La operación empieza como todas: una vez el paciente ha sido anestesiado, colocado y sujetado a la camilla -una peculiar, sin patas, a la altura de los pies, para lo que se verá después- un ligero olor a quemado indica que los bisturíes eléctricos están en acción para despejar la vía de los médicos hasta la columna del paciente. Pero cuando ya se ha despejado el campo de acción para los cirujanos, estos se retiran y un enorme escáner circular -el donut, lo llama Manuel de la Torre, jefe del servicio de Neurocirugía del hospital La Milagrosa de Madrid- entra en escena. El técnico, siguiendo las instrucciones del médico, detiene el aparato, llamado O-arm, sobre la zona a intervenir, y en una pantalla se ven las imágenes que toma, primero desde la espalda del hombre, luego desde su costado. El dispositivo es un círculo de más de un metro de diámetro que se desplaza, como si enhebrara, alrededor de la camilla con el enfermo.
Cuando ya se ha definido la zona que interesa operar, el quirófano se queda casi vacío -no hay por qué someterse a más radiación de la estrictamente necesaria, indica De la Torre-. El aparato hace un recorrido sobre el cuerpo del paciente, y, tras procesarse las imágenes, el resultado se ve en pantalla. La maltrecha columna del hombre se ve en tres dimensiones, con sus hernias, su desviación y sus rigideces.
Esas imágenes son las que van a servir de guía a los médicos que tienen que implantar ocho tornillos y una especie de andamiaje para sujetar la columna de Joaquín Asensio, un hombre de 67 años que, según cuenta apenas tres días después, llevaba cuatro meses con dolores y sin poder caminar más de 200 metros sin sentarse a descansar. El neuronavegador permite ver, sobre la imagen de la columna, la dirección que van a llevar los tornillos antes de que se implanten, e indica si hay que modificar la trayectoria para asentarlos bien o no interferir con zonas dañadas que esté en la parte que no se ve a simple vista de la columna. También es el último control antes de salir del quirófano.
Claro que la maquinaria no evita que sea el médico el que decida "el tamaño del tornillo que se va a poner, ni cuántos o dónde", aclara De la Torre. "Pero ayuda mucho". Y, si hay un inconveniente, para eso está el equipo quirúrgico. Sin olvidar las técnicas más tradicionales. Por ejemplo, cuando el tercero de los tornillos no quiere entrar en el hueso. "¡Qué duros los tiene!", se oye comentar al médico, que pide un martillo para empezar la rosca.
El O-arm (O porque es un círculo que rodea por completo al enfermo; arm, brazo en inglés, porque es una extremidad articulada que sube, baja, avanza, retrocede y gira) no es un aparato más. "En el mundo hay una veintena, cinco o seis en Europa y solo dos en España, este y el del Hospital La Paz, pero ahí apenas lo han usado", dice De la Torre. Ha costado "un dineral" -más de un millón de euros, aparte de la obra que ha habido que hacer para que quepa en el quirófano, indica un portavoz del servicio-, pero compensa. "Aumenta la fidelidad y la exactitud del tratamiento, con lo que mejoran los resultados. Y esto se manifiesta en una drástica reducción del tiempo de la operación y de la estancia en el hospital del paciente, que tiene una más rápida reimplantación en su entorno familiar, social y laboral", dice el médico.
Los datos que maneja el equipo después de unos tres meses de usar el aparato en una treintena de operaciones es que la reducción del tiempo medio de hospitalización después de una cirugía complicada de columna, como la de Joaquín Asensio, es de un 54%, aunque en otras, como las craneales, la reducción baja al 20%, lo que da una media del 34% de ahorro de hospitalización.
Asensio es una buena prueba de ello. Fue operado un martes, y antes de las 48 horas ya estaba caminando por el pasillo del hospital. Y decir caminar es poco, porque parecía que estaba echando carreras. "Lo normal en un caso así es que hubiera estado un par de días más ingresado", dice el médico.
El paciente está encantado. "Ahora ya me han dicho que no podré coger peso, y que algunas de las cosas que hacía, como podar las arizónicas, las voy a tener que aparcar, pero llevo dos días caminando más de media hora por el hospital y no tengo ninguno de los dolores ni el acalambramiento que tenía antes", relata. Pero las expectativas de Asensio van más allá. "Me han preguntado si tengo una bicicleta estática en casa, así que espero volver a hacer ejercicio", dice. "Dentro de 10 días tengo que volver. Me han dicho que podré caminar sin problemas".
**Publicado en "El Pais"