EMILIA PARDO BAZÁN.- UNA MUJER INOPORTUNA EN EL SIGLO XIX. Un artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Por Asilgab @asilgab

Cuando Benito Pérez Galdós se enteró de que Doña Emilia Pardo Bazán, su amante, había estado con otro hombre, ella le contestó: “El quererme a mí tiene todos los inconvenientes y las emociones de casarse con un marino o un militar en tiempo de guerra. Siempre doy sustos”. Y esto es lo que hizo constantemente en la sociedad española de su época: dar sustos al mundo intelectual de aquella época en forma de crónicas, artículos, ensayos, novelas o cuentos.

Fue una mujer extraordinaria, rebelde y con mucho carácter. Tanto en su faceta de mujer como de escritora la podemos comparar con la proa de un barco que va rompiendo necesariamente el mar y va dividiéndolo. Fiel a su forma de ver y entender el mundo, no sólo no se adaptó al comportamiento que la sociedad esperaba de las mujeres, sino que lo denunció en varias ocasiones: “Para el español todo puede y debe transformarse. Solo la mujer ha de mantenerse mantenerse inmutable. La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión.
Nació en 1821, en A Coruña, ciudad a la que homenajeó en su obra proporcionándole un nombre literario, “Marineda”: “Vive Marineda en eterna pugna con su vecina Compostela, ciudad más unida y más hábil para defenderse… que no se resigna a verse eclipsada por un burgo de pescadores”. Fue una viajera y conferenciante incansable, miembro de numerosas sociedades, consejera de Instrucción pública… y, como decía Unamuno, una “mujer singular [que] nos ha dejado, entre otras lecciones, las de una laboriosidad admirable y la de una curiosidad inextinguible “.
Recibió una exquisita educación por parte de su familia de clase social alta, aristocrática. De su madre heredó el amor por la lectura —leía con voracidad todo lo que caía en sus manos— y de su padre, este consejo: “Los hombres somos muy egoístas y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira porque no puede haber dos morales para los dos sexos”. Se formó en todo tipo de materias, con atención especial a las humanidades y a los idiomas, llegando a manejar con soltura el francés, el inglés y el alemán, idiomas que perfeccionó en sus constantes viajes. En ellos tuvo oportunidad de conocer a grandes personalidades literarias de la época. Así, dicen los díceres que discutió con Víctor Hugo y tuvo la suerte de disfrutar con las tertulias que los hermanos Goncourt organizaban en el desván de su casa y en las que se codeó con Émile Zola —el padre del Naturalismo literario— y Maupassant. Entre los intelectuales españoles trató con Giner de los Ríos, creador de la ILE Institución libre de enseñanza y uno de sus mejores amigos; con Menéndez Pelayo se carteó y acudió a las tertulias de Pérez de Ayala y Miguel de Unamuno.
A lo largo de esa intensa vida social por Europa, en la que se movía como pez en el agua, recopiló gran cantidad de información e indagó en constantes movimientos literarios y de creación decimonónicos como el Realismo, el Naturalismo o el Simbolismo. Y ese europeísmo suyo va a ser el que rompa la barrera que separa España de Europa y que va a trascender no sólo a su obra, sino a la de toda su generación. En una carta dirigida al escritor catalán Narcís Oller, doña Emilia manifiesta:
“¿En qué trabajo ahora?… Estoy en el corazón de Rusia. Quiero hacer un estudio sobre esa extraña y curiosa literatura, como ya se lo anuncié creo que en París. En España creo ser una de las pocas personas que tienen la cabeza para mirar lo que pasa en el extranjero. Aquí, a nuestro modo, somos tan petulantes como pueden serlo los franceses, y nos figuramos que más allá del Ateneo y San Jerónimo no hay pensamiento ni vida estética; ¡error peregrino cuya enormidad nos asusta así que atravesamos el Pirineo!…”
¿Dónde plasmó todos sus conocimientos? En artículos que publicaba en el periódico La Época y que posteriormente reunió en su libro La cuestión palpitante (1883); supuso una declaración de intenciones respecto a lo que sería su estilo literario desde ese momento. El cariz progresista de esta obra trajo consigo una gran polémica y puso a la Pardo Bazán en el punto de mira de todos los intelectuales del momento. El revuelo que se armó la llevó a ser la comidilla de tertulias y cafés lo que le trajo consecuencias en el seno familiar, puesto que su marido —se casó a los dieciséis años con un estudiante de derecho— le pidió que dejara la escritura. En una mujer como Emilia Pardo Bazán era como si le pidieran que dejase de respirar, así que todo terminó con una separación; eso sí, amistosa, puesto que su marido la admiraba enormemente.
Aparte de sus aportaciones sobre literatura, Doña Emilia también incorporó, en muchos escritos, sus ideas sobre la necesidad de modernizar la sociedad española. Habló sobre el maltrato a las mujeres en su novela El indulto (1893), la primera en abordar este tema que sobrecoge por la actualidad de su planteamiento. Defendió, también, la obligatoriedad de instruir a las mujeres y ofrecerles un acceso justo a todos los derechos y oportunidades que disfrutaban los hombres. Y esto no sólo lo defendió en sus escritos, sino en su día a día y ante el público; como hizo en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892, donde aprovechó para hablar de coeducación, de que el hombre y la mujer tenían que poder optar a la misma educación y de que no se debía tratar al sexo femenino como inferior al masculino.
Debido a su vocación didáctica —rasgo característico de su personalidad—, luchaba por cambiar las cosas para mejorar, por eso fundó la Biblioteca de la mujer, con el único fin de difundir en España las obras del alto feminismo extranjero, y también la revista Nuevo Teatro Crítico, totalmente financiada por ella y con el objetivo de mostrar el pensamiento social y político de la vida intelectual de la época. Su escritura directa y sincera acrecentó la polémica, que ella no desdeñó, y le creó fama de vehemente y revolucionaria.
Fue la primera en ocupar puestos o realizar diferentes labores hasta entonces no permitidas a la mujer, como presidir la sección de Literatura del Ateneo o ser catedrática de Literatura Contemporánea de las Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid. En cambio, no consiguió ingresar en la Real Academia de la Lengua; su candidatura fue rechazada hasta en tres ocasiones —anteriormente habían rechazado a Gertrudis Gómez de Avellaneda y a Concepción Arenal. Entre los intelectuales reacios a la entrada de la mujer en la academia destacamos a Juan Valera “No comprendo cómo no se enoja la mujer sabia cuando sabe que pretenden convertirla en académica de número. Esto es querer neutralizarla o querer jubilarla de mujer. Esto es querer hacer de ella un fenómeno raro.”
Pues bien, a pesar de ser una mujer determinante para aquella sociedad intelectual del XIX, nos parece que es una de las figuras más injustamente tratadas por la literatura española, ya que se dice muy poco aparte del hecho de que nació en Galicia y que tiene dos grandes novelas: Los Pazos de Ulloa (1886) y La Madre Naturaleza (1887). Y es que no nos podemos olvidar de La Tribuna (1882), considerada la primera novela escrita con la técnica naturalista, ni tampoco de su enorme producción cuentística: más de 600 cuentos, verdaderos documentos de la época, lo que la convierte probablemente en la autora más fecunda de la narración breve en España.
Sirva este artículo de homenaje a esta incansable escritora que resultó ser una mujer inoportuna para su tiempo porque vivió como quiso, escribió con espíritu crítico sobre multitud de temas y fue una luchadora infatigable por defender aquello en lo que pensaba sin dejar de ser nunca ella misma.Un artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz.