En muchas hogares, desde días antes, arranca una carrera casi de fondo. Es el momento de cuadrar los elementos más tradicionales de una casa, si los hubiera. La cubertería, la mantelería… y cómo no, el menú; el invitado que da sentido a una noche cargada, en los mejores casos, de luces, sabores, reencuentros, risas y turrones.
Para aquéllos que van a pasar estos días en el campo junto a una chimenea, una apuesta más rústica y campestre. Igual que cada edad y momento tienen sus claves a la hora de vestir, cada lugar dicta también sus códigos. La concordancia es sinónimo de buen resultado.
Las mesas más protocolarias siguen las directrices de una batuta exigente; unos criterios, para muchos, demasiado encorsetados. A los que se encomiendan a este guión les dejo un boceto-guía para que no se les escape detalle. El perfeccionismo empieza por un mantel que ha de tener, como mínimo, una caída de 40 cm por cada lado si queremos lucir las patas, si no es el caso, debe llegar al piso cubriéndolas en su totalidad.
No seguir un patrón hermético a la hora de presentar una mesa no es sinónimo de mala praxis. La estética es, desde mi punto de vista, la clave más destacable de la pirámide. La mantelería neutra, el cristal, las eternas velas y el oro o la plata convierten cualquier apuesta en un resultado seguro y elegante. El verde es, también, un apunte emblemático por estas fechas.
Antes de arrancar estas fechas de ajetreo, mis padres celebran con sus amigos más íntimos una cena muy especial. Ese día la casa ya huele a Navidad, la chimenea está encendida y la música de mi padre ambienta. Su ilusión por este encuentro es irremediablemente contagiosa. Mi madre se vuelca con cada detalle... En este caso les muestro la mesa que utilizó como auxiliar, llena de claves vintage y con un resultado especialmente silvestre. Los espejos cuadrados y las velas aportaron luminosidad y romanticismo.
Ojo, que el rojo bien medido alcanza buenos resultados y tiene muchos adeptos. ¿Qué sería de la Navidad sin sus pinceladas? No soy su más fiel seguidora pero he de reconocer que estos momentos de luces y burbujas encuadran perfectamente en un marco con el rojo como protagonista.
Yo descorcho mi botella encaminada a esos preparativos y con una carpeta de deseos bajo el brazo, seguramente demasiado ambiciosos y exigentes. No son buenos tiempos para creer en determinadas cosas de capital importancia, pero hay que intentar despejar la mente. Este año en nuestra larga mesa hay comensales muy especiales para mí y eso disuelve por momentos la realidad que vivimos. Bienvenida la clave familiar, en la que creo, los buenos amigos y los amores de mi vida. Brindo por eso y como no, por terminar la velada con una note dulce. Con eso le dejo. Chin Chin y que suenen bien las copas. ¿No dicen que así ahuyentamos los fantasmas? A ver si es verdad, el mundo se pone del derecho y las cosas cobran su sentido.
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