Cuando hablamos de moral nos podemos referir tanto al contenido propia de la moral (normas, principios, razonamientos) como a la capacidad de actuar moralmente. Existe una habitual y extendida confusión entre ambos sentidos de la moral. Pero no son lo mismo. Del mismo modo, que no es lo mismo la lógica en sí, que la capacidad para comprender el contenido de la lógica. Es una distinción muy sencilla y sin embargo es casi una constante que ambas se confundan en una sola.
En esta nota, hablaré principalmente de cómo surge la capacidad moral. El origen de la moralidad. Por moral entenderemos el contenido de la moral, y por moralidad nos referiremos a la capacidad moral - a la capacidad de comprender y actuar de acuerdo con el contenido de la moral. En otras palabras, la base fisiológica que permite la existencia de la capacidad moral.
Aunque para comprender cómo surge esta capacidad moral es indispensable recurrir a la investigación científica, puesto que se trata de una cuestión netamente empírica, es importante tener claro que la ciencia no puede decirnos acerca del contenido de la propia moral, en un sentido valorativo. Es decir, la ciencia nunca va a poder mostrarnos cuál norma debemos seguir o cual conducta es moralmente correcta.
La ciencia no puede determinar ninguna postura moral. En general, la ciencia no puede mostrarnos nada sobre el “debería ser” sino solamente sobre el “es”. La ciencia sólo puede corroborar hechos. De la ciencia no emana la ética. Pero sin ciencia, nuestra ética se basaría exclusivamente en intuiciones un poco más ciegas.
La ciencia puede ayudarnos a lograr una mejor calidad de vida. Pero, aparte del bienestar, la ciencia no puede establecer en qué criterios deben basarte conceptos morales como la libertad, el respeto, la igualdad o la solidaridad. Por ejemplo, la ciencia no puede decirnos si está bien o mal el canibalismo. Puede decirnos si es fisiológicamente posible, y explicarnos cómo funciona el proceso de asimilación digestiva. Pero absolutamente nada puede decir acerca de su corrección moral. Esta dimensión particular pertenece exclusivamente a la ética. Es decir, a la filosofía moral. La ciencia es un conocimiento descriptivo, mientras que la ética es de carácter normativo.
¿Qué nos dice la ciencia acerca del surgimiento de la capacidad moral? Nos dice básicamente que la moralidad es una facultad singular, que tiene un origen biológico y evolutivo, y que (tal y como han evidenciado algunos expertos como Frans de Waal o Marc Bekoff en sus investigaciones) no solamente aparece en los seres humanos sino también en otros animales, puesto que el sentido moral es una capacidad inherente al intelecto. En los estudios realizados se exponen las evidencias empíricas acerca de la existencia un sentido moral innato, es decir, no determinado por la educación ni el contexto social.
Por tanto, el sentido moral es innato, no aprendido. Y se basa en dos fundamentos: la empatía (comprender que los otros individuos también sienten y poseen intereses) y la justicia (la idea de que todos debemos ser tratados de manera igualitaria). La capacidad moral primaria es inherente al intelecto, y éste funciona de acuerdo con la lógica. Por tanto, la referencia central de la ética es la lógica, y no el egoísmo, ni la tradición, ni las emociones, ni los gustos o intereses personales, ni tampoco la supervivencia o el poder.
Las evidencias muestran que lo que caracteriza particularmente a la moralidad es, por un lado, la consideración por los demás (empatía), y, por otro lado, la consideración igualitario de los intereses de todos (justicia). Algo que no tiene que ver con la ciencia, pero tampoco con la supervivencia, ni con los gustos subjetivos, ni con la reciprocidad. La moralidad es una capacidad genuina de ponernos en el lugar de los demás, y poner al mismo nivel nuestros intereses a los de los otros individuos. Si efectivamente así es, entonces la moral no se puede fundamentar ni en el beneficio propio egoísta, ni en el acuerdo libre entre personas, ni tampoco en los deseos de cada uno.
Si hablamos de gustos, entonces no hablamos de moralidad. Los gustos pueden ser moralmente aceptables o pueden no serlo. Si hablamos de acuerdos o de convenciones sociales, entonces no hablamos de moralidad. Los acuerdos y las convenciones puede ser aceptables o pueden no serlo.
En contra de las teorías que afirman que la moral es fruto de la convención social como una forma de conseguir el beneficio mutuo, los experimentos realizados hasta la fecha, evidencian de una manera bastante clara que nacemos con un capacidad moral intrínseca. Es decir, no tenemos solamente en cuenta nuestro beneficio, sino que también somos conscientes, a una edad muy temprana, que los demás también tienen intereses como nosotros, y comprendemos que todos los intereses deben ser considerados de manera igual. Esto es la moral.
El sentido moral de justicia y de equidad no se basa en una convención social o circunstancial, sino que tiene su origen en un reflejo neurológico cerebral que nos permite aplicar la lógica a la realidad. El fundamento de la moral es la lógica, la cual tiene presencia inherente en nuestra mente. Todos los principios y valores morales (verdad, justicia, igualdad, valor intrínseco, responsabilidad, empatía,...) se basan en la lógica. El razonamiento moral no es otra cosa que aplicar las categorías lógicas a nuestra conducta. La ética es, básicamente, respetar la lógica como contenido.
Todas estas evidencias refutan el relativismo al demostrar que existe una moral objetiva y universal. Aunque existan códigos morales distintos, que son fruto del contexto social y los intereses particulares de algunos, la moral no es un invento cultural, sino un hecho biológico (neurológico más bien) que tiene su fundamente en la lógica. La moral es una dimensión y una característica peculiar que surge en el intelecto a partir de cierto desarrollo cerebral.
A menudo se intenta justificar diferentes criterios morales para diferentes individuos alegando que no todos somos iguales, cuando lo cierto es que, aunque cada uno de nosotros es un individuo único y singular, todos los animales sintientes somos iguales en el hecho de que sentimos, de que tenemos voluntad propia y una serie de intereses básicos comunes. Por tanto, la consideración moral debería ser aplicada igual para todos.
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