Para quien quiera ahondar en este complejo oficio, hacemos referencia a varias publicaciones. La más reciente es: El fantasma del libro (Seix Barral, 2016) del escritor y traductor Javier Calvo. Además de recoger todas las particularidades del oficio, opina que nadie tiene una teoría convincente de cómo se tiene que traducir. Él es partidario de no mantener ningún contacto con el escritor, puesto que «distorsiona el resultado final (…) y supedita los criterios del traductor a los del propio autor, que no siempre son necesariamente los mejores». Considera el hecho de traducir como algo más que dar con las palabras que expresan el significado de lo que se dice; “es evocar, trasladar ambigüedades y metáforas, atinar con la concepción del mundo que encierra cada lengua”.
Al final, hay que reconocer que nosotros, los lectores, leemos la prosa que han escritor los traductores, por lo que deberíamos reconocer su labor y así elevar su prestigio. Tengamos presente que se trata de una tarea larga, compleja, a la que es preciso dedicarle muchas horas y mucha pasión. Si el traductor no ama su profesión, sale lo que el escritor, traductor y crítico literario Eduardo Lago afirma: “Lo que se traga el lector medio, incluso en buenas editoriales, son traducciones mediocres que no suenan a español. Suenan a traducciones”. Artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz