En la prisión de nuestras opiniones

Por Chocobuda

Apple vs. Samsung. Coca-cola vs. Pepsi. Carne vs. vegetales. Mi religión vs. tu religión. Piratas vs. ninjas. Mi partido político vs.  tu partido político. Capitalismo vs. socialismo. Gays vs. heterosexuales.

Puedo seguir citando mil ejemplos como estos para hablar de nuestras opiniones, lo apegados que estamos a ellas y los conflictos que creamos por ellas.

Emitir juicios y formar opiniones es una de las conductas más humanas que podemos tener. Por medio de ellas aprendemos, nos relacionamos con el universo y nos afirmamos como personas.

Nuestra mente las emite innumerables veces a lo largo del día y las más importantes son anexadas a nuestro carácter.

Pero las opiniones se convierten en un problema cuando desarrollamos apegos en torno a ellas. A veces son tan fuertes que ellas nos definen como personas y toman el control de nuestra forma de ver el mundo.

A veces estamos tan seguros de que nuestra opinión es tan acertada, que estamos dispuestos a todo para que los demás la hagan suya.

Somos Sméagol, aferrados al Anillo Único. Es mía. Mi propiedad. ¡Mi preciosa!

¿Necesitas ejemplos terribles que han marcado a la humanidad? Las dos Guerras Mundiales, judíos vs. palestinos o la Santa Inquisición.

Sé que son casos extremos, pero la verdad es que nuestras opiniones personales no son distintas. ¿Cuántas veces no te has enfrascado en una discusión hasta el punto de perder un amigo? Todo por defender una opinión.

¿Cuántas veces has dicho, es que INSERTE-COMIDA-AQUÍ no me gusta, cuando ni siquiera lo has probado?

Al apegarnos de manera tan radical a estos juicios, dejamos de ver una sencilla verdad: las opiniones son una ilusión.

Son espejismos creados por nuestra mente y preferencias para interpretar la realidad. Por ende no reflejan la realidad como es.

Odiamos al que piensa distinto, a lo diferente y a quien no comparte nuestra visión.

Y entonces dejamos que las opiniones nos controlen y nos encierren en una prisión horrible que no nos deja vivir tranquilos. De pronto no vemos, no sentimos y dejamos de escuchar las cosas como realmente son.

Romper estas cadenas no es tan difícil como uno podría imaginar.

Es cuestión de poner atención a la forma en la que hablamos y pensamos, para controlar a las opiniones sin dejarlas avanzar.

¿Te has metido en problemas por alguna opinión errónea?