El Arte tiene la infinita virtud de lo recreado. No es más el Arte que realidad suplantada por la sensación majestuosa de lo inventado, de lo calculado, de lo inspirado o de lo atronador a veces. Y todo eso con los rasgos de una verosimilitud muy vinculante, una realidad representada así para poder producir, en una mente abierta a los asombros, otra dimensión humana muy diferente y traducida ahora por la alteridad de un universo íntimo, indolente, distante, abierto y desmitificador. El Arte nos servirá entonces para llevar a cabo un golpe emocional contrario que nos haga reaccionar ante lo trágico con el suspiro sublime de unas formas armoniosas. La infinitud del universo artístico es ahora ese sistema referencial salvador que viene a seccionar el cruel momento tan delimitado por el abismo indecente de un presente aterrador. Porque el presente, sin embargo, no es nunca clarificador de la sintonía tan diversa de un mundo universal sin límites. Por esto mismo el Arte nos confundirá a veces, porque tiene límites... No podremos obviar ese límite, es un espacio delimitado así por las aristas físicas de su limitada realidad iconográfica. Pero la grandeza del Arte estará en eso precisamente, en poder transmitir cosas tan diversas a las meramente representadas en tan poco espacio. Muchas cosas o infinitas cosas en el entramado tan indefinido de un cuadro acotado ahora por sus distancias tan cortas. En esto mismo se parecerá a la vida en ocasiones. Cuando padecemos cosas lastimosas se materializarán así en el limitado escenario de nuestra limitada realidad tan condicionada. Entraremos entonces en el reino infame de lo presente, que nos absorberá ahora, despiadado, para no llegar a comprender que la realidad, sin embargo, siempre es algo fluido, dinámico, evolutivo, cambiante y sorprendente.
Los creadores artísticos de emociones vinculantes, que nos obligan ahora a pensar ante la belleza parcial de un instante tan hiriente, pueden conseguir o no hacernos llegar a ver, antes o después, el mensaje sutil de una contradicción estética no resuelta del todo en nuestro mundo. Esta es la contradicción de la emoción de la belleza. Porque la belleza inspirada en un instante no es nunca ni triste ni desoladora ni espantosa. Y no lo es por la propia naturaleza de la belleza y del instante: absolutamente cosas evanescentes consecuencia de la propia sensación tan fugaz que lo produce. Cuando percibimos una belleza es exactamente igual que cuando presentimos una emoción, solo estarán motivadas por el momento fugaz de su sentido temporal tan sublime. Es el presente el que recrea ahora la emoción y la belleza. Pasado ese momento, ni lo uno ni lo otro permanecerán así jamás. El pintor holandés Josef Israël (1824-1911) perteneció a un periodo artístico holandés impregnado tanto de realismo como de intimismo y de impresionismo. De origen sefardí, Josef Israël abandonaría pronto los grandes personajes históricos representados para componer seres anónimos perdidos entre las profundas limitaciones de sus vidas. En el año 1878 crearía su obra Sola en el mundo. Y en esa representación artística que hace en su obra estará toda la explicación anterior de la contradicción de lo limitado y de lo infinito; de la contradicción de lo bello y de lo que no lo es; de la contradicción de lo doloroso y, al mismo tiempo, de lo grandioso... En una humilde habitación decimonónica una joven llora ahora desolada ante el cuerpo moribundo de su padre. Esos elementos iconográficos ubicados en el espacio limitado de la obra determinan también ahora la emoción y la belleza que el pintor desea transmitir.
Y lo consigue principalmente con la imagen definida, emotivamente vinculante, de una joven y su padre. De pronto surge aquí la soledad ante el hecho inapelable de la muerte. Pero ese hecho no lo vemos ahora bien, puede estar enfermo, puede estar dormido, o puede que ella se lamente así ahora por otra cosa. Pero el pintor lo deja claro, sin embargo, con su título aplastante. Ahora, aquí, es la definición que elegiremos para establecer así una cosa cierta: la vida nos abrumará inmisericorde ante el hecho inevitable más imprevisto. El pintor recrea ahora su escenario, sin embargo, con una bella serenidad que no corresponde con una alarmante situación como esa. El orden, la adecuación de las cosas, la perfección de la atmósfera del cuarto, están ahora desentonando ahí con esa entropía tan espantosa. Hasta podríamos imaginar el poco ruido que la escena destilase ahora entre sus sombras. Las cosas representadas en una obra de Arte son como los elementos de una ecuación prodigiosa: nada estará de más ni de menos para poder así despejar la incógnita. Aparecen en el cuadro impresionista una mesa y dos sillas, con lo que deducimos que nadie más habitará en la estancia. Aparece un armario que resguarda cosas o las distrae así de un área vital tan expedita. Ahí además un reloj de pared a la derecha del lienzo. Es el tiempo, una magnitud ofensiva y limitante de muerte, pero también abierta y descollante poderosa de vida, algo que no hace más que recordarnos dos cosas contrapuestas: la negativa de mirar hacia el momento presente y su esencia ofuscadora, o la positiva y su esencia de pensar ahora que todo pasa y nada es importante.
Luego vemos en el suelo un libro abierto junto a la joven solitaria, es ahora aquí el pensamiento puesto en palabras para recordarnos las ideas que hacen diferentes las cosas del mundo. Hay una escalera de pie a la izquierda de la obra. Eso es lo que parece. La simbología es aquí ahora lo importante. El sentido práctico en el Arte no es para nada nunca relevante. Está ahí para elevarse, para subir, para desterrar con ella el presente mortal de un instante amordazante. Pero, hay algo en la obra de Arte aún mucho más significativo para descomponer esa aparente realidad tan dramática. Es el ventanal descorrido y poderoso del fondo que no sólo iluminará la estancia, sino también cualquier espíritu entumecido ahora por un momento tan duro y paralizante. Es ahora la ventana a través de la cual veremos un mundo diferente apenas definido ahí por los marcos divisionarios de una realidad distinta. Así, ahora, todo momento presente se escapará maldecido ya por ese enlace luminoso hacia el universo infinito y poderoso. Nada hay más falso y obtuso que la sensación que define la forma del tiempo que delimita ahora un momento como el único momento del mundo. El reloj nos lo recuerda perenne: la vida fluye alarmante siempre y los instantes serán la suma poderosa de un momento tras otro. Por eso la luz que penetra en la estancia ilumina claramente las cosas que la obra define ahora como eternas e insondables. El sentido es justo ahora aquí recomponer una infame frase con la fuerza indefinida de ese mundo diferente... Con él, con ese mundo de luz que entra ahora por la ventana vinculante, el pintor nos describe así otra contradicción más en la obra y en la vida. Que es el mundo ahora aquí el que, por una bella refracción de luz, estará así junto al sujeto para siempre, que no habría nunca dejado antes de estarlo, y que, luego, el tiempo, tan solaz como indolente, volverá una vez más siempre así a recordarlo.
(Óleo Sola en el mundo, 1878, del pintor holandés Josef Israël, museo de Ámsterdam, Rijksmuseum.)