El poder de la deuda

Por Peterpank @castguer

La fundación Rockefeller, paradigma del poder bancario, está detrás de casi todas las grandes iniciativas más o menos mediáticas, y más o menos oficiales que tienen lugar en nuestro mundo actual . Estas iniciativas, algunas tan “progres” como las que defienden los estafadores de Greenpeace, tienen, por lo general, un objeto común: el control de las mentes y de las acciones de la población mundial, así como su número. Y un vehículo común: la eugenesia.

Saco esto a colación para compartir dos datos que acaso algunos no conozcáis:

1) En las campañas neomalthusianas promovidas por la USAID (Agencia estadounidense de ayuda al desarrollo), fue, entre otros grandes grupos económicos y de presión, dicha fundación Rockefeller quien puso el dinero. La financiación de tales proyectos incluye las decenas de millones de muertos y los cientos de millones de esterilizados en India durante los años 70, tras la promoción de unos anticonceptivos contaminados, que la USAID introdujo en el país sibilinamente. Como los medios son tanto cómplices como apéndices del poder económico, Indira Gandhi, máxima responsable de aquel genocidio, recibió un premio y el aplauso mundial por sus políticas de control de la natalidad.

2) Los Rockefeller y compañía tienen intereses en la industria química desde hace al menos cuarenta años. Dada la alarma creciente ante el espectacular desarrollo de dicha industria en el último medio siglo, el objetivo de los inversores pasó a ser el lógico: el control de la opinión pública; así, la financiación del movimiento ecologeta (y de grupos como Greenpeace) tiene a la Banca detrás. Esto afecta a todo el rollo del cambio climático, pero también a casos tan vergonzosos como el de la utilización del DDT.

Asociaciones como Greenpeace se oponen irracionalmente al uso del DDT en África, alegando que es cancerígeno; sin embargo, como ha venido denunciando el biólogo molecular Michael Crichton, no existe ningún estudio ni prueba fehaciente sobre ello. La única realidad palpable son los millones de muertos por malaria (contraída tras las picaduras del famoso “anopheles”) en el continente africano. El DDT se usó para prevenir el tifus y la malaria tras la II G.M, tanto entre los supervivientes de los campos de concentración y exterminio, como para limpiar los campos mortuorios de bacterias infecciosas. La operación se llevó a cabo con éxito. El tifus y la malaria han sido, de hecho, erradicadas de Europa gracias al uso del DDT, que aniquila al anopheles o que, en el peor de los casos, lo desorienta y anula. En África, puesto que se importan los productos que tienen que ver con la ayuda al desarrollo, es decir, puesto que éstos son administrados por los EEUU a través de sus distintas asociaciones y fundaciones, ya no es posible usar el DDT. Y la malaria hace estragos. Con todo, oiréis a los impostores de Greenpeace, que son tan falsos como las feministas de pelo corto, despotricar contra el DDT. Unos tipos que comen de la mano del Sistema, es decir, de la Banca. ¿El objetivo de todo esto? Un plan eugenésico: reducir la población mundial, empezando por las áreas más pobres. El oscuro pronóstico de Lovelock: antes del 2100, el 80% de los seres humanos habrán sido exterminados, por métodos directos o indirectos.

La mierda de banquero ha dejado un tufillo inconfundible a lo largo de la historia moderna y contemporánea. Los banqueros han apostado siempre donde sabían que ganarían seguro, como en el caso de la revolución bolchevique: basta recordar a los Rockefeller financiando a los revolucionarios “rojos” al tiempo que a los blancos de Aleksander Kolchak ya durante la guerra civil. La idea era endeudar a los nuevos gobernantes rusos, poszaristas, de alguna manera, con tal de garantizar la supremacía del capital anglosajón en el mundo. Sé que la propaganda antisemita lo reduce todo a los banqueros judíos, pero precisamente porque es apenas eso: propaganda antisemita (tengamos en cuenta, por ejemplo, cómo durante la expulsión masiva de judíos a cargo del Zar Nicolás II, los Rothschild y los Rockefeller aplaudían con las orejas las medidas eugenésicas del régimen ruso, prestándole ayuda financiera). Incluso el auge del nazismo, y la industria que lo sustentó, se apoyó en el pilar de la Banca. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank durante la Alemania de Weimar (totalmente vendida a Wall Street), se quedó como presidente del banco central alemán de 1933 a 1939, siendo uno de los principales impulsores del llamado “rearme”. Además, en 1934 el “revolucionario” Hitler nombró a Schacht su ministro de Economía. Y recordemos la situación internacional: los banqueros habían conseguido ya que el control financiero recayera en manos privadas, aunque tal feudalismo se revistiera de otra cosa con la careta de los bancos centrales del mundo entero, que actuaban concertadamente a través de acuerdos pactados en reuniones “secretas”. Vamos a dejarnos de estupideces, de idealizar a rojos, nazis, etc., según nos convenga: todos han sido monaguillos de la Banca o han estado más o menos en deuda con ella.

En los años 30, los bancos centrales de toda Europa empezaron a comprar oro nazi, re-sellado en Suiza, objeto de tráfico ilícito. Todos negociaron con los nazis a través del oro transferido por el BIS (Banco de pagos internacionales, sede en Basilea). JP Morgan, los Rockefeller, los Rothschild (cuyo patriarca hizo fortuna con una estratagema inmediatamente posterior a Waterloo y la derrota de Napoleón, único hombre de poder verdaderamente revolucionario en la historia de la humanidad), en fin, todos ellos han estado detrás de los principales acontecimientos mundiales, tales como el bolchevismo, el nazismo, las guerras mundiales, la aparición de nuevas naciones en el mapa mundial (nuevos gobiernos que explotar), las crisis bursátiles, los atentados terroristas a gran escala (hermanados por arte de casualidad con movimientos bancarios de última hora), etc. Porque toda estructura de poder, y siento soltar el discurso anarquista, es consustancial a las conspiraciones financieras. Y así, el hedor de los bancos, es el hedor de la historia de los gobiernos, exceptuando, ya digo, a Napoleón, que no obstante bañó Europa en sangre y no se

Entre el 60 y el 70, las naciones africanas, ya independizadas casi todas, vieron cómo su industria crecía al 7.5% anual, tanto o más que la media asiática, y más que el 7.3% latinoamericano. Dado que África es rica en recursos, y no así Europa y los EEUU, el despertar africano suponía una gravísima amenaza a la supremacía occidental (y de sus aliados: Israel y Japón). La crisis del petróleo de los 70, el alza de precios, y el comienzo de un endeudamiento sangrante de los Estados africanos supuso el fin del sueño dorado, que había llevado a la Ghana de N’Krumah a una renta per cápita mayor que la de la emergente Hong-Kong. Desde entonces, la decadencia de las economías africanas ha sido imparable, y la causa es preclara: los intereses del FMI y de toda la tribu de sanguijuelas unidas.

África, quien haya pisado su suelo habrá sido consciente, es un continente destruido, asolado por el neocolonialismo, especialmente el capitalista. África fue el primer sacrificio ejecutado por la élite financiera tras la segunda guerra mundial, y hoy, como desenlace, a los negros se les ha otorgado el papel de sumisos comensales, estilo Obama, en el banquete del expolio. Aquellas palabras de Lincoln sobre los banqueros, a los que consideraba peor enemigo que a los esclavistas sureños, y a los que temía, puesto que según sus propias palabras, se habían situado a su espalda, son de lo poco lúcido que haya pronunciado un político en centurias. Porque todos esos supuestos revolucionarios, de toda laya y condición, pasando por Hitler y Stalin, han comido de la mano de los banqueros como trémulos polluelos. A estas alturas, la retórica revolucionaria es igual que la cháchara sobre los dioses: el balbuceo de los dementes.

Seguro que ya fue tratado el origen del emporio Rothschild, pero quien no lo conozca, que se informe. Si yo dirigiera una película sobre banqueros, me inspiraría en Rothschild. Es así cómo se crece en los negocios, y entonces no había intervencionismo estatal (que tampoco voy a defender hasta el punto de la nacionalización, porque no voy a caer en contradicciones), sino liberalismo campando a sus anchas. Ejército inglés, constitución inglesa, mercado inglés… En fin, lo que siempre han sido: unos corsarios. Unos corsarios estirados, como si les hubieran metido una vara por el culo, vomitando a todas horas gilipolleces sobre la libertad individual mientras en los territorios del imperio masacraban sin piedad. Así acumuló poder Rodhes, así Rothschild, así todos los paletos americanos que les sucedieron en 1945. Pragmáticos, superfluos, simplistas… como su idioma, que es una gramática para maullidos de gato.

El amigo Rothschild se enteró de la derrota de Napoleón en Waterloo y corrió a vender acciones fingiendo que la derrota había sido inglesa. Al tener constancia de ello, los accionistas empezaron a vender desesperadamente, y el bueno de Rothschild, antes de que se supiese la verdad, compró a precio de ganga y se hizo con todo. No existe la bondad humana, ni existe mayor grandeza en la iniciativa del hombre: sólo el deseo de enriquecerse y procurarse placer. Así que frente a eso hay tres alternativas: controlarlo y someterlo (dictadura), permitirle explotar su “fantasía” (liberalismo), destruir todo vestigio de poder, toda autoridad, con el fin de reducir al mínimo el daño (anarquismo). Vosotros sabréis lo que vuestra conciencia os dicta, lo que vuestra naturaleza os sugiere.

El neo-liberalismo: sucedáneo del liberalismo aderezado con despotismo de Estado. La teoría de que el Estado muere a manos del neoliberalismo es errónea, es la idea de los comunistas (no es de extrañar). El Estado no muere, se convierte en apéndice del sistema financiero, en un apéndice expoliador: nace así el Estado cleptomaníaco. ¿Queréis una prueba? Las subvenciones a la agricultura de los EEUU. Los EEUU, a través de sus organizaciones internacionales, colocan luego el grano en África, arruinando de paso las economías locales, que es precisamente lo que buscan. Los gobiernos africanos, endeudados dramáticamente desde los 70-80, tanto que apenas pueden invertir en el llamado “gasto social”, y rehenes además de los dictados neo-liberales, acatan. Y el grano entra en sus países, más barato que el que podrían vender los agricultores nativos, puesto que los americanos pretenden únicamente tirar abajo toda tentativa de desarrollo, y el resultado es la destrucción de las economías locales (dependientes precisamente de la agricultura) y las posteriores hambrunas. Cualquier imbécil sabe seguir esta regla de tres. Pero ahí veréis a los sesudos economistas de los medios de comunicación defendiendo la doctrina neoliberal, o por lo menos las tesis keynesianas, que no son más que socialismo para ricos, un masaje al banquero.

Si un día llega a haber hombres libres, que puedan decir la verdad sin ser censurados o marginados, denunciarán: que la política económica pos liberal, neoliberal o como quiera llamarse, ha sido el mayor crimen de la historia contemporánea de la humanidad. Ni el nazismo, ni el bolchevismo, ni las guerras napoleónicas son comparables en pérdida de vidas humanas (por vía directa o indirecta) o en destrucción de pueblos y culturas al neoliberalismo. Toda la perorata pos liberal o neoliberal, salpicada de tecnicismos científicos carentes de rigor, vulgar eugenesia, no esconde más que la explotación, la ruina, la miseria, la hambruna, la injusticia. Es la labor de unos piratas que se han sentado en el trono de los antiguos emperadores. El peor asesino revestido de autoridad por la farsa plebiscitaria.

Rotschild, Rockefeller, JP Morgan, sus similares españoles, franceses, griegos… son todos unos conspiradores cuyo fin es la permanencia en el poder, siendo la cara visible de éste cualquier marioneta electa. Esto duele, sobre todo a constitucionalistas, liberales convencidos, etc., quienes realmente aman la libertad individual y el progreso, pero es así.

Casi todos los cambios socio-políticos que han tenido lugar en el mundo desde el siglo XVIII han contado con el beneplácito o participación de la Banca. Incluso Napoleón claudicó ante los banqueros. En otras palabras, la Banca no ha sido un instrumento, sino una institución independiente y poderosa, cuya obra final, el poder trasnacional y el fin del Estado-nación, es decir, la globalización, observamos hoy.

La Banca ha estado igualmente implicada en casi todos los movimientos terroristas internacionales. Por ejemplo, Bin Laden, además del trato de favor recibido en Suiza y los EEUU, fue financiado sistemáticamente por los banqueros saudíes. Banca y terrorismo, Banca y narcotráfico, Banca y golpes de Estado, Banca y guerra han venido siendo sinónimos. Esto no significa que no deba existir cierto tipo de Banca, que no sea beneficiosa en según qué términos: esto simplemente supone una constatación de las consecuencias de cederle un poder ilegítimo a una organización estrictamente privada que se arroga una autoridad pública casi inviolable. Y en cuanto a la Banca nacional, es por lo general un instrumento de la privada.

Casi todos los actuales “peces gordos” al frente de instituciones públicas de peso han tenido o mantienen una vigente relación con alguna entidad financiera, cuando no han ocupado altos cargos en ella. Esto explica las sanciones económicas a regímenes díscolos, como el iraní (a pesar de que la impostura de la dictadura de lo ayatolás fue propiciada por la CIA y los servicios secretos británicos siguiendo las directrices de la élite financiera), o las acciones bélicas como la que, en una campaña de propaganda difamatoria sin precedentes contra el pueblo serbio, destruyó Yugoslavia. En el caso citado, los bancos y los grandes emporios empresariales directamente relacionados con ellos dirigieron la función: así hoy el capital alemán controla Croacia, Eslovenia, etc., al tiempo que el modelo económico “neoliberal” cerca definitivamente Rusia, que además ve cómo por el sur (Georgia, Azerbayán…) los americanos ganan terreno. Todo ello era necesario para “globalizar” el mundo: había que hacer añicos los últimos escollos, los sistemas de poder incompatibles con lo que los piratas anglosajones llaman “libre mercado”.

Como cualquiera que tenga un mínimo de lucidez comprende, detrás de la máscara de la globalización, se esconde el rostro de la supremacía anglosajona. Tienen socios específicos, Israel (que no los judíos) entre ellos, pero son los americanos los verdaderos amos, y lo van a seguir siendo por mucho que la propaganda alerte del crecimiento chino, toda vez que China ha sido domesticada y aplica hoy una política salvajemente capitalista, pero del nuevo tipo de capitalismo, es decir, del capitalismo de Estado, que es un engendro fruto del cruce del despotismo estatal y la impunidad financiera. Retóricas al margen, ése es el mundo en que vivimos. Podemos ser felices, sí, consumiendo y sonriendo ante la barbarie moral que nos rodea, como buenos borregos posmodernos.

La cuestión no es la abolición del dinero, sino su medio de gestión. Mirar atrás es la forma más rápida de tropezar al caminar hacia delante. Así que a menos que seas un cangrejo, tendrás que preocuparte por el futuro.

En cuanto al futuro, a juzgar por el presente, se augura totalitario. Lo que ha sucedido en todo el mundo con esta crisis, primera incisión en una dolorosa operación de eugenesia que llevará años, supone la prueba definitiva de la retroalimentación Estado-poder financiero. Empezando por Obama, que miente más que habla, se ha socorrido a los gánster de cuello blanco con el dinero de todos, en aras de la salvación del sistema; es decir, que se ha dado por hecho, en nombre de la “democracia”, oportuna careta, que las entidades financieras han de tener prioridad. Se ha aceptado, por parte de una amorfa y mayoritaria masa de borregos, de amebas humanas, el plan de socorro a entes privados que perdieron dinero, y que además lo perdieron por negligencia, avaricia… en fin, por corrupción. Llamémosle capitalismo de Estado: un tipo de intervencionismo favorable al poderoso, discriminatorio con el ciudadano.

Las medidas de socorro fueron acordadas en salas privadas, en reuniones a puerta cerrada, y anunciadas luego en público, como solución de urgencia tomada por los “representantes” de la soberanía popular. En muchos casos, dichas medidas ni siquiera pasaron por los congresos de turno. ¿Dónde está entonces la democracia? Pero si está clarísimo: se ha trazado ya el mapa de futuro: los gobiernos deciden, al modo del viejo despotismo ilustrado, por el “pueblo”. Y la democracia se mantiene para que el populacho dé su opinión sobre el sexo de las libélulas o para meter un papelote en una urna de vez en cuando.

Y ¿quién acabó de tirar abajo la democracia?, ¿el socialismo, los sindicatos, como les gusta decir a ciertas lumbreras? Pues no. Todo lo contrario: el capitalismo ha degenerado tanto como todas las puestas en práctica de la filosofía marxista. Únicamente lo defiende quien ignora los estragos que ha causado en el llamado “Tercer Mundo”, así como las gangrenas que ha ocasionado en regiones que le quedan lejos a sus defensores: por ejemplo, en Yugoslavia. Es que no hace falta abrazar ninguna causa: basta ser mínimamente honesto para entenderlo.

(Lobo)