Erase una vez hace mucho, pero mucho tiempo, en un pequeño pueblo vivía un zapatero conocido por ser un hombre muy honesto y trabajador. Él se esforzaba mucho en confeccionar zapatos, pero cada vez era más pobre. Tan pobre que apenas tenía para comer. Un día, cuando se dio cuenta, no le quedaba nada más que un pequeño trocito de piel, lo justo para hacer un par de zapatos.Esa noche, antes de cesar, cortó el trocito de piel en piezas. Las utilizaría al día siguiente para terminar los últimos zapatos. Colocó las piezas sobre la mesa cuidadosamente para que no se estropearan.
- Mañana me iré temprano a la tienda para terminar los zapatos. – Dijo. Entonces él y su esposa hicieron una pobre cena y se fueron a dormir.
Al día siguiente, el zapatero y su esposa regresaron a la tienda de zapatos y vieron que las piezas de piel ya no estaban encima de la mesa. Para su sorpresa, había un par de hermosos zapatos nuevos perfectamente hechos. El zapatero miró con detenimiento los zapatos y se dio cuenta que estaban hechos mejor que cuando los hacía él.
- ¿Quién puede haber hecho esto? – Se preguntaron el zapatero y su mujer.
Minutos más tarde, un hombre muy elegante y con sombrero de copa entro a la tienda.
- ¿Puedo probarme estos zapatos? – Dijo el hombre con acento ingles.
El zapatero le ofreció los zapatos para que se los probara. Eran de la talla del señor. Este quedó tan contento por ese par de zapatos que le pago bastante dinero por los zapatos de piel. El zapatero cogió el dinero y con este se compró suficiente piel para hacer un par de zapatos más.
Esa misma noche, el humilde zapatero cortó de nuevo las pieles para hacer los zapatos el día siguiente. Otra vez, colocó las piezas encima de la mesa cuidadosamente para que no se le estropearan y después se fue a casa con su esposa.
Al día siguiente, él y su esposa regresaron a la tienda para hacer el par de zapatos, pero otra vez se llevaron la misma sorpresa. Había un par de zapatos nuevos encima la mesa y esta vez más hermosos que los del día anterior.
Una hora después, un hombre junto a su elegante, refinada y adinerada mujer entraron a la tienda.
- ¡Qué zapatos tan bonitos! Exclamó la mujer. La pareja adinerada estaban tan contentos que pagaron una suma de dinero superior al del hombre del día anterior.
Y noche tras noche iba sucediendo lo mismo. El zapatero cortaba las pieles y las dejaba cuidadosamente encima de la mesa y el siguiente día se encontraba los zapatos más bonitos que había visto jamás.
Unos meses más tarde cuando el zapatero estaba cenando con su mujer, la miró y le dijo:
- ¡Me encantaría saber quien está haciendo estos zapatos tan elegantes para nosotros!
Entonces su mujer y él se quedaron mirando y dijeron a la vez:
- Quedémonos despiertos esta noche de esta forma averiguaremos quién es la persona que nos hace los zapatos.
El zapatero y su esposa regresaron a la tienda y se escondieron para ver quien hacía los hermosos zapatos. Esperaron y esperaron… Y cuando se pensaban que esa noche ya no vendría nadie, vieron entrar a la tienda dos duendecillos vestidos con ropa estropeada y demasiado delgada para tapar el frío de invierno. Los dos duendecillos subieron a la mesa, cogieron las pieles y empezaron a trabajar sin parar. Cosieron, martillaron y moldearon las pieles rapidísimo. Cuando acabaron, recogieron todo y barrieron el suelo de la tienda, dejándolo todo tal y como se lo habían encontrado. Y después se fueron. El zapatero y su mujer no podían creer lo que estaban viendo.
La mañana siguiente, la mujer del zapatero le dijo:
- Los dos duendecillos que vinieron anoche han hecho mucho por nosotros, deberíamos agradecer todo lo que han hecho. Seguro que pasan frío con la ropa que llevan. Les haré dos trajes y dos sombreros. ¿Les puedes hacer un par de botitas para cada uno?
- ¡Claro que sí! – Contestó el zapatero orgulloso de la idea de su esposa.
Entonces se pusieron a trabajar con la ropita de los duendecillos. Por la noche colocaron sus regalos encima de la mesa de trabajo. A media noche, y como cada día, entraron los dos duendecillos a la tienda para trabajar. Miraron la mesa de trabajo, pensando que encontrarían las pieles como cada día, pero en vez de piezas de piel, se encontraron la linda ropita. Se alegraron muchísimo y enseguida se vistieron y empezaron a cantar y a bailar: “Ahora somos unos caballeros finos y elegantes, ya no hace necesitamos trabajar”.
El zapatero y su mujer vieron como saltaban y bailaban por la calle y se iban alejando cada vez más y más. El matrimonio se miraron y se preguntaron si los volverían a ver algún día.
Desde ese día el zapatero y su mujer no volvieron a ver a los dos duendecillos. Sin embargo, nunca más tuvieron que preocuparse por el dinero y nunca olvidaron quienes les ayudaron cuando más lo necesitaban.
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