El rescate de un niño muerto

Por Pedsocial @Pedsocial

Las desgracias, como acontecimientos, tienen la tendencia a convertirse en sucesos. Y los sucesos, a su vez, en noticias. Años de pasarnos por redacciones de periódicos y emisoras de radio nos han enseñado que hay un espacio para los sucesos: las crónicas de sucesos, en su mayoría de carácter luctuoso. Pero también nos enseñaron que no todos los sucesos son noticia. Y que, en general, los sucesos dejan de ser noticia en cuanto aparecen otro nuevos.

Pero las cadenas de televisión tienen otros principios. A pesar de la enorme ventaja o complemento de las imágenes y, aún más, de las imágenes en movimiento que ofrece la televisión en directo o en diferido, la exposición de las noticias no ha conseguido separarse de la parte de espectáculo que la televisión tiene heredada del cine. Los noticiarios en el cine, que habitualmente aparecían como complemento del espectáculo cinematográfico, perdieron su espacio con la aparición de la televisión. De memoria más o menos infausta por su parcialidad y culto al estado nacional-católico del franquismo estuvieron los Noticiarios y Documentales, el No-Do, que durante décadas parasitó nuestra atención en los tiempos en blanco y negro de la dictadura.

La mezcla de la batalla por la audiencia con la necesidad de cubrir todos los horarios durante las 24 horas del día han conducido al esperpento de convertir en noticia cualquier suceso  y, como su evolución se prolongue en el tiempo por la razón que sea, instalar el suceso como acontecimiento histórico de continuidad, genere o no hechos noticiables. Los canales generalistas privados extienden sus programas de noticias intercalados con paneles de coloquio, transmitiendo la actualidad desde corresponsalías como si de un evento continuo, como un partido de fútbol, se tratara.

Lamentable y vergonzante ha sido el tratamiento concedido al rescate de un niño pequeño precipitado en un pozo de pequeño diámetro abandonado, durante las dos semanas que ha tomado la recuperación del cadáver. Algunas cadenas mantenían una imagen continua en un recuadro incluso cuando era evidente que no había actividad alguna en el lugar, mientas los contertulios pontficaban desde su habitual ignorancia sobre el hecho, sus orígenes y su evolución.

Todo ello coincidía en el tiempo con las lamentablemente tremendas situaciones de los emigrantes africanos ahogándose en las aguas del Mediterráneo, junto con los impedimentos administrativos gubernamentales a autorizar la salida al mar de los barcos de organizaciones dedicadas al rescate de náufragos.

Un niño muerto bajo tierra origina una atención que varias docenas de niños ahogados no tienen porque filmar las olas de mar que los ha engullido tienen poco atractivo. Solo si esas olas empujan un cadáver a la orilla como el de Aylan Kurdi, el niño sirio hallado muerto en una playa del mar Egeo hace dos veranos, alcanzan el espacio de los noticiarios.

En catalán se emplea la frase “…deberíamos hacérnoslo mirar“, mejor o peor traducida de la idea de que ciertas realidades merecerían atención facultativa. Quizás lo que debemos es precisamente no mirar. No regalar nuestra atención a las truculencias del morbo televisivo. A lo mejor conseguimos que, al disminuir las audiencias, los desalmados directivos de las cadenas y los malos periodistas que les obedecen renuncien a su perversidad interesada. Especialmente cuando se trata del dolor y la muerte de niños.

X. Allué (Editor)

(Imagen de archivo de la Guardia Civil)