Hace unos meses (algunos más de los previstos, hay que decirlo) que estoy escribiendo el trabajo final de un posgrado que cursé durante el año pasado.
El posgrado es un Diploma en Ciencias Sociales con especialización en psicoanálisis y educación, para profesionales de los ámbitos clínico y educativo. El eje de todo el curso tiene que ver con formas posibles de abordar el malestar educativo actual y sus alcances e implicancias, desde el rol profesional de cada uno.
La forma de evaluación a lo largo de toda la cursada, fue la escritura ( y posteriores re-escrituras) de un mismo trabajo, que se inició con la consigna de nombrar y relatar alguna escena vinculada a nuestro quehacer, en la que se mostrara el aspecto del "malestar" que nos proponíamos repensar e investigar.
En mi caso (como analista de niños en constante interacción con el combo niño-padres- institución educativa) el nombre inicial del malestar fue "Este chico es imposible", y se relaciona con un caso que atendí hace algunos años atrás, un niño con graves problemas de conducta en la escuela. La frase en cuestión fue pronunciada sobre este niño en una reunión con el equipo de orientación y sus docentes.
Gran parte del trabajo tiene que ver con formular interrogantes que abran diferentes posibilidades de reflexión y articulación teórica sobre nuestro propio quehacer, a la hora de abordar a un niño que presenta determinado síntoma en el contexto escolar.
En este caso en particular, los interrogantes se fueron abriendo en relación a cómo trabajar en conjunto con los demás profesionales vinculados a este niño, para quienes claramente este pequeño representaba un límite, y los dejaba sumidos en la impotencia. La contracara de esta imposibilidad se depositaba en el tratamiento psicológico: urgencia por ver rápidamente los resultados, por contar con los informes escritos necesarios para deslindar responsabilidades, etc, etc. En el medio de todo, una maestra angustiada, unos padres enojados y una analista que en más de una ocasión se hizo eco de la urgencia, perdiendo de vista el lugar que se le estaba asignando a su pequeño paciente.
Porque el malestar escolar no es algo que se vive sólo en la escuela, sino que atreviesa las prácticas de cada uno de quienes trabajamos con los niños escolarizados.
Más adelante quizás les cuento cómo siguió la historia, y las cosas que pude pensar sobre ella, pero hoy me interesaba acercarles (a propósito de todo lo anterior) el fragmento de una clase de Susana Brignoni , que me parece sumamente enriquecedor y esclarecedor para quienes trabajamos con niños en distintos ámbitos.
Ahí va.
"...Los que ponen a circular la palabra lo hacen bajo un acto de responsabilidad ya que la palabra es un medio a través del cual se opera sobre la realidad con la que tenemos que trabajar: sin lugar a dudas, el modo en que se nombra una realidad la marca, la construye y la condiciona.
No es lo mismo hablar de un niño con TDHA (síndrome de hiperactividad con trastorno deficitario de la atención) que preguntarse qué es lo que inquieta al niño.
En el primer caso, tan habitual en la actualidad, tenemos una de las formas más frecuentes de presentación de un niño "problemático": el niño que enfrenta al educador con un límite, que lo sume en la impotencia. Se trata del niño "es eso": del niño como una certeza.
En el segundo caso, en cambio, lo que aparece es una pregunta que el educador no puede contestarse de inmediato ni tampoco solo. Es una pregunta que acoge el malestar, le da un lugar que puede propiciar un trabajo sujetivo. Se trata, en este segundo caso, de niño enigma.
El "niño enigma" produce un efecto de novedad: no todo es comprensible, no todo se explica por la historia anterior, no se convierte al niño en un "heredero" de los pecados familiares y sobre todo se suspende la creencia de que todas las conductas del niño están dirigidas al educador que tiene enfrente.
Deja de ser un niño bajo "sospecha", no se intenta verificar lo que ya se sabe de él.
Se le supone -al niño, en este caso, pero al sujeto en general- una historia de la que sus contenidos son desconocidos para el profesional.
Es decir que esa conversación permite que el profesional pueda poner un cierto velo sobre el sujeto con el que trabaja. Velo imprescindible en sujetos desamparados y objeto de intervenciones estatales que los convierten en un sinfín de informes que preceden su llegada a las instituciones, dejando poco lugar para la sorpresa."