Broncearse es una respuesta de defensa contra las agresiones de las radiaciones ultravioletas. Tenemos la capacidad de broncearnos determinada genéticamente. Y aunque queramos, no lo hará más aplicando un bronceador. Lo único que conseguiremos es dañar la piel. Y no deseamos que esto le ocurra a nuestro cuerpo.
Hay una relación directa entre las horas de sol a lo largo de la vida y la frecuencia del cáncer de piel. El epitelioma es un cáncer que, si se trata precoz y adecuadamente, es curable.
Con los niños hay que extremar los cuidados. Desde los seis meses de edad se puede tomar el sol si se hace con todas las precauciones. Deben utilizarse filtros de protección solar. Un filtro es una pantalla que protege la piel contra las radiaciones más dañinas.
Mejor un sombrero de ala ancha que una gorra que solo tapa la frente y el cuero cabelludo para protegernos del sol. El sombrero de ala ancha proyecta una sombra sobre la cara de 8 a 10 cm.
Hay un horario desaconsejado para tomar el sol que es cuando la sombra que proyectamos en el suelo es más corta que nuestra altura. Sombra corta, significa riesgo alto.
Para protegernos del sol no hacen falta grandes cantidades de crema en la misma zona, sino que apliquemos la crema 30 minutos antes de la exposición al sol, bien esparcida y por todas las zonas expuestas, sin olvidar las orejas y el cuello. Debemos aplicarla de nuevo cada 2 horas, o con más frecuencia, según la actividad.
Si tenemos muchos lunares por el cuerpo (de tamaños y colores diferentes) están más predispuestos a desarrollar un melanoma. Nuestro consejo en este caso es consultar con el dermatólogo.
Ante cualquier exposición prolongada al sol es necesario examinar la piel, observar si se producen cambios en la pigmentación, buscando nuevas manchas o lunares, no importa su tamaño. O cambios de tamaño en los ya existentes. Aunque la mayoría son benignos, en este como en todos los casos, un diagnostico precoz es importante para detectar y curar un posible melanoma.