Existe una delgada y sin embargo nítida línea dramática que encadena Nader y Simin, una separación (2011) con El pasado (2013) la nueva película Asghar Farhadi. A lo mejor es un problema mío porque estoy obsesionado con la primera, pero es que no puedo dejar de contemplar El pasado como la película de un cineasta iraní que rueda en Francia sin dejar de ser ni pensar como iraní, buscando ante todo libertad para rodar.
¿O es que nadie más se ha dado cuenta de que el actor que encarna a Ahmad (Alí Mosaffá) se parece mucho --en lo físico y en el carácter del personaje que interpreta-- al Nader (Peyman Moaadi) de Nader y Simin, una separación? Esta es la clave que yo creo que encadena ambos filmes: recién llegado de Teherán (como el mismo Farhadi), Ahmad aterriza en Francia y, de paso, en un universo moral muy distinto del que sigue vigente en su país (el mismo desde el que los compatriotas del cineasta contemplen la película): de poco servirán las reservas --oficiales y oficiosas-- que la moral religiosa o las costumbres opongan al arte y la realidad. Ahmad, pues, aparece para formalizar un divorcio tras cuatro años de separación de Marie, su exesposa francesa: una realidad cotidiana, casi banal, en Occidente (donde por desgracia aprendimos sobre estas cosas gracias a Kramer contra Kramer (1979), un filme que no está en absoluto a la altura de las situaciones y sentimientos que describe); para otras culturas, en cambio, es un tema, como poco, fronterizo, bastante más que un mero trámite legal.
Farhadi no se corta a la hora de componer su retrato de una familia occidental, hecha totalmente de retales de relaciones fracasadas, infidelidades y otros avatares y cabronerías diversas: Marie convive con Lucie, una adolescente con el borderío habitual de su edad y el síndrome de la justicia absoluta en plena ebullición y cuyo padre (que vive en Bruselas) la ignora por completo; también está Fouad, el hijo de Samir, la actual pareja de Marie, cuya esposa permanece en coma por causas no del todo esclarecidas. Para Ahmad y otros en su mismo marco conceptual, el conjunto resulta caótico y decepcionante, por no decir antinatural, un choque mental importante, especialmente la imagen de los dos machos compartiendo el mismo espacio euclidiano, un auténtico oxímoron icónico que puede funcionar como espoleta dramática capaz de captar a cierto público islamita.
Para una parte de El pasado, los lazos familiares son una anarquía sin control; las causas a las que cada cual atribuya este estado de cosas son harina de otro costal. El divorcio es la expresión legal y objetiva del fracaso de una pareja, pero desde un cierto punto de vista también podría considerarse un correlato de la maraña sentimental en que se han convertido los vínculos familiares en una sociedad que tiene más de moderna que de sociedad (Mafalda dixit). No puedo dejar de ver y entender El pasado como la incursión en un territorio ético adverso, antes que una historia de secretos, sorpresas y revelaciones de diversas clases.
Aspectos culturales y culturetas (acepción 2) al margen (que son los que centran la primera parte de la película), el filme ahonda en una de las obsesiones dramáticas y formales de este cineasta: la reconstrucción imposible de un suceso haciendo un uso magistral de los recursos narrativos del cine. Marie, Samir, Lucie y alguien más ocultan un secreto, cada cual de diferente calado, motivación y consecuencias, y la película no es otra cosa que la autopsia de los motivos de cada uno de ellos. Si en Nader y Simin, una separación se trataba de saber quién y qué paso en un asunto doméstico con grandes repercusiones en la vida de los protagonistas a base de hipótesis y puntos de vista (el principal mérito del guión), ahora se trata de conocer quién provocó el coma a la mujer de Samir, pero encadenando las explicaciones una a continuación de otra, revelando en cada escena un nuevo dato que dé la vuelta a todo lo anterior (igual que en Nader y Simin, una separación). En El pasado Farhadi no modifica apenas nada un esquema dramático que le sigue dando tan buenos resultados... excepto si se encadena en dos filmes tan similares como estos.
Yo creo que esa es la razón por la que El pasado no encandila tanto como su ilustre predecesora, aunque sí es capaz de ofrecer una interesante caracterización del pasado como una mochila emocional cuyo peso excesivo, en ocasiones, nos impide avanzar. Pero también un matiz al tópico del pasado que nunca regresa: la imposibilidad de conocer la verdad de lo sucedido mediante testimonios poco fiables. Más que nunca, el pasado es un país extranjero, porque allí se hacen las cosas de otra forma (Leslie Poles Hartley dixit).