Paul Gauguin se inspiraría una vez en las maravillosas islas polinesias, ahora ante dos jóvenes bellezas de Tahití, lugar en el que se habría refugiado de las difíciles relaciones del pintor con el mundo... En 1892 compuso su lienzo Nafea faa ipoipo, que, traducido, viene a decir ¿cuándo te casarás conmigo...? El postimpresionismo de Gauguin llegó, junto con Cezanne, a conseguir alcanzar en el fin de siglo la más vertiginosa transformación del Arte Moderno. Algo nuevo florecería ya con todo esto. Y no sólo era el color, no, ahora era la transfiguración que con ese color se llegaba a representar en una obra de Arte. Unas emociones desgarradoramente nuevas, no conocidas nunca antes...
Esas mismas emociones nuevas que el siglo XX llevaría a su máximo sentido en casi todo en la vida. En la forma de vivir, de relacionarse, de comprender las cosas de este mundo... Luego, los creadores y las tendencias subsiguientes inspiradas en aquellos llegarían, incluso, mucho más allá, mucho más de lo exclusivamente artístico. El mundo se transformó. Los valores comenzarían a cambiar en casi todo. Hasta que, en los inicios del siglo XXI, por ejemplo, eclosionara ese valor en una venta producida ahora, en este año 2015, para alcanzar aquel lienzo postimpresionista, impulsivo casi, polinesio, tan modernista, el astronómico e inconcebible precio de 266 millones de euros...
Hace dos años, en la Galería Sothebys de Londres, un cuadro del neoclásico pintor -el mejor pintor italiano de ese siglo XVIII- Pompeo Batoni (1708-1787), Susana y los viejos, alcanzaría entonces la cifra de 8,3 millones de euros. Veamos, un momento, es que tengo aquí las dos obras, la de Pompeo y la de Paul, ¿es que esa enorme diferencia es proporcional a su valor...? ¿Es esta la escala de valores existente hoy...? ¿Es que las diferencias serán tantas ya..., que no puedan más que traducirse en esos precios...? Una obra, la del neoclásico Batoni, que tiene además ciento cincuenta años más que la de Gauguin. Representa el Neoclasicismo en su estado más puro. Está todo ahí, en sus reflejos. La composición más perfecta, pero, también, el encuadre más original...
Porque aquí, en esta obra del siglo XVIII, el creador italiano nos presentará la escena desde una aureola oscurecida ya entre la silueta de la fuente hasta la parte más inferior derecha del lienzo. Es como si lo viesemos a escondidas nosotros mismos..., como si viesemos ahora cómo los dos viejos quieren convencer, insidiosamente, a la bella joven. Los colores serán extraordinarios, poderosos, destacados, señalados, definidos. Pero, el azul y el rojo reclamarán ya toda la fuerza que sostiene la escena neoclásica. Aquí, como una cierta -imaginada- anticipación precognitiva del pintor, veremos a una Susana negándose a venderse ya por la cantidad que uno de ellos le ofrece ahora. Toda una metáfora..., una significativa metáfora ya de que lo verdadero, lo más auténtico, no tendrá valor, no podrá comprarse, ni enajenarse...
Un siglo antes de la obra de Batoni, el napolitano Massimo Stanzione (1585-1658) compuso su versión de la leyenda bíblica de Susana. De esta magnífica obra barroca no he podido localizar su ubicación actual, o si alguna vez fue o no subastada... Pero, no estará aquí por nada de esto, no, está aquí por la expresión que consigue ahora el pintor en el rostro del personaje de ella. ¿Hay algo más valorable que eso? De existir algo así, ¿qué valor podríamos asignarle...? Pero, es que existe. Ahí está, aquí lo tenemos, fue realizado en 1643, además... Y hoy, al menos, podemos apreciarlo en esta entrada, con la poca resolución habitual de estas pobres imágenes reproducidas.
Sin embargo, lo veremos, veremos ya la expresión de Susana, una expresión ahora llena de desconfianza, de recelo, de incredulidad incluso, de absoluta desazón cuando esos seres insidiosos la estén tratando ya de convencer para que vea ella las cosas de otra forma... El Barroco aquí en su fragor naturalista, pero, también, con el contraste tan pronunciado como que entre los ocres y los negros relucirá ahora un blanco deseado, virginal, de marfil, puro, transformado por la sensación de inocencia de una belleza decente. Y así mismo, como en esta desconfiada mirada de Susana, el pintor nos adelantó ya por entonces la misma emoción que nuestro sentido pueda ahora llegar a expresar ante las vertiginosas revoluciones veleidosas del valor de las cosas, aunque éstas sean ahora diferentes, aunque sean ahora ya otra cosa...
(Óleo del pintor del Barroco, Massimo Stanzione, Susana y los viejos, 1643; Lienzo Susana y los viejos, del pintor neoclásico Pompeo Batoni, siglo XVIII, Pavía, Italia; Cuadro postimpresionista de Paul Gauguin, Nafea faa ipoipo, ¿Cuando te casarás conmigo...?, 1892, Colección del Museo de Qatar.)