Con un planteamiento narrativo original, muy teatral, pero que permite potenciar el trabajo de los actores, la película asiste (mediante largas tomas y escenas minuciosas) a la tensión que se produce entre una pareja que ha decidido divorciarse pero --por motivos económicos-- se ve obligada a seguir conviviendo bajo el mismo techo. Sin embargo, ahondar en las causas de esta situación inicial no es en absoluto uno de los objetivos de la película; no es ni una metáfora crítica de los tiempos actuales ni un posicionamiento a favor de una de las partes en conflicto. La realidad inapelable --más que plausible-- es que Marie y Boris deben seguir viviendo en la misma casa (él en un estudio, ella en la habitación matrimonial), sobrellevar el día a día con sus hijas e intentar repartirse sus vidas como cualquier pareja de "ex". Pero es que además deben regular el acceso y el uso de los espacios comunes, y todo ello sin olvidar que esa situación en una preparación para dar el salto definitivo: la separación de los bienes, el reparto de despojos.
He experimentado en primera persona el encabronamiento mutuo que preside las primeras semanas de cualquier ruptura sentimental, y debo confesar que no he encontrado nada en la película de Lafosse exagerado o dramatizado con fines de lucimiento ficcional; más bien al contrario: se trata de una sucesión de momentos cotidianos que se resuelven cada vez de forma imprevista y diferente (enfado, alegría, sexo, miedo, incomodidad). Después de nosotros es un fragmento de vida con un suceso de sobra conocido que la cámara se limita a mostrar: los días sin avance, las escaramuzas incontrolables con las niñas delante, los instantes raros, la felicidad fugaz que uno no quiere experimentar pero se le escapa, el deseo sexual que todavía no ha cesado (el cuerpo tarda mucho más en aceptar los cambios que exige la mente)... Así hasta que un imprevisto (quizá la única concesión al drama artificial de toda la película) consigue desatascar un conflicto que nadie quiere resolver pero tampoco prolongar. Un buen filme es aquel que provoca sin esfuerzo una conversación posterior; el de Lafosse es casi imposible que mantenga a nadie en silencio...