El orfanato verde

Por Jon Marín
          Solemos actuar al atardecer. Más que nada, porque es cuando volvemos del trabajo. Pero también porque es el mejor momento para hacerlo. Cerca de casa hay un centro de jardinería. Cada día, a la hora de cerrar, sacan a la calle dos cubos que, más tarde, pasarán a recoger los servicios de limpieza. Uno está lleno de plástico y cartón; el otro, de residuos orgánicos. Dentro de este último hay tierra, hojas marchitas, restos de poda y plantas enteras que no pudieron vender. Son plantas que han sido desechadas por ser un poco más pequeñas, estar un poco más mustias o no tener flores cuando debieran. Son plantas que simplemente requieren de unos pocos más cuidados que el resto: un poco más de agua, un poco más de sol y un poco más de tiempo para verlas crecer. Nada más. De la misma manera que hay personas que recogen alimentos a punto de caducar en la puerta del supermercado, nosotros pasamos periódicamente por delante del centro de jardinería para recuperar plantas que, de otro modo, acabarían tratadas como un residuo. Es algo que viene de lejos. Del lugar de donde vengo, zona residencial y turística a partes iguales, siempre hemos visto plantas abandonadas al lado del contenedor, justo en la puerta de hoteles, restaurantes o casas privadas. Y siempre hemos parado el coche y las hemos metido en el maletero. Como quien recoge animales abandonados, pero en formato vegetal. Nuestro jardín ha ido creciendo con estas plantas que un día fueron repudiadas, y nos han devuelto generosamente ese esfuerzo con flores, frescura y belleza. En el jardín veréis geranios, rosales, lavandas o albahacas. Arbustos como bambús, laureles o buganvilias. E incluso, un olivo y una palmera. Todo recogido de la calle, todo salvado del container. Es por eso que nuestro jardín ha pasado a convertirse en un orfanato vegetal.
o: Mi jardín barcelonés o Comer lo que uno encuentra o Ciudades permeables