síndrome de Down…” y siguió caminando hacia donde fuera que iba. Me faltó tiempo para salir corriendo detrás y agarrarlo por la bata y pedirle que me lo explicara. La explicación era simple: en la placa AP (o PA) se apreciaba una neumonía del lóbulo superior derecho pulmonar, compatible con una neumonía por aspiración, propia de lactantes con deficiencias neurológicas. Los dos pasos que dio le permitieron ver, en la placa lateral, la ausencia de uno de los núcleos de osificación del esternón, característica de la trisomía 21. Los radiólogos, los especialistas en el diagnóstico por la imagen, son capaces de ver más allá de lo que las radiografías muestran.
Hace poco, una prestigiosa compañera preguntaba en las redes sociales por la decoración de las consultas. Preguntó si teníamos un negatoscopio, pero los duendes del teclado escribieron Megatoscopio. Le pregunté si era un chisme para ver las cosas grandes…
El negatoscopio, justo detrás del cogote del facultativo, durante tiempo ha tenido una función simbólica. Encendido, difundía una luz azul tenue sobre la que la figura del médico quedaba resaltada. Si se colgaban radiografías parecían tener el efecto de los retablos de las iglesias, para enmarcar con motivos decorativos el oficiante de la ceremonia del conocimiento. (Menos cuando, al ver una placa de cráneo de frente, uno de me dijo: ¡Joder, la muerte!). Sin un uso justificado, los negatoscopios llevan el camino de otros chismes médicos relegados a la obsolescencia y el olvido, como el fotóforo de los otorrinos, o el estetoscopio de trompetilla de las matronas, en otro tiempo símbolos profesionales.
Pero conociendo el poder de la imagen, debemos asegurarnos de que la decoración de nuestras consultas contienen la suficiente amabilidad hacia los niños y sus acompañantes. Y, por favor, no ponernos a mirar al teclado y la pantalla del ordenador hasta después de haber saludado y entablado una conversación con quienes atendemos. Por lo menos hasta que inventen pantallas transparentes que permitan que nos vean a su través.
X. Allué (Editor)