El regalo de Takahito

Por Emilienko

Después de pasar ocho días en Portugal, abro la puerta de mi casa preguntándome si Takahito, el japonés con el que llevo viviendo un par de meses, se habrá acordado de regar las plantas todos los días, como le dije.
La casa se encuentra en buen estado, pero llena de japoneses con kimono, que me miran interrogantemente, sin comprender quién soy yo ni por qué tengo una llave de ese piso. Sorprendido, saco la llave inglesa del cajón de las herramientas; no sé qué hace toda esa gente en mi casa y quizás tenga que defenderme de alguna manera.
Conforme me voy acercando a mi dormitorio, siento cómo un cada vez más intenso y dulzón olor a hachís sale por debajo de mi puerta. Llego al patio y las plantas están muy bien; Takahito las ha regado, pero el agua del jacuzzi del patio está hecha una porquería.
Por fin veo a Takahito, se acerca a mí tambaleándose: está colocado. Comienzo a gritarle que qué ha estado haciendo en mi casa durante mi ausencia. Mi inquilino se hace el ofendido y le pido que haga sus maletas y se vaya.
Mientras vigilo como empaqueta, tres japonesas y un japonés, entran desnudos a mi jacuzzi y, al más puro estilo "Memorias de una geisha", me invitan a unirme a ellos. Declino su invitación, indicándoles dónde pueden encontrar baños económicos en mi ciudad y, mientras lo hago, caigo en la cuenta de que yo nunca he tenido un jacuzzi en mi patio.
-El jacuzzi es un regalo de Takahito -responde una japonesa desde su baño de burbujas, como si pudiera leerme el pensamiento. Con el dinero que ha ganado tras organizar fiestas diarias "de carácter sexual" en tu casa, también te ha regalado un kilo de hachís y otro de opio, para que te los fumes tranquilamente.
Me despierto en un hotel del centro de Lisboa. Se terminan las vacaciones, me toca volver a casa. Mientras hago la maleta, ruego ya no sólo por que Takahito me haya regado las macetas, sino también por que no haya realizado orgías orientales en casa.