Lugar, la taberna en la que nos juntamos por las tardes para jugarnos cuatro garbanzos y un par de céntimos de euro al tute.La hora del suceso –¡me encanta la novela negra, para qué lo vamos a negar!-, sobre las diez menos veinte de la noche, y el culpable, un partido de fútbol, unos cuantos vocingleros, y mi compadre, el Matías.
Jeremías, el dueño de la taberna ‘La flor de Valdepeñas’, esa donde nos damos cita los parroquianos habituales, ha puesto una tele de esas para ciegos de no sé cuántas pulgadas, y también se ha abonado a una cosa de esas de pago para ver el fútbol. Total, que la semana pasada se ve que había un partido de los que llaman gordo. Tenías que ver cómo aullaban los unos y los otros, agrupados según sus colores. Conforme el partido avanzaba, la cosa empezó a ponerse tensa, y los gritos se transformaron en algún que otro ‘te vi a arrancá los ojos como te coja’ desde un bando, a lo que se respondía desde el contrario ‘como me levante te meto un zumbío que te estallo los ojos’, y demás florituras gramaticales. El Jeremías, que hasta entonces tenía un semblante muy emocionado –vendía quintos de cerveza como churros, y la caja de ese día prometía-, se empezó a preocupar visto el cariz de los acontecimientos. Hasta que llegó el penalti. Y la gloriosa actuación del Matías.
-¡Os vais a reír de vuestra (omito el insulto, por razones obvias) madre!
Aún no nos deja entrar. Y de eso ya han pasado quince días. Y al Matías se le ha prohibido ad eternum -de chico, el Jeremías estuvo de monaguillo en la iglesia de su pueblo-. Además, le ha dicho que le piensa cobrar la reparación de la tele y no sé cuantas cosas más por daños y perjuicios.
¡Ah! El Matías se quedó sin Smartphone como yo sin abuela. Aunque eso es otro cantar.
Pues eso, como siempre, vuestro amigo Argimiro, el Garantizador, que lo mismo os aseguro un Smartphone –el Matías no tenía asegurado el suyo- que un iPad o una cámara de fotos.