El tarot poético prohibido de h. ruano. capítulo 7.

Por Vanessa Vanessa Guízar Marín @PortalEspejo

La suma sacerdotisa, el sol, la luna y la justicia, parte 2.



Tadeo entró a estudiar literatura, como su madre Hilda, de la cual no tenía ningún recuerdo, más que una fotografía de periódico deslavada donde ella estaba caracterizada como la Maga Corvus, némesis del gran “Conde Brujo de Tequisquiapan”. En la universidad se propuso a investigar la manera de acercarse a Abigail, que ya por entonces era una celebridad y por tanto era difícil acceder a su círculo. No obstante, descubrió pronto la clave al escuchar una frase en una charla de corredor: “A la Duarte le gustan jovencitos”.
En una presentación de libro, Tadeo puso todo de su parte para llamar la atención de Abigaíl desde el patio de butacas, y lo consiguió. Al final del evento, se aseguró de ignorarla por completo, mientras todos se deshacían en halagos, y desde luego que ella se interesó en abordarlo en cuanto pudo.
Algo le decía a Tadeo que no tenía que decirle su identidad a esa mujer, y convivir con ella, su séquito y su extraño “asistente” le confirmó que no podía preguntarle por sus padres directamente. Es más, le parecía una mujer peligrosa. Ella, no obstante, ya lo había reconocido, pero tampoco dijo nada. Optó por sacar a colación el tema de Hilda e Iván de manera casual y hacer como que ella sabía lo mismo que el resto de la ciudad. Sin embargo, cometió un error porque Tadeo se alejó de ella. Él la obsesionaba como ningún hombre, por ese magnetismo casi mágico que había heredado de su madre, mismo por el cual la odió a ella.
Pero ninguna de las pasiones de Abigaíl era tan fuerte como la que sentía por el control. Sabía que si le hacía saber que jugaría otra vez al tarot poético, Tadeo aparecería de nuevo en su casa. Desde que llegaron al supuesto taller de poesía, Abigaíl se dio cuenta de que Iris y Jacobo eran importantes para Tadeo.
Tadeo entró a estudiar literatura, porque sintió que eso lo acercaría de algún modo a su madre Hilda, de la cual no tenía ningún recuerdo, más que una fotografía de periódico deslavada donde ella estaba caracterizada como la Maga Corvus, némesis del gran Conde Brujo de Tequisquiapan. En la universidad se propuso a investigar la manera de acercarse a Abigail, que ya por entonces era una celebridad y era difícil acceder a su círculo. No obstante, descubrió pronto la clave, al escuchar una frase en una charla de corredor: “A la Duarte le gustan jovencitos”.
En una presentación de libro, Tadeo puso todo de su parte para llamar la atención de Abigaíl desde el patio de butacas, y lo consiguió. Al final del evento, se aseguró de ignorarla por completo, mientras todos se deshacían en halagos, y desde luego que ella se interesó en abordarlo en cuanto pudo.  Algo le decía a Tadeo que no tenía que decirle su identidad a esa mujer, y convivir con ella, su séquito y su extraño “asistente” le confirmó que no podría preguntarle por sus padres aún. Le parecía una mujer peligrosa. Ella, no obstante, ya lo había reconocido, pero tampoco dijo nada. Optó por sacar a colación el tema de Hilda e Iván de manera casual y hacer como que ella sabía lo mismo que el resto de la ciudad, mientras revisaba de reojo la reacción de él. Sin embargo, cometió un error porque Tadeo se alejó de ella, y él la obsesionaba como ningún hombre, por ese magnetismo casi mágico que había heredado de su madre, mismo por el cual la odió a ella.
Pero ninguna de las pasiones de Abigaíl era tan fuerte como la que sentía por el control. Sabía que si le hacía saber que jugaría otra vez al tarot poético y que él estaba en el pequeño grupo de seleccionados para participar, Tadeo aparecería de nuevo en su casa. Sucedió tal como lo predijo, y desde que llegaron al supuesto taller de poesía, Abigaíl se dio cuenta de que Iris y Jacobo eran importantes para Tadeo, por lo que su siguiente movimiento fue sasegurarse de volverse cercana a ellos.
Bernardo Lucena era otro de los "jovencitos de la Duarte" y estaba que no cabía de la emoción la noche que empezaron a jugar, pues el sería el primero. Sus cartas le indicaron que "Una vez en lo alto de la Torre-se entregará a los brazos helados-cuando la Emperatriz reciba altos honores".
Cuando anunciaron que a Abigaíl le darían un premio importante, Lucena supo que había llegado su momento. La tarde de su muerte, Abigaíl y Paulino se aseguraron de que cumpliera con su parte de la poesía colectiva. Una vez parado en el borde de aquella torre del convento, de espaldas al abismo, Bernardo, a pesar de que había bebido una botella entera para envalentonarse, comenzó a llorar. Tenía miedo y no quería saltar. Abigaíl se impacientó.
--De todas formas Paulino te va a empujar. Tú verás si quieres morir como un cobarde o como el poeta trágico y sensible que yo sé que quieres ser. Te has comprometido con tu arte todos estos años, ¿no vas a arruinarlo todo en el último momento, verdad querido?
Bernardo apretó los puños temblorosos y se dejó caer hacia atrás.
CONTINUARÁ...