El romántico gesto de un pintor agradecido y el reconocimento tácito y desconocido para otro.

Por Artepoesia

¿Qué peor pesadilla puede sufrir un pintor que no poder ver jamás? ¿Habrá algo peor en el mundo para un creador de imágenes artísticas? Eso fue, sin embargo, lo que le llegó a suceder al pintor romántico sevillano Antonio María Esquivel (1806-1857). A los treinta y tres años sufrió una enfermedad cuya consecuencia fue que sus ojos ahora no podrían mirar. Había marchado antes muy joven a Madrid, donde formaría parte de la prestigiosa Academia de San Fernando. Fue además uno de los promotores por aquellos años -1837- del Liceo Artístico y Literario de Madrid (1831-1851), una sociedad intelectual que solo duraría veinte años, y donde los poetas y pintores soñaron ya con poder compartir así, con una misma  inspiración, toda esa creación emotiva y más romántica del mundo. Pero, al sentir de pronto el pintor que su único sentido de vivir podría ir desapareciendo poco a poco, decidió regresar a su ciudad natal en 1839. Deprimido por completo, hasta intentaría suicidarse arrojándose por entonces -románticamente- al río Guadalquivir.
Pero, sus colegas poetas, literarios y pintores de ese Liceo comprendieron entonces que el gran pintor romántico, ahora sin sus ojos, no podría ya vivir así, ni crear, ni ser nada. Juntos acordaron todos colaborar para contribuir en el tratamiento que un médico francés especialista ofrecía para sanar la enfermedad ocular del pintor. Enfermedad que hubiese acabado definitivamente con la visión y, en consecuencia, con las maravillosas obras de Arte que Esquivel realizara luego, entre 1840 y su, sin embargo, temprana fecha de desaparición. En 1846 decidió pintar una obra de gran dimensión, con todos los amigos poetas y pintores que, siete años antes, habrían de alguna forma participado en la ayuda que motivó la curación de sus ojos. Eran tantos que, ante la imposibilidad de juntarlos a todos, los imaginaría ahora a cada uno de ellos en el estudio que en Madrid tuviese por entonces. Y así los pintaría, muy agradecido y satisfecho, demostrándolo además así, con su gesto aquí en el lienzo, ese de detener ahora su creación para escuchar, atento, las románticas y líricas palabras del gran poeta Zorrilla.
La gran obra, única en su género de un grupo pictórico formado por una agrupación profesional -en este caso poetas y pintores-, recuperaría la costumbre de la pintura barroca holandesa de siglos antes, donde los gremios profesionales se hacían retratar con los elementos propios de su trabajo. Aquí, el pintor Esquivel logrará crear esa atmósfera literaria muy romántica donde un poeta leerá su obra ante todos los demás. Las palabras no se verán aquí, las presentiremos; serán, ahora, todas aquellas que queramos escuchar en nuestra mente, esas mismas desde las conocidas estrofas líricas de nuestro recuerdo, o del estribillo poético repetido ya por una inspirada memoria. Pero, sin embargo, el pintor debía homenajear también a la pintura. Esta agradecerá, aquí con el gesto detenido del pintor, a todos los demás con el silencio de sus pinceles. Pero, pronto, veremos además las imágenes ubicadas en las paredes y en los caballetes del estudio, donde el creador ahora conseguirá también hacer ver ya la maravillosa esencia de su Arte.
Algunas obras de Arte mostrará aquí el pintor en su estudio retratado. Un estudio ahora imaginado, pero donde los cuadros elegidos para ser retratados incluirán aquí obras suyas -del propio pintor Esquivel- como obras ajenas de otros pintores y de otras épocas. Como el cuadro que se verá a la derecha de la obra, El Martirio de San Andrés. Esta obra manierista fue realizada ya por el desconocido pintor Luis Tristán (1585-1624) en el primer cuarto del siglo XVII. Una obra que, a lo largo del siglo XX, quedaría olvidada y desconocida en el silencio resguardado de un museo antillano. La historia empieza con la duda de la autoría de la obra que, en algún momento del siglo XX, se catalogaría como de Ribera. Fue a mediados de ese mismo siglo cuando se determinó ya al autor como Luis Tristán, un pintor manierista toledano que fuera alumno nada menos que de El Greco, el único que tuvo -además de su hijo- el insigne creador manierista cretense. 
Este pintor toledano crearía varias obras de la misma temática -El martirio de San Andrés-, pero solo este lienzo, que aparece aquí en la obra romántica de Esquivel, tendrá las dimensiones que en el propio cuadro romántico se vislumbrará, 279 cm x 173 cm. Un inmenso lienzo que puede apreciarse ya, cuando se verá aquí su grandiosidad por el tamaño que Esquivel le imprimirá en su obra. Y, ¿por qué este cuadro dejó de ser conocido luego, sobre todo a partir de finales del siglo XIX, de los pocos o muchos trabajos que hiciera ya Tristán? La historia es que la obra pertenecería a uno de aquellos amigos del pintor sevillano, de esos poetas que le ayudasen en su enfermedad, y que el pintor retratará agradecido en su gran obra -a la derecha de Zorrilla-, José Güell y Renté. Este poeta, periodista y político español había nacido en la Habana, Cuba, en 1818 de padres catalanes que residían allí. Fue muy activo en política gracias a su matrimonio morganático con la hermana -Luisa Carlota- del rey consorte de España por entonces, Francisco de Asís de Borbón. 
En 1852 donaron José Güell y Luisa Carlota el cuadro al Colegio de Belén de la Habana, que por entonces pertenecía a la Compañía de Jesús. Luego, con la revolución cubana de 1959 fue enviado al Museo de Bellas Artes de la Habana, donde se encuentra en la actualidad. Pero, posiblemente, nunca una obra de Arte haya contribuido tanto a dar a conocer mundialmente un lienzo tanto, como lo hiciera ya el romántico cuadro de Esquivel del manierista cuadro de Tristán. Y, siguiendo ahora con el mismo motivo, nunca un agradecimiento a una generosa actitud tan humana haya tenido, a su vez, tanta razón de elogiar algo para no sólo ya homenajear el maridaje de la poesía y la pintura, sino el de eternizar una obra dentro de otra para reivindicar así su existencia y la de su autor. Luis Tristán aprendería de El Greco esa forma de componer las figuras tan propias del maestro. Pero luego derivaría el pintor hacia el Barroco, ese otro estilo tan diferente, hacia esa otra forma de crear, una que superara ya el manierismo para siempre. En su obra La última cena, de 1620, se observan ya los dos estilos casi juntos en una misma obra. Por un lado el gesto aquí greconiano tan propio de sus figuras humanas, pero por otro el acabado tan naturalista conseguido de los restantes elementos de la escena, la mesa, el perro, las vituallas, y hasta el mantel desplegado aquí con las perfectas arrugas, ahora barrocas, de su desdoblamiento.
(Óleo romántico del pintor Antonio María Esquivel, Los poetas contemporáneos, una lectura de Zorrilla, 1846, Museo del Prado; Autorretrato, Antonio María Esquivel, 1856, Museo del Prado; Óleo Nacimiento de Venus -Venus anadiómena-, 1842, Antonio María Esquivel, Museo del Prado; Fragmento de la misma obra Nacimiento de Venus, Antonio María Esquivel, Museo del Prado; Detalle de la obra Los poetas contemporáneos, imagen representando la obra El Martirio de San Andrés de Tristán, 1846; Imagen del lienzo original El Martirio de San Andrés, ca.1624, del pintor manierista español Luis Tristán, Museo de Bellas Artes de la Habana; Cuadro La última cena, 1620, Luis Tristán, Museo del Prado; Obra María Magdalena, 1616, del pintor Luis Tristán, Museo del Prado; Retrato de anciano, 1624, de Luis Tristán, Museo del Prado, Madrid.)