Podemos afinar un poco más nuestro estudio sobre el comportamiento haciendo ingresar unos conceptos que resultarán sencillos y operativos. Así pues, llamamos “paisaje de formación” al conjunto de grabaciones que configuran el substrato biográfico sobre el que van sedimentando hábitos y rasgos básicos de personalidad. La formación de ese paisaje comienza en el nacimiento.
Las grabaciones estructuradas básicas comprometen no sólo a un sistema de recuerdos sino a tonos afectivos, a una forma característica de pensar, a una manera típica de actuar y, en definitiva, a un modo de experimentar el mundo y de actuar en él.
La estructuración que progresivamente vamos haciendo del mundo que nos rodea está fuertemente influida por esa base de recuerdos que comprendió objetos tangibles, pero también intangibles como valores, motivaciones sociales y relaciones interpersonales. Podemos considerar a nuestra infancia como la etapa vital en la que el paisaje de formación se articuló plenamente.
Recordamos a la familia funcionando de distinta manera que en el día de hoy; también se ha modificado nuestra concepción de la amistad, del compañerismo y, en general, de las relaciones interpersonales. Los estamentos sociales tenían, en aquella época, una definición diferente y también ha variado lo que se debía hacer y lo que no (la normativa epocal), los ideales personales y grupales.
En otras palabras: los objetos intangibles que constituyeron nuestro paisaje de formación, se han modificado. Sin embargo, el paisaje de formación se sigue expresando en nuestra conducta como un modo de ser y de movernos entre las personas y las cosas. Ese paisaje también es un tono afectivo general y una “sensibilidad” de época no concordante con la actual.
Debemos considerar a la “mirada” propia y la de los otros, como determinantes importantes de nuestro paisaje de formación. Son numerosos los factores que han actuado en nosotros para ir produciendo un comportamiento personal a lo largo del tiempo, una codificación sobre la base de la cual damos respuestas y nos ajustamos al medio.
La propia mirada sobre el mundo y las miradas ajenas sobre uno mismo, actuaban pues como reajustes de conducta y gracias a todo esto se fue formando un comportamiento. Hoy contamos con un enorme sistema de códigos acuñado en aquella etapa de formación y lo experimentamos como un “trasfondo” biográfico al cual responde nuestra conducta aplicándose a un mundo que, sin embargo, ha cambiado.
Numerosas conductas forman parte de nuestro comportamiento típico actual. A esas conductas podemos entenderlas como “tácticas” que utilizamos para desenvolvernos en el mundo. Muchas de esas tácticas han resultado adecuadas hasta ahora, pero hay otras que reconocemos como inoperantes y hasta como generadoras de conflicto. Y todo esto tiene no poca importancia al juzgar a nuestra propia vida en torno al tema de la adaptación creciente.
A estas alturas se está en condiciones de comprender las raíces de numerosas compulsiones asociadas a conductas iniciadas en el paisaje de formación. Pero la modificación de conductas ligadas a valores y a una determinada sensibilidad, difícilmente pueda realizarse sin tocar la estructura de relación global con el mundo en que se vive actualmente.