Siempre he sido un tipo especial con el tema de las relaciones personales. Guardo muchas amistades de tiempos en los que aún echaba una mano, construyendo las pirámides. Hace un par de años que me divorcié y puedo decir que he tenido suerte de llevarme bastante bien, y sigo llevándome muy bien, con mi exmujer, cosa harto complicada, a nada que giro mi cabeza en derredor, buscando en los ojos de muchos conocidos,signos ebrios de odio. Me ha pasado lo mismo con muchas de mis jefas, y precisamente de una de ellas os quería comentar, ya que ha sido ella quien me ha traído este vino para probarlo. En aquellos tiempos, recuerdo bien nuestras discusiones, y a los compañeros viniendo a ver si la sangre llegaba al río, pero siempre acabábamos en paz. Pero también recuerdo la buena mano que echó en mi despedida de soltero, vistiéndome de romano con mis grebas, mi túnica y mi gladius, en una bacanal histórica e irrepetible, aún recordada en mi oficina por los más veteranos, en la que el vino corrió como en una cascada del Niagara.
Hace ya unos cuantos años que mi querida jefa Rosana dejó el despacho que está al lado del mío y se volvió a su terruño, a su Pucela tan querida, pero nunca hemos dejado de tener contacto. No negaré que aún hoy la echo de menos. La verdad que teníamos pendiente varias visitas a Valladolid, pero al final no ha habido manera de cuadrarlo, después de una década. No obstante, para mí es magia, esa gente a la que hace años que no ves en persona, pero la amistad sigue exactamente en el mismo sitio donde la dejaste. Aquel día que me dijo que iba a pasar por Burgos a ver a su chavala corriendo en San Amaro, no podía evitar las ganas de tomarme unos vinos con ellos y de comentar viejos tiempos, como dos abueletes, agitando las fichas del dominó sobre el viejo mármol, entre cortado y cortado.
Ella no es mucho de vino, nadie es perfecto, pero sí conoce mis debilidades, y Luis, su marido, tuvo a bien traerme este vino ribereño. Además, al escribir esta entrada, me estaba dando cuenta del tiempo que hacía que no escribía sobre un vino de la Ribera del Duero. Pausa valorativa que te dejo ahí, amigo lector. Luis me pedía perdón de antemano, por si el vino no estuvo en su mejor lugar de conservación, pero ¿cuántas joyas nos encontramos abandonadas en el sitio mas inhóspito, verdad? Vamos con él, agradeciéndoles la confianza y el regalo.
El vino El Primer Beso 2023 está elaborado por Bodegas Valdemonjas, desde Quintanilla de Arriba (Valladolid), y pertenece a la D.O. Ribera del Duero. Monovarietal de tempranillo procedente de los viñedos Patio y Gallinero en el paraje de Valdemonjas, de unos 30 años, trabajado en ecológico y con un paso breve de seis meses por ovoide de hormigón. Es la primera vez que me acerco a un vino de esta bodega, aunque no entiendo cómo, tras tantas veces que he pasado por esa carretera. Mea culpa.
Este tinto presenta un color rojo cereza grana, con ribete cardenalicio, lágrima fina y densa para un voltaje de 13 grados; suave marca frutal, recuerdos a fresas, frutillos del bosque, muy elegante; en boca buena entrada, muy afinado a pesar de su juventud, también su acidez es deliciosa, cuerpo medio, amable fruta roja madura, floral, con una discreta largura, aunque no lo necesita, y con el regusto final marcadamente frutal y dulce. Da la sensación de un vino mas que correcto, que conoce su lugar. Cuando lo bebía, en mis notas, escribí: «ojalá cuando empecé a beber vinos, hubiera pillado más de este corte«. Interesante, dan ganas de probar más de esta bodega. Además, este corte de vinos jóvenes, con una acidez mas ajustada y una frescura insultante, no solo están de moda en la Ribera del Duero, sino también en otras DDOO cercanas, y a mí, me encanta ese camino. Disfrutón.
R.
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