Elegía a María Blanchard (1932), por Federico García Lorca

Por Miranfu

"Señoras y Señores:
Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor de la obra de MaríaBlanchard, sino como amigo de una sombra. Amigo de una dulce sombra que no hevisto nunca pero que me ha hablado a través de unas bocas y de unos paisajespor donde nunca fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón. Nadiede los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía con María GutiérrezCueto, porque jamás hablé de ella, y aunque iba conociendo su vida a través derelatos originales siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído, ycantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que un poeta es un hombreque está siempre ¡por todas las cosas! a punto de llorar. ¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme...    
Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de miadolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con elespejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno. La energíadel color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado dela composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulentay tiernamente cursi como una amazona. Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a laluz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen parallevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto delas torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien y toda la gran poesía lunar deJuan Ramón está llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balconesy dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima de tuétanode cicuta.

Ninfas encadenando a Sileno (1910), de Blanchard, que impresionó a Lorca.

   Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María y elnombre de su caballo me dijeron: "es jorobada". Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tanbárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o sonimposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al"que dirán" convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajolas miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unospelitos en el lado de la barba.   Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente que quizáMaría, como era artista, no se reiría de mí por tocar al piano "latazosclásicos", o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con esa risarepugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás sucios tenían para lapureza y el asombro poético, hasta hace unos años, en la triste España del 98.
   Pero María se cayó por la escalera y quedó con la espalda combadaexpuesta al chiste, expuesta al muñeco de papel colgado de un hilo, expuesta alos billetes de lotería. ¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron; "alguien",Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar a través de pobres vidrios decarne la perfección de un alma hermosa.

   María Blanchard viene de una familia fantástica. El padre uncaballero montañés, la madre una señora refinada; de tanta fantasía que casiera prestidigitadora. Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerlecompañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas, peras y gorriones de debajode la almohada. No encontraba nunca las llaves y todos los días tenía quebuscarlas y las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas odentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi siempre volvíasin él, porque el caballo se había dormido y le daba lástima el despertarlo.Organizaba grandes cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el nombrede su mujer. En esta distracción y este dejar correr el agua, María Gutiérrezse iba volviendo cada vez más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le ibahundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de "Don Nicanor que toca eltambor".

   En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén, viyo el único retrato de María que he visto, y era una criatura triste, no sé dequién, en la que está al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdaderaantítesis de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube al cielo,él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco Elías Calles.

   En la época en que María vive en Madrid y cobija en su casa a todoel mundo, a un ruso, a un chino, a quien llame a la puerta, presa ya de estedelicado delirio místico que ha coronado con camelias frías de Zurbarán sutránsito en París.

   La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como ramade encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario,dulce, piadosa, y virgen.

   Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo debufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la mismaserenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien lagente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol ode criatura perseguida.

   Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso quehablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantónDiego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían acomerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días elespejo del lavabo.

   Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana,tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridasmezcladas con todo el mundo estilizado del dolor.

La Primera Comunión (1923, réplica de una obra de 1914)



   Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando ysus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su pintura llevabael mismo camino magistral, desde el cuadro famoso de "La primeracomunión" hasta sus últimos niños y maternidades, pero atormentada por unamoral superior daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían, yluego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad.

Maternidad (1925)




   La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y, como elgran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo. No con beatería, sino conobras, con grave dolor, con claridad, con inteligencia. Lo más español de MaríaBlanchard es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo; no al modode la fantástica Catalina de Siena que se llega a casar con el niño Jesús y envez de anillos se cambian corazones, sino de un modo seco, tierra pura y calviva, sin el menor asomo de ángeles o milagro. Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de esebrazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado de la cruz.
   Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por laescalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano la ha socorridoen el terrible parto, en que la gran paloma de su alma apenas si podía salirpor su boca sumida. No cuento esto para que meditéis su verdad o su mentira,pero los mitos crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olasdeben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus.

   Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, laalmohada oscurísima donde descansa tu cabeza... 
  La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de maneramatemática en tu cuerpo. Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡la bruja,ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esasdiminutas ventanas de Castilla exclamaría: "¡el hada, mirad elhada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridadespiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tusamigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta,y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como lapalabra serenata, aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan losfalsos nuevos de "estar de vuelta". No. Con toda sinceridad. Te hellamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que sellenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por eltermómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo de tu cabelleray la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bellaque quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en lahuída a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco lascosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías lamata de pelo más hermosa que ha habido en España.*"
Federico García Lorcadiscurso en el Ateneo de Madrid, 1932
*En todos los retratos que he visto, tanto fotográficos como pictóricos, Blanchard llevaba el pelo corto...quizás Lorca mantuviera una imagen mucho más joven de la pintora.
Si ustedes no conocían a esta pintora, espero que el sentido texto haya despertado su curiosidad ;)
A María Blanchard, única representante verdadera del género en la Escuela Española de París.