La investigación actual pone cada vez más énfasis en que la toma de decisiones no constituye un mero proceso racional de contabilizar o comparar las pérdidas y ganancias que resultan de una elección determinada. Más bien parece ocurrir que los aspectos emocionales, derivados de la experiencia de situaciones parecidas, propias o vicarias, y aquellos aspectos asociados a las consecuencias o al contexto en el que se da la decisión, desempeñan un papel importante.
Las emociones guían la toma de decisiones, simplificando y acelerando el proceso, reduciendo la complejidad de la decisión y atenuando el posible conflicto entre opciones similares.
Esto no significa que las emociones y los sentimientos no puedan causar estragos en los procesos de razonamiento en determinadas circunstancias. La sabiduría tradicional nos dice que pueden, e investigaciones recientes del proceso normal de razonamiento también revelan la influencia potencialmente dañina de los sesgos emocionales. Tampoco quiere ello decir que cuando los sentimientos tienen una acción positiva tomen la decisión por nosotros; o que no seamos seres racionales. Sólo se sugiere en estas líneas que determinados aspectos del proceso de la emoción y del sentimiento son indispensables para la racionalidad. La emoción y el sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan en la intimidadora tarea de predecir un futuro incierto y de planificar nuestras acciones en consecuencia.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una nueva perspectiva; la de considerar que las emociones, lejos de ser un obstáculo para la toma de decisiones adecuada, como se ha venido considerando en el marco del pensamiento racionalista, son un requisito imprescindible para la misma.
La nueva frontera del conocimiento sobre las emociones está modificando toda nuestra visión sobre la relación entre el pensamiento y el mundo afectivo del ser humano. Y estamos comprendiendo cada vez más que toda nuestra vida se haya gobernada por un timonel misterioso e inquietante de nuestros más profundos sentimientos.
Autor: Lucía Halty (Psicóloga Analista de Inteligencia), Universidad Pontificia Comillas de Madrid