¿Crees que tu vida es una mierda? ¿Qué tienes mala suerte? ¿Que los demás te tratan mal? Antes de darte al desaforado victimismo y al soy rebelde porque el mundo me hizo así, mira dentro de ti y sé sincero contigo mismo/a ¿cómo estás educando a tu niño interior? ¿lo crías o lo malcrías?
Ni la vida más independiente, solitaria o desprendida nos libra de nosotros mismos. Podemos reprimirlo, negarlo o tratar de huir de él, pero este hijo particular nos va a seguir adonde quiera que vayamos, emergiendo con mayor fuerza en los momentos en que más desearíamos tenerlo amordazado para siempre.
El niño interior demanda cosas. Necesita que le nutran, le quieran, le protejan, que le guíen y que le acepten incondicionalmente tal cual es. En realidad es muy sencillo lo que desea, porque es lo que desearía cualquier niño.
El problema viene cuando el adulto que contiene al niño interior aún no está preparado para ser padre o madre. Entonces sucede que el niño interior busca padres y madres en el mundo exterior, estableciendo dependencias dolorosas con personas que no pueden ser una fuente inagotable de recursos afectivos para este huérfano de sí mismo.
Cuando no hay un adulto al mando, al niño interior se le alimenta con cualquier cosa. Imagina que es un niño real y que es tuyo. ¿Qué pasaría si…?
- Le concedes todos los caprichos que tenga, para que no llore o no te moleste.
- Le rechazas o le ignoras.
- Le niegas tu afecto.
- Eres agresivo con él.
- Le comparas con los demás.
- Le infliges un severo castigo cada vez que se equivoca.
- No le apruebas ni le validas cuando acierta.
Ahora piensa: ¿qué pasará conmigo si me trato así? El resultado es que tendrás que convivir muy estrechamente con un niño malcriado, lleno de carencias, demandas egoístas, nula autoestima, poco asertivo, manipulador o chantajista, incapaz de tolerar la frustración y con una pésima manera de interactuar emocionalmente con los demás.
¿Y si ese niño eres tú?
En el otro lado, ¿cómo sería si…?
- Le cuido y doy cariño.
- Le animo a aprender de sus errores.
- Le apoyo cuando está en una mala racha.
- Me siento orgulloso/a de él.
- No trato de cambiarle para complacer a los demás.
- Quiero que cumpla sus expectativas, no las mías.
Ahora piensa: ¿qué pasará conmigo si me trato así? El resultado es que podrás convivir muy estrechamente con un niño bien criado, con una autoestima sana, capaz de dialogar abiertamente, de trabajar por conseguir sus objetivos y preparado para establecer vínculos afectivos más satisfactorios con los demás.
En tu vida, tratarás con muchas personas y cada una de ellas tendrán su propio niño interior. Si tenemos al nuestro malcriado, acabará jugando con otros niños malcriados. Y entonces, se producirán peleas, malentendidos, conflictos y pataletas. A lo mejor criticarás o juzgarás a los otros padres y madres por darle una educación tan pésima. Pero quizás llegue un día en que lo que te cuestiones es por qué quieres jugar con niños chantajistas, dependientes, victimistas, caprichosos o maleducados. La respuesta sólo la tienes tú.
Decía García Márquez: los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez. Quieras o no quieras, eres padre y madre de un niño que nunca va a irse de casa: tú. En tus manos está elegir que la convivencia sea buena, fructífera y positiva o una lóbrega procesión de castigos, comparaciones, culpas y autofustigamientos.