A veces puedo sentir cómo el universo es esta totalidad indivisible donde las energías cósmicas, materia y tiempo, fluyen en un baile eterno de vibraciones y resonancias. Estamos siempre tan ocupados que no podemos ver que en todo momento somos llamados a recordar nuestra naturaleza búdica. Es ese destello de luz que reside en cada uno de nosotros, pero que nos negamos por no saber cómo elevar la consciencia para dejar entrar al Buda.
La vacuidad, lejos de ser un vacío sin sentido, es en realidad el útero cósmico de donde emerge toda creación, un campo fértil de potencialidades infinitas donde la consciencia del ser despierto puede manifestarse en su forma más pura. Eres mucho más que el nombre y el cuerpo.
El Buda nos enseñó a reconocer la interconexión sagrada que permea todas las cosas, ese equilibrio sagrado que nos sostiene y nos guía hacia la realización. Es en esa comprensión profunda y silencio de la vacuidad donde los Bodhisattvas encuentran su verdadera fuerza, renunciando a su propia liberación para ayudar a todos los seres a navegar las corrientes del samsara hacia las orillas de la iluminación.
Al elevar la consciencia nos damos cuenta de que nunca hemos estado solos, pues los Seres Celestiales, aquellos guardianes de las dimensiones superiores, nos envían señales y símbolos en formas sutiles, recordándonos que somos parte de un todo más grande, un mosaico cósmico donde cada pieza tiene su lugar perfecto.
Sí, tú y todo lo que vives, tiene un porqué y una razón para ser.
La sincronicidad es uno de esos hilos mágicos que nos conecta con el entramado del universo, revelando la danza perfecta entre el destino y el libre albedrío. Al esforzarnos para elevar la consciencia, vemos que se alinea con la fuerza vital que permea todo. entramos en un estado de gracia, donde el tiempo y el espacio se diluyen y nos convertimos en cocreadores con el cosmos. En ese momento, el universo nos habla a través de sus símbolos, guiándonos hacia nuestra ascensión personal y colectiva, donde cada paso está en armonía con la melodía del gran mandala de la existencia.
La esperanza no es solo una emoción pasajera, sino una chispa de Buda que enciende el fuego de la transformación. Es la semilla de Luz Dorada que sembramos en la vacuidad, esperando su momento para germinar y florecer en la plenitud de nuestro ser. Los Bodhisattvas, en su infinita compasión, nos muestran que la esperanza es el puente entre el sufrimiento y la liberación, una fuerza vital que nos impulsa a seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros.
El proceso de ascensión no es un destino final, sino un continuo de autodescubrimiento y evolución espiritual. Es la elevación de nuestra vibración hacia niveles más altos de consciencia, donde las dualidades se disuelven y entramos en un estado de unidad con todo lo que es. En ese estado, comprendemos que el universo es un reflejo de nuestro propio ser, un espejo sagrado donde podemos ver nuestra verdadera naturaleza.
Al elevar la consciencia entramos en equilibrio sagrado, que es el estado natural del universo. Es un estado de armonía donde todas las fuerzas opuestas encuentran su reconciliación en la unidad. Es en ese equilibrio donde encontramos la paz interior, la calma que surge de la comprensión de que somos tanto el observador como lo observado, el creador y la creación.
Calmar la mente y el corazón para dejar entrar al Buda no es difícil. Solo siéntate en silencio y confía.
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