En la actividad diaria hay momentos buenos y momentos malos, “tan solo los mediocres nunca tienen un mal día” (Anónimo).

Por Alejandro Betancourt @BetancAlejandro
  Si tu grado de implicación en tus actividades diarias es lo suficientemente intenso, seguramente podrás catalogar dichas actividades como buenas o malas, pero si tu grado de implicación en cualquier actividad no es suficiente para calificarlas ni como buenas o malas, posiblemente no te estarás implicando lo suficiente como para formar una opinión precisa ni realista.

El mediocre siente indiferencia por lo que hace, le importa sólo realizar sus funciones, no su rendimiento en ellas. El que se implica y busca el éxito en su trabajo se sentirá satisfecho sólo si su rendimiento es bueno, con lo cual no estará satisfecho siempre. Es por ello que el primer paso es ser consciente de los resultados y ser consecuente con ellos. Es fácil por tanto sentir la necesidad de decir “hoy tengo un mal día” para aquel cuyo grado de implicación es elevado.

Este sentimiento de insatisfacción proviene de la sensación de haber estado por debajo del rendimiento que esperamos de nosotros mismos. Es un arma poderosa que permite nuestra superación constante. La disconformidad genera dos caminos: el fácil que es el de rendirse, transformándose en conformidad, y el difícil que es afrontarla y obedecer su mandato, superándonos. Si pensamos que nuestro día es malo, que no estamos a la altura, quizás sea momento de tomar el camino de la excelencia con más ahínco. No conformarnos con ello, sino luchar con más energía por lo que consideramos que es superior, lo que hace sentirnos orgullosos. Es por ello que la cita se refiere a los mediocres como aquellos que han tomado el camino fácil, el del conformismo, y por tanto dejan de implicarse en los resultados, se han vuelto cómodos.

Es fácil inferir por tanto que la falta de satisfacción con nuestro rendimiento es un alegato claro a las bondades de la búsqueda de la excelencia. Así que en el momento que tenemos un mal día sabemos que no hemos estado a la altura, y eso debe motivarnos a alcanzar nuestro nivel y superarlo al día siguiente. Los deportistas por ejemplo conocen muy bien este hecho. Cada día es un reto, superar esa centésima de segundo o ese milímetro. Y cuanto más exigentes seamos, más días malos tendremos, pues nuestras metas serán más altas. Y el esfuerzo requerido para obtenerlas será mayor. Pero es esta búsqueda la que nos hace progresar.

No vamos a cambiar un mal resultado, sea en el campo que sea, ni vamos a negar nuestro bajo rendimiento o errores. Sería un autoengaño, y como hemos visto, pernicioso para lograr nuestra excelencia. Hemos de aprender de nuestros fallos y convertirlos en la motivación para el día siguiente. Es esa actitud la que distingue a un ganador de un mero sufridor. El destino es el que uno se forja, incluso en tiempos de poca fortuna.


Alejandro Betancourt