Los que seguís habitualmente estas líneas vais conociendo el percal con el que me junto. Especialmente mi compadre, el Matías. Una alhaja, el tío. Y como bien os conté el lunes, no hace mucho se quedó sin Smartphone por hacer el ganso en la taberna del Jeremías. Total, como de envidioso tiene un rato, y al ver mi Aifon, no tardó en comprarse uno. El Matías anda bien de cuartos, y además tiene una pensión muy maja, así que no le escoció mucho la adquisición. Hasta ayer.
-¡Opacandastail! –repetía enfervorizado, el amigo.
En estas, se pone a grabar con el aifon a los que estaba pegando cabriolas. Y cuando llega el momento de coger las riendas como si la mula estuviera abrevando, al tercer bote pasó lo que se veía venir. Sí, alguno también lo ha adivinado. Sois gente lista, desde luego. El aifon, al suelo. Ni dos días tenía el cacharro. El Matías lo ve en el suelo, apesadumbrado, y también la mujer, la Virtudes, que al contemplar la escena se acercó raudo a él y le estampó un cogotazo mismamente que si quisiera matar un conejo.
-¡Gañan, que eres un gañan! ¿O es que crees que los regalan? –le dijo antes de volver a la tertulia que mantenía hasta entonces con otras mujeres, que a partir de entonces, y con la connivencia de la Virtudes, empezaron a ponerlo de vuelta y media.
El Matías que me viene y me lo enseña todo compungido.
-¿Lo tenías asegurado? –le pregunté.
El Matías meneó la cabeza y después miró de reojo a la Virtudes, que le lanzaba cada miradita. Me volvió a mirar, como buscando consejo y consuelo, y la reacción me salió del alma:
-¡Opacandastail!
Pues eso, si no queréis que os pase lo mismo que al Matías, asegurad ese aifon que tenéis, por Dios, por lo que pueda pasar. Os lo recomienda vuestro amigo Argimiro, el Garantizador.