EL VERDADERO MAESTRO ENSEÑA CON EL EJEMPLO La sencillez y contundencia de este principio fundamental, no requiere mayor explicación. Es un consejo antiguo, lleno de sabiduría, y que ha pervivido a través de las edades de la historia. Hoy en día, se ha convertido prácticamente en un adagio popular: “La acción determina cómo pensamos”. El Decadrón afirma – sumándose a otras tantas filosofías de antiguo – que el verdadero Maestro enseña con el ejemplo; es decir, que el poder de su sabiduría se encuentra en la acción, en la obra, como reflejo de sus pensamientos. Un Maestro es vehículo de conocimiento. Y lo debe inspirar primordialmente con su propia vida. Como sabemos, nuestro planeta ha conocido diversos Maestros que despertaron consciencias a miles de almas con su ejemplo de vida. Desde el caso de Buda y Jesús, en tiempos antiguos, a los actos de amor de la recordada Madre Teresa de Calcuta, en nuestros días, hallamos muchos ejemplos inspiradores. Pero es importante decir que, todos, en cierta medida, somos también portadores de ese mensaje y enseñanza. Todos somos Maestros. Bien dice una máxima espiritual: “No hay nadie que por muy sabio que sea, no tenga nada que aprender; y no hay nadie por muy humilde que sea, que no tenga nada que enseñar”. El sentido de recibir un conocimiento no es guardarlo, sino compartirlo. Y la forma de hacerlo llegar a los demás es a través de una aplicación práctica de lo recibido, pues he allí la fuerza de su mensaje y motivación hacia los demás. He allí la esencia de un verdadero Maestro. Jesús decía que al árbol se le reconocería por los frutos. El árbol representa la instrucción, la guía, protección y orientación. Pero son sus frutos los que hablan mejor que él sobre su naturaleza. Es así como se identifica al “verdadero Maestro”. Cuando me inicié en el contacto con la Hermandad Blanca, tuve maravillosas experiencias que hablaban del amor que tenían aquellos seres para con la raza humana. Sus mensajes siempre eran sugerencias y consejos, nunca nos obligaban a aceptarlos; al contrario, nos sugerían meditarlos y discernirlos. Sus enseñanzas alentaban la unidad, la esperanza y la profundización responsable del conocimiento. Eran muy prácticos. Y por lo que fui aprendiendo estos años de contacto, viven plenamente en sus enseñanzas, con su sistema y forma de vida que los conecta con el todo. Ellos saben guardar silencio cuando es necesario. Y saben hacer llegar una información cuando es el momento. Nunca nos prueban más allá de nuestras posibilidades. Y cuando las circunstancias lo permiten, pueden aplicar su maravilloso conocimiento para generar lo que nosotros llamamos “milagros” – como cuando ayudaron a que mi madre se curara de un terrible cáncer al colon –. Son verdaderos magos del conocimiento, pues lo viven y lo desarrollan permanentemente. No sólo descubrí todo ello en los primeros años del contacto. Supe que cada uno de nosotros era parte también de aquella Hermandad Blanca al estar vibrando conscientemente en la luz. En otras palabras, nos convertíamos en una suerte de “pequeños maestros” que pueden lograr grandes realizaciones. El verdadero Maestro es como aquel árbol cuyo fruto es bueno. Esta es una norma que no sólo nos será útil para ser cada día más consecuentes con nuestra misión personal; también nos ayudará a discernir en el mundo a los verdaderos mensajeros. En estos años, aprendí de la Hermandad Blanca estas cuatro verdades sobre la maestría espiritual: 1. Un verdadero Maestro no procura generar dependencias. Procura formar nuevos maestros y no más discípulos permanentes. Su misión no está en formar seguidores, sino consciencias libres. 2. Un verdadero Maestro es humilde por naturaleza. No es perfecto, a pesar de su conocimiento. Puede equivocarse en su sana intención, pero también reconoce el error y lo enmienda con amor y tranquilidad. 3. Un verdadero Maestro no obliga a aceptar sus enseñanzas. Ni impone su punto de vista. Sólo lo expone con amor y sabiduría. Otorga sin juicio alguno el conocimiento y deja que los oídos que están lisltos para escuchar, escuchen. 4. Un verdadero Maestro es coherente en sus actos con lo que dice y enseña. Si no es así, algo no está marchando bien. Básicamente, estas cuatro verdades que aprendí armonizan perfectamente en el conocimiento que encierra El Decadrón: El verdadero Maestro enseña con el ejemplo. ¿Cómo encontrar ese balance? Llevando a la práctica el conocimiento. Entonces llegaremos a un punto en el que no necesitaremos hablar, pues serán nuestros actos el fiel reflejo de que hemos comprendido. La perseverancia, fortaleza, humildad, honestidad y sabiduría, son cualidades fundamentales en cada peregrino que aspira a convertirse en un vehículo de enseñanza para los demás. En un verdadero Maestro. El camino para serlo, para algunos podría resultar largo y difícil, pero así es el sendero que contiene una atenta observación de uno mismo. Y es que el verdadero Maestro es el principal alumno de la vida. Por ello siempre tendrá algo nuevo que enseñar. Y por ello siempre lo hará a través de su ejemplo. Fuente: EL DECADRÓN, LAS DIEZ LEYES ESPIRITUALES DE LA HERMANDAD BLANCA, de Ricardo Gonzales
EL VERDADERO MAESTRO ENSEÑA CON EL EJEMPLO La sencillez y contundencia de este principio fundamental, no requiere mayor explicación. Es un consejo antiguo, lleno de sabiduría, y que ha pervivido a través de las edades de la historia. Hoy en día, se ha convertido prácticamente en un adagio popular: “La acción determina cómo pensamos”. El Decadrón afirma – sumándose a otras tantas filosofías de antiguo – que el verdadero Maestro enseña con el ejemplo; es decir, que el poder de su sabiduría se encuentra en la acción, en la obra, como reflejo de sus pensamientos. Un Maestro es vehículo de conocimiento. Y lo debe inspirar primordialmente con su propia vida. Como sabemos, nuestro planeta ha conocido diversos Maestros que despertaron consciencias a miles de almas con su ejemplo de vida. Desde el caso de Buda y Jesús, en tiempos antiguos, a los actos de amor de la recordada Madre Teresa de Calcuta, en nuestros días, hallamos muchos ejemplos inspiradores. Pero es importante decir que, todos, en cierta medida, somos también portadores de ese mensaje y enseñanza. Todos somos Maestros. Bien dice una máxima espiritual: “No hay nadie que por muy sabio que sea, no tenga nada que aprender; y no hay nadie por muy humilde que sea, que no tenga nada que enseñar”. El sentido de recibir un conocimiento no es guardarlo, sino compartirlo. Y la forma de hacerlo llegar a los demás es a través de una aplicación práctica de lo recibido, pues he allí la fuerza de su mensaje y motivación hacia los demás. He allí la esencia de un verdadero Maestro. Jesús decía que al árbol se le reconocería por los frutos. El árbol representa la instrucción, la guía, protección y orientación. Pero son sus frutos los que hablan mejor que él sobre su naturaleza. Es así como se identifica al “verdadero Maestro”. Cuando me inicié en el contacto con la Hermandad Blanca, tuve maravillosas experiencias que hablaban del amor que tenían aquellos seres para con la raza humana. Sus mensajes siempre eran sugerencias y consejos, nunca nos obligaban a aceptarlos; al contrario, nos sugerían meditarlos y discernirlos. Sus enseñanzas alentaban la unidad, la esperanza y la profundización responsable del conocimiento. Eran muy prácticos. Y por lo que fui aprendiendo estos años de contacto, viven plenamente en sus enseñanzas, con su sistema y forma de vida que los conecta con el todo. Ellos saben guardar silencio cuando es necesario. Y saben hacer llegar una información cuando es el momento. Nunca nos prueban más allá de nuestras posibilidades. Y cuando las circunstancias lo permiten, pueden aplicar su maravilloso conocimiento para generar lo que nosotros llamamos “milagros” – como cuando ayudaron a que mi madre se curara de un terrible cáncer al colon –. Son verdaderos magos del conocimiento, pues lo viven y lo desarrollan permanentemente. No sólo descubrí todo ello en los primeros años del contacto. Supe que cada uno de nosotros era parte también de aquella Hermandad Blanca al estar vibrando conscientemente en la luz. En otras palabras, nos convertíamos en una suerte de “pequeños maestros” que pueden lograr grandes realizaciones. El verdadero Maestro es como aquel árbol cuyo fruto es bueno. Esta es una norma que no sólo nos será útil para ser cada día más consecuentes con nuestra misión personal; también nos ayudará a discernir en el mundo a los verdaderos mensajeros. En estos años, aprendí de la Hermandad Blanca estas cuatro verdades sobre la maestría espiritual: 1. Un verdadero Maestro no procura generar dependencias. Procura formar nuevos maestros y no más discípulos permanentes. Su misión no está en formar seguidores, sino consciencias libres. 2. Un verdadero Maestro es humilde por naturaleza. No es perfecto, a pesar de su conocimiento. Puede equivocarse en su sana intención, pero también reconoce el error y lo enmienda con amor y tranquilidad. 3. Un verdadero Maestro no obliga a aceptar sus enseñanzas. Ni impone su punto de vista. Sólo lo expone con amor y sabiduría. Otorga sin juicio alguno el conocimiento y deja que los oídos que están lisltos para escuchar, escuchen. 4. Un verdadero Maestro es coherente en sus actos con lo que dice y enseña. Si no es así, algo no está marchando bien. Básicamente, estas cuatro verdades que aprendí armonizan perfectamente en el conocimiento que encierra El Decadrón: El verdadero Maestro enseña con el ejemplo. ¿Cómo encontrar ese balance? Llevando a la práctica el conocimiento. Entonces llegaremos a un punto en el que no necesitaremos hablar, pues serán nuestros actos el fiel reflejo de que hemos comprendido. La perseverancia, fortaleza, humildad, honestidad y sabiduría, son cualidades fundamentales en cada peregrino que aspira a convertirse en un vehículo de enseñanza para los demás. En un verdadero Maestro. El camino para serlo, para algunos podría resultar largo y difícil, pero así es el sendero que contiene una atenta observación de uno mismo. Y es que el verdadero Maestro es el principal alumno de la vida. Por ello siempre tendrá algo nuevo que enseñar. Y por ello siempre lo hará a través de su ejemplo. Fuente: EL DECADRÓN, LAS DIEZ LEYES ESPIRITUALES DE LA HERMANDAD BLANCA, de Ricardo Gonzales