En este pueblo (XXVII)

Por Anxo @anxocarracedo

En este pueblo el particular ser de las cosas no puede entenderse si se desconoce la labor fundacional del gran antepasado mítico. En este pueblo, como en cualquier otro, la verdad sea dicha. Así como Prometeo robó el fuego a los dioses y lo entregó a los humanos a riesgo de sus entrañas, así como la loba del Palatino amamantó a Rómulo y a su hermano Remo, así como los ojos de Moisés perforaron la calima para divisar la Tierra Prometida desde el monte Nebo, así el titán fundador de estos lugares forjó con su hazaña el temple único de los que aquí nacen y pacen. Sucedió, más o menos, del modo que a continuación se relata.

Hallábase el héroe enfrascado en las obras de reforma de un inmueble que pudiera ser vivienda, bodega o cuadra —si es que no era las tres cosas a un tiempo, que no sería de extrañar— cuando se vio en la necesidad de sacar al exterior una gran viga de roble, material del que invariablemente se hacían todas las vigas en aquel lejanísimo tiempo. Con la aplicación al trabajo que le era natural, el mozo asió el madero con sus fuertes brazos y, afirmándolo contra el pecho como si de una tierna criatura se tratase, avanzó hacia la salida con decisión. No logró empero su propósito, pues al tener la puerta una anchura muy inferior a la longitud del tronco, éste rebotó contra las paredes. Lejos de desanimarse por el fracaso, repitió la operación una y otra vez, empleándose en cada ocasión con mayor energía, por ver de así vencer la negativa de las obstinadas jambas. Pero, para su sorpresa y fastidio, cuanto más fe ponía él en impulsar el madero, con mayor violencia se resistía la puerta, tirando por tierra una y otra vez los esfuerzos, la carga y aun el propio cuerpo del rapaz. Tanta trompada, tanto mancarse los huesos con el duro suelo movió al héroe al ejercicio del pensamiento y fue de ese modo como discurrió una solución, la cual no fue ni más ni menos que untar el madero con un pedazo de sebo de cordero, sustancia lubricante producto de alguna matanza reciente que sin duda reduciría la resistencia del esquivo portal. Convencido de ello, alzó una vez más la viga y, reuniendo sus últimas fuerzas, aceleró el paso en pos de su objetivo. Quiso entonces la fatiga, o tal vez algún obstáculo oculto en su camino, que el mozo tropezase en plena carrera y cayese al piso con tal violencia que la carga se le escurrió de las manos y salió disparada por los aires, yendo a encontrar ella sola la salida. Trabajo terminado. Desde ese día, que no tiene fecha en el calendario, a los de este pueblo se les conoce como los de la viga atravesada.

Y a mucha honra.