Es poco común que se tenga registro de las primeras valoraciones de una obra de hace más de cuatro siglos, sobre todo, si se trata de aquellos juicios proferidos incuestionablemente por sus contemporáneos.
El Quijote, excepcional en todo, lo es hasta en esto: muchos autores del siglo XVII se sintieron obligados a dar su opinión acerca de la famosa novela de Cervantes, y, al hacerlo, nos legaron un documento casi tan valioso como el libro mismo. En este artículo reflexionaremos sobre el tema.
En su momento, el , hoy universal y eterno, fue en España un libro de conmoción y actualidad. Supo causar, principalmente en cierto grupo de escritores que tenían noticias de él y esperaban su aparición, una tremenda "sacudida". Todavía no había visto la luz, y ya Lope de Vega escribía al duque de Sessa aquella carta del 14 de agosto de 1604, en la que, hablándole de poetas, le decía: "ninguno haya tan malo como ni tan necio que alabe a Don Quixote"[1], y aludía después, de paso, a los ataques que contra su teatro había hallado en la incipiente novela.
Ese grupo de escritores -público selecto si se quiere- le dio una importancia excesiva al costado de murmuración y de sátira del libro, a pesar de ser este el menos valioso e interesante. Al menos, así lo prueban la rudeza con que contestaron los aludidos (el propio Lope, Suárez de Figueroa, Villegas, etc.) y el hecho de haber servido de pretexto al ficticio Avellaneda para publicar su segunda parte del Quijote.
Lo cierto es que esas sátiras fueron olvidadas durante más de un siglo, hasta que, en la segunda mitad del XVIII, la querella entre partidarios y detractores del teatro antiguo español las resucitó, provocando contra Cervantes una lluvia de folletos y de artículos tan ineficaces como agresivos. Hoy, afortunadamente, de esas minucias cervantinas y de las intimidades que las motivaron apenas si se habla, y, si lo hacemos aquí, es porque las juzgamos oportunas para explicar de qué manera recibieron algunos escritores del siglo XVII al siempre inmenso Don .
No cabe duda de que arremetió contra el teatro de su tiempo; de que se burló de él y de sus representantes en los preliminares del Quijote; de que se mofó de quienes, dándoselas de nobles sin serlo, imaginaban escudos, cuarteles nobiliarios y jeroglíficos con que adornar las portadas de sus libros; de que se rio de los que, precisamente en estos libros, volcaban "sentencias de Aristóteles y Platón y de toda la caterva de filósofos", y ponían en los principios "sonetos cuyos autores eran duques, marqueses, condes, obispos y damas"[2]; de que ridiculizó a quien, para mostrarse "hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo", tras de hablar del Tajo hacía la famosa anotación: "Tajo, río de"..., etcétera; y es evidente que aludió en esas bromas, burlas y sátiras a La Arcadia, La Dragontea, El Isidro y El peregrino en su patria.
En los diálogos anteriores y posteriores a la visita a la cueva de Montesinos, parodió a aquellos que, apoyándose en Polidoro Virgilio, inventaban la historia de las cosas y sabían quién tuvo el primer catarro y quién se rascó primero, que fue Adán, según Sancho, y quién fue el primer volteador, que fue Lucifer, según el célebre escudero, quien, al declararlo, decía: "para preguntar necedades y responder disparates no he menester ayuda de vecinos"[3]; sátira que alcanza, entre otros libros, a la Plaza Universal de Suárez de Figueroa.
Cervantes, además, desdeñó la traducción de las lenguas fáciles, pues "no arguye ingenio ni elocución"[4], y veía las otras traducciones "como quien mira los tapices franceses por el revés"[5], frases que incomodaron al propio Suárez de Figueroa y, desde luego, a Lope. Pero ni por semejantes escaramuzas de murmuración literaria borró Suárez de Figueroa sus alabanzas en la Plaza Universal, ni Lope dejó de encomiar a tantas veces.
En definitiva, el Quijote no pasó inadvertido entre los camaradas de letras de Cervantes, que es lo que (con evidente malicia) se ha querido decir alguna vez. Si bien es cierto que no se lo tuvo en un primer momento como la obra capital de su autor, al Quijote se lo admiró y alabó siempre.
Asimismo, Cervantes mereció nutridos elogios como poeta. No ha sido sino recientemente cuando se quiso suponer que él mismo había confesado su incapacidad lírica en estos versos suyos:
Yo que siempre trabajo y me desvelopor parecer que tengo de poeta
III la gracia que no quiso darme el cielo...[6]
Siguiendo esta lógica, bien podríamos deducir que Cervantes se consideraba a sí mismo un mal prosista y que creía que el Quijote era una obra detestable solo porque en el prólogo se preguntaba lo siguiente: "¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo?"[7]. Pero no lo hacemos, pues no siempre hay que tomarse las cosas al pie la letra.
Cuando apareció el , aparte de ser para los escritores un curioso y gracioso libro de sátiras personales y literarias, fue para el resto de los lectores una obra de actualidad, pues atacaba el género más popular en aquel tiempo, el de los libros de caballerías. Apareció justo cuando el gusto por estos comenzaba a decaer, y cumplió el propósito de su autor: desterrar lo que él creía "perniciosa lectura".[8]
Pero esto fue igualmente transitorio. Así como el lector común -ajeno a los chismes literarios y a las críticas de forma que no podía apreciar- se había interesado en la fábula burlesca y en las aventuras del hidalgo que enloqueció por los libros de caballerías, los lectores que vinieron más tarde, y que apenas sabían de esos libros por el Quijote, se limitaron a admirar lo que este por sí solo presentaba. De esta manera, la obra ocasional desaparecía y nacía al fin la duradera.
Para concluir, solo diremos que en el Quijote no hay parodia (al menos, no en un sentido estricto); porque no vemos al héroe puesto en ridículo, no es el propio Rolando o Amadís de Gaula pasando aventuras ridículas con princesas ridículas también.[9] Lo original del Quijote consiste en poner de bulto lo ficticio del género literario, imaginando lo que sería un hombre de carne y hueso metido en semejantes andanzas. Y con tal fuerza nos pintó Cervantes a "Quijano el bueno" que parece haber sido copiado de la vida misma. De ese caso concreto habría de surgir en lo venidero la generalización y el símbolo, mejor aún, el choque de la realidad con el ensueño.
[1] Lope de Vega. Cartas (1604-1633), Ed. Antonio Carreño, Madrid, Cátedra, 2018.
[2] Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha, Madrid, Alfaguara, 2005.
[3] Cervantes. Óp. cit.
[4] Cervantes. Óp. cit.
[6] Miguel de Cervantes Saavedra. Viaje al Parnaso, en Obras completas Vol. II, Madrid, Aguilar,
[7] Cervantes. Don Quijote de la Mancha, ed. cit.
[8] Después del Quijote, en efecto, no se escribieron más libros de esos, y apenas si se reimprimió alguno de los antiguos.
[9] Cuando Cervantes rio de los libros caballerescos, Pulci y el Folengo ya habían reído de la propia caballería andante; pero ni era lo mismo, ni el Quijote se parecía en nada a aquellas desenfrenadas parodias; ni siquiera podemos contarlas como precedentes.
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