El papel higiénico

Por Juanantoniogonzalez

El sábado es el peor día de la semana para hacer la compra. Si las cadenas de supermercados, hipermercados y otras fórmulas comerciales leyeran esta reflexión, me cerrarían las puertas y un guardia de seguridad me pondría de patitas en la calle. Pero desde hace algunos años dejé de hacer la compra ese día, porque se me hizo poco soportable comprobar como uniformados con chándal y a lo loco, las familias, en todas sus vertientes y sentido, asaltan las estanterías como si el planeta hubiese entrado en la fase de cataclismo final.
Esta mañana mientras recorría con ese coche de la compra debidamente trucado los pasillos del comercio cuyo nombre no pronuncio, me detuve frente a la estantería donde se encuentran los diferentes tipos, modelos y marcas de papel higiénico. Examiné con detenimiento no solo el precio, sino la composición y calidad del papel, su origen y el fabricante. «Si necesita ayuda, pregúnteme lo que desee» me dijo un chico muy amable y debidamente aleccionado para satisfacer al cliente. Lo miré con cierto rubor porque pensé que podríamos mantener una larga conversación acerca de ese artículo cuyo destino es suficientemente conocido. Afortunadamente, el joven que tiene gran experiencia en el sector, comprobó como desistí de su ofrecimiento con un leve movimiento de cabeza.
En mi estudio predoctoral del papel higiénico, se me vino a la mente el recuerdo de aquel perro desenrollando cientos de metros de papel. Pensé que más de una vez, por aquella Ley de Murphy, el baño de algún bar se encontraba sin él, con las dificultades y contratiempos que ello genera. Y por aquellos juegos de la imaginación, tuve la sensación de que aquellos paquetes de rollos de papel higiénico discutían entre sí porque querían acabar en el trasero de un cliente y no en el de otro.
Opté por uno muy suave. Tomar esa decisión es probable que tenga un gran componente de recuerdo de la infancia, porque mi madre siempre decía que para el culo lo mejor es el papel que se deslice con suavidad.
Alejado de cualquier pensamiento escatológico que se puede asociar al papel higiénico, cuando estaba pasando por la caja para pagar la compra semanal, el mismo chico que quiso ayudarme y que también hacía funciones de cajero, me dijo que había elegido bien y que volvería a repetir. No supe qué decirle porque en la cola había gente esperando y creo que todos se me quedaron mirando el trasero.
Ya en el parking, colocando la compra en el maletero del coche, mientras pensaba en el papel higiénico y en las palabras de aquel chico para todo, me encontré algunas papeletas de las últimas elecciones generales. Acaricié el papel, y su textura no era la misma que la del papel higiénico que había comprado. Miré el nombre de todos los candidatos, que me resultaban desconocidos y que al parecen iban a defender los intereses de mi provincia. Y en la radio una tertulia periodística discutía acerca de los acuerdos firmados por los políticos para alcanzar un próximo gobierno.

¿Cómo será el papel en el que estampan sus acuerdos? me pregunté.