En defensa de la verdad

Por Cristina Lago @CrisMalago

La verdad es la más temida de las fuerzas revolucionarias (José Ingenieros)

¿Qué es la verdad? ¿Sólo existe una verdad? ¿Es posible que existan tantas verdades como personas en el mundo y todas ellas sean igualmente válidas? Todas estas cuestiones son absolutamente verdaderas, aunque bien podrían ser absolutamente falsas.

Nuestro primera pista sobre la verdad acontece en la infancia. Los niños nacen con superpoderes: el superpoder de vivir el presente, el de conectar con la vida y el de aceptar las cosas tal y como son. Estos espléndidos poderes empiezan a ser concienzudamente alterados y destruidos a medida que el niño se va haciendo adulto y abandona lo que es, para intentar convertirse en lo que debe ser.

Con un poco de suerte y tras años, décadas o una vida entera batallando entre mil contradicciones (lo que es y lo que debe ser rara vez coinciden), estos adultos se dejarán una buena pasta en miles de charlas, terapias, talleres, cursos y viajes esotéricos con el fin de recuperar los superpoderes que ya tuvieron sin esfuerzo alguno desde que nacieron.

(No digáis que no es una idea colosal para la película de superhéroes más existencial de la historia, con permiso de Unbreakable)

También en la infancia empezamos a practicar ese viejo juego de arrojar piedras al río para contemplar las ondas concéntricas, que se expanden bellamente y desaparecen tan rápido como la mayoría de los milagros. Os invito, ahora que estamos en época de salir otra vez y disfrutar de la naturaleza, a volver a practicar este juego. Arrojas la piedra al río y aparece un círculo concéntrico. Tú crees que eso es todo, hasta que aparece otro círculo aún mayor. Vuelves a creer que la cosa ha finiquitado, pero entonces, se abre y se expande en un nuevo círculo. Este juego es una perfecta descripción de la verdad.

¿Qué es la verdad? Básicamente, la verdad es una percepción. Toda percepción puede expandirse. Cuanto más grande sea la piedra -cuanto más abierta la mente- más se extenderán las percepciones y al extenderse las percepciones, podremos entender que nuestras verdades anteriores eran mucho más pequeñas de lo que creíamos. Esto es cuando uno se asombra, se da una palmada en la cabeza y dice ¿por qué no me habré dado cuenta antes? Tal cual.

Por supuesto, existen tantas verdades como personas hay en el mundo y es más, dentro de cada persona conviven y surgen muchas verdades a medida que va viviendo. Y todas son válidas hasta que surgen nuevas verdades que invalidan las anteriores.

Entonces ¿en qué se diferencia una verdad limitada y pequeña, de un autoengaño? Bueno, se puede resumir en que el autoengaño es como ir al río, tirar la piedra, cerrar los ojos y salir pitando.

El autoengaño es un mecanismo de supervivencia que puede tener ciertas utilidades. A veces es una herramienta para conseguir ciertos objetivos que de otra manera, nos costarían el doble. El autoengaño es jodido cuando se convierte en una forma de afrontar la vida, porque es vivir mintiéndose a uno mismo constantemente, con el terrible desgaste que esto supone.

Autoengañarse como forma de existencia es conducirse a uno mismo por un estrecho desfiladero en el que cualquier paso en falso nos podría precipitar cruelmente en el abismo oscuro de la verdad. Por  supuesto, no es fácil distinguir el autoengaño de MI VERDAD.

Pero hay una pista formidable para ello: si estás en una situación que te genera sufrimiento y te tienes que contar milongas para seguir allí, te estás engañando a ti mismo. Estás diciéndole a tu cabeza que te cuente algo que tu cuerpo, tus emociones, tu corazón o tu alma, te desdicen a grito pelao.

El autoengaño es algo tan natural y fácil, que parece que lo llevásemos de serie, pero no: la verdad es mucho más innata, pero enseguida acaba sepultada por millones de otras cosas que nos exigimos para encajar, para ser supuestamente felices, para lograr determinados éxitos sociales o para satisfacer las carencias que ya todos conocemos.

La primera vez en la que uno da un paso al frente y decide decirse la verdad, su verdad, es difícil de describir. No es una gesta espectacular. No hay espectadores. Desde fuera, probablemente no se note. Es la victoria en una lucha silenciosa que sólo tiene lugar en el coliseo íntimo de nuestras cabezas y que es tan tremendo para nosotros, como invisible para el resto.

Por lo general, decirse la verdad conlleva desapegarse de una idea, de una persona o de una situación que creíamos necesaria para nuestra subsistencia. Es por ello, que a veces, el acto de ser honesto con uno mismo, es de los más desafiantes que existen. Nada es tan díficil como no engañarse, decía Wittgenstein, porque el autoengaño al final son las cómodas paredes de una realidad que creemos poder entender y manejar y en el momento en que salimos de allí y nos contamos la verdad, salimos a territorio desconocido.

Quizás os preguntéis, en este punto de la historia, qué ventajas tendrá exactamente eso de decir la verdad.

Ventajas, una entre todas ellas: la libertad no es posible sin la verdad. Y nosotros tememos la libertad, porque está en contraposición con la seguridad, pero al mismo tiempo la deseamos, porque está mucho más alineada con la felicidad. ¡Pura contradicción!

Una vez perdemos el miedo escénico a contarnos verdades, no es tan fiero el león como lo pintan.

Nos vamos deshaciendo de esa necesidad de ser cosas que no somos, lo cual ya de por sí, es una gozada. Nos deshacemos de la mayor parte de ideas preconcebidas sobre nosotros y el mundo que nos rodea, lo cual nos abre nuevas e infinitas posibilidades. Sentimos alivio, pues nos liberamos de la necesidad de sostener luchas absurdas por alimentar un autoengaño que ni siquiera nos aporta grandes alegrías y que además nos ancla a vidas muy empobrecidas, limitadas y por lo general, bastante aburridas.

En definitiva, uno no gana gran cosa con la verdad: simplemente pierde un montón de cosas que no necesita.

Decirse la verdad no es sólo tirar la piedra y observar las ondas concéntricas: es despelotarte y tirarte al río.

La verdad es, en sí misma, la puerta que se abre a poder vivir el presente, conectar con la vida y aceptar las cosas tal y como son. Por eso, si necesitáis escoger uno sólo de los superpoderes que tuvisteis de niños, no lo dudéis por un momento y recuperad el de ser sinceros con vosotros mismos. Tantas veces como ondas concéntricas existan en cualquiera de vuestros ríos.

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