Hasta que no acaba la película, no se ven con claridad las ideas fuerza que propone Sirât (2025): 1) puedes interponer todas las barreras --mentales, sensoriales, estéticas y/o racionales-- que quieras, que al final el dolor físico se las apañará para alcanzarte. Es más: no hay atajos para superarlo, ni podrás mitigarlo con trampas cognitivas, drogas o estímulos aparentemente extremos, como los que ofrece la escenografía sensorial y mental del trance; 2) tu sufrimiento, ese que te parece intolerable y único, desde fuera no se distingue del de los demás. La película, en cambio, impacta sobre todo por la escena inicial de la rave y por el acercamiento a una subcultura escasamente conocida (exceptuando esa idea del exceso sensorial y el fiesteo sin límites); tampoco ayuda el nulo desarrollo de los personajes o la construcción dramática el algunas escenas fundamentales. Todo lo llena la crónica banal de un itinerario por el desierto en un país que se desmorona y la cuidada fotografía de un paisaje espectacular que homenajea --aunque sólo sea por la coincidencia del paisaje-- a títulos clásicos como Vidas rebeldes (1961) o Lawrence de Arabia (1962). Laxe, fiel a su estilo, sigue convencido de que con la identificación sensorial es suficiente para comunicar, y por eso el guión puede limitarse a ser una sucesión de instantes en el tiempo, sin hitos, sin momentos definitorios, sin itinerario moral… Sin duda, las audiencias proclives al emotivismo responden bien a este cine sin apenas contenido.
Sirât reafirma a Laxe como cineasta estético-emotivo antes que narrativo, en la línea de los Kaurismäki, Lanthimos, Sorrentino, Chazelle, que tanto gustan a la crítica espesa. El éxito de este tipo de películas dice mucho sobre las preferencias del público actual y por dónde van las tendencias temáticas y estilísticas. La gran ironía es que este pendulazo hacia lo sentimental y la expresividad en grado superlativo acerca a estas audiencias a las que hipnotizó, descolocó o incomodó la segunda parte de la película en el sendero del cine ético, olvidado y superado de directores como Ingmar Bergman. Espero que este sucedáneo de autenticidad que proponen filmes como Sirât y que encandila mayoritariamente, sirva de estímulo para, más adelante, buscar algo más fuerte y sumergirse en historias que no se queden chapoteando en la superficie. Quien sabe si, tras esta explosión sensorial y anímica, asistamos al resurgir de un cine ético, atormentado y anhelante de profundidad dramática.