¿Enigma es sinónimo de atracción? ¿Siempre estimula lo intrigante? No es algo que podamos elegir. Viene de serie con nuestro cuerpo. Nos extrañamos por naturaleza. Miramos una película y nos interesa un personaje u objeto, nos cuestionamos sobre él, sobre lo que nos gustaría averiguar. ¿Quién será ese caballero vestido de negro que lleva capa, espada láser y respira con dificultad? ¿Qué cara tendrá el propietario de esas manos metálicas que quiere matar al Inspector Gadget? ¿De donde ha salido ese psicótico del pelo verde y la cara pintada de blanco y carmín corrido que quiere cargarse a Batman? ¿Cómo diablos es la bruja de Blair?La intriga activa el despertador de nuestra curiosidad. Que la película usuaria de este recurso genere polémica o aceptación, dependerá de la respuesta que ponga fin a nuestro interés. Y esa respuesta se declina en tres posibilidades: puede provocar sorpresa y satisfacción, como las oscuras palabras de Darth Vader revelando su identidad a un desarmado Luke Skywalker; que sea previsible y la sorpresa se quede en agua de borrajas, como la mayoría de desenlaces del cine de terror más convencional; e incluso puede darse el caso de que no exista un punto y final a nuestra intriga, de que no haya respuesta, como si hubiéramos encontrado vacío el cofre del tesoro que tanto andamos buscando. Tal es el caso que más nos interesa, el de la respuesta en blanco, ésta que suele indignar a los grandes públicos, como ya sucedió en su día con aquella genial tomadura de pelo llamada El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myric, 1999) y la novela popularísima que hoy nos ocupa; una suerte de libro epistolar, redactado a partir de una serie de inquietantes cartas y trozos de periódico, que responde a un nombre de sobra conocido: Drácula (1897), la obra maestra del irlandés Bram Stoker, el centenario de cuya muerte se celebró el pasado jueves 19 de abril.“Stoker es un mal escritor” –brama Rodrigo Fresán en el prólogo de una edición de 2005. “Seiscientas páginas y el conde sólo sale en unas quince” –añade otra pluma, el escritor para escritores Enrique Vila-Matas, alegando que la obra es meritoria por su ambiente y atmósfera, más que por el contenido que nos dirige hacia el sombrío personaje. Y es que no son pocas las críticas que ha recibido la historia del Conde Drácula, mientras defensores de ésta, como el ingenioso Oscar Wilde, hablaron de ella como “la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos”.Por supuesto, hablamos de la novela original. No de las innumerables adaptaciones que ha tenido el acolmillado protagonista a lo largo de la historia, desde que el padre de los efectos especiales, George Méliès, lo representara en uno de sus espectáculos filmados, La mansión del diablo (1896), y actores como Max Shreck en Nosferatu (Murnau, 1922), Bela Lugosi (fichado por la Universal), Christopher Lee (por la Hammer) y Gary Oldman (dirigido por Coppola) lo encarnasen posteriormente en memorables ocasiones. Por su parte, Robert Pattinson, con su expresión de Fotolog, se puso recientemente en la piel de Edward Cullen, un abstinente vampiro enamorado de una humana, en la línea de otros monstruos que también se aprietan el cilicio y quieren renunciar a su naturaleza, como Blade o la niña de Déjame entrar (Alfredson, 2008); mientras Chiquito de la Calzada se desmelenaba como nunca parodiando al “Conde” en pantalla grande. Todos estos personajes dan a entender el avanzado estado de lobotomía en el que se encuentran la historia de Stoker y el mito vampírico hoy en día. Especial mención merece, ya que repasamos a los más famosos, el Sr. Oldman, que humanizó con éxito a la bestia transilvana en aquel magistral poema sangriento de amor y deseo que es Drácula de Bram Stoker (Coppola, 1992), donde nos brindó frases tan antológicas como la que sigue: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte” –confiesa el enamorado conde a su esposa reencarnada, la única persona capaz de exorcizar su mal para apartarlo de su necesidad narcisista y que, de nuevo, sea acogido por la gracia de Dios.Con todo, y adaptaciones a parte, para busca-cosquillas culturales como Fersán y Vila-Matas, parece que la breve aparición del más famoso de los chupa-sangre en el libro que le da nombre no satisface las enormes expectativas que genera durante las páginas anteriores. A esto añaden otro reproche: es una historia más pendiente del “sang i fetge” que de la voluntad por trascender.Sin embargo: ¿acaso no es más estimulante la intriga frustrada? ¿Acaso no es preferible incitar a la mente antes que calmarla con razonamientos? ¿Serían igual de brillantes las películas El proyecto de la bruja de Blair y REC, o la novela El corazón de las tinieblas, sin sus enigmáticos desenlaces? Desde luego que no. A veces, cuando de terror y suspense se trata, la excelencia radica en no revelar, en usar la vieja estrategia narrativa de anticipación y cumplimiento de un modo distinto al normal, en apelar a la imaginación antes que a la explicación, en acabar una historia dejando puertas abiertas y al espectador pensativo, insatisfecho, curioso… La muchas veces juzgada novela de Bram Stoker responde a estas indicaciones.Década tras década, surgen nuevos adeptos y detractores de una obra que es el baluarte del terror gótico, que ha marcado a escritores, cineastas y dramaturgos y que, a día de hoy, es la fértil matriz de donde salen multitud de expresiones culturales. Obras que van desde el remake y la continuación literaria hasta la más descabellada de las desviaciones respecto al texto original (como la de Chiquito). Así es la sombra de Drácula. Literatura influyente y expansiva. Prosa radioactiva. Una grandísima aportación al añejo universo de las leyendas vampíricas. La creación de un mito moderno sin igual. Tan atractivo como enigmático.Valoración: 4/5