Entorno y salud mental
La salud del alma depende de multitud de factores. La calidad del entorno físico y emocional es seguramente uno de los más decisivos. Las sustancias contaminantes o las emociones hostiles a nuestro alrededor pueden arrastrarnos al desequilibrio. Por Claudina Navarro y Manuel Núñez.
Las alteraciones anímicas y mentales representan uno de los problemas cruciales a los que se enfrenta una sociedad. Conllevan un gran sufrimiento personal y están asociadas con un número creciente de hospitalizaciones, discapacidades y riesgo elevado de suicidio. Los científicos saben desde hace mucho que estas enfermedades potencialmente devastadoras son consecuencia de una combinación de factores genéticos y ambientales. La psiquiatría tradicional ha considerado como principal factor ambiental las relaciones familiares, sin embargo, la contaminación de todo tipo se está demostrando como un agente clave al que todavía no se presta la atención debida. Actualmente, gracias a la colaboración cada vez más estrecha entre epidemiólogos y biólogos moleculares, se conoce con más claridad el papel del medio ambiente en el origen de las enfermedades mentales. Los nuevos conocimientos pueden facilitar el diseño de tratamientos más eficaces que los actuales. “Si podemos confirmar los riesgos ambientales relacionados con los trastornos de la mente, podremos tomar medidas preventivas que reduzcan su incidencia”, según Alan Brown, profesor asociado de Psiquiatría Clínica y Epidemiología en la Centro Médico de la Universidad Columbia (EEUU).
Una epidemia ocultada
Según Grandjean, los contaminantes industriales son responsables de una “pandemia silenciosa” porque no aparece en los medios de comunicación ni en las revistas científicas, ya que los síntomas no son diagnosticados ni se atribuyen a los contaminantes. Los datos indican, por ejemplo, que prácticamente todos los niños nacidos en los países industrializados entre 1960 y 1980 fueron expuestos a niveles inaceptables de plomo a través de las emisiones de los medios de transporte. Este metal pesado fue el primer contaminante ambiental que se identificó como inductor de alteraciones en el desarrollo cerebral de los niños. La exposición a dosis bajas es capaz de reducir a la mitad el cociente intelectual durante la etapa de crecimiento. A partir de este hallazgo, se prohibió su utilización en la fabricación de pinturas o gasolina, pero todavía no se ha eliminado del entorno. Las instalaciones de agua antiguas o las soldaduras siguen liberándolo peligrosamente. Otros agentes contaminates con efecto sobre la salud mental son el arsénico, el cadmio, el metilmercurio o el mercurio. Este metal líquido, por ejemplo, que durante décadas se ha encontrado en los hogares y en las manos de los niños sin que hubiera conciencia de su peligrosidad, está asociado a la reducción de la capacidad de atención, la agresividad, las alteraciones de la psicomotricidad y a una disminución de la inteligencia. No ha sido hasta este año que se ha prohibido en la Unión Europea la fabricación de este tipo de termómetros.
Todo menos los genes
Causas ambientales de enfermedad son cualesquiera que no tengan relación con los genes. Los factores de riesgo más citados son los agentes infecciosos y los elementos contaminantes, pero también se pueden incluir el ruido, las drogas ilegales, los medicamentos, las deficiencias nutricionales y aspectos relacionados con los entornos familiares y sociales. En último término, todas las posibles causas se traducen en una alteración cerebral de tipo bioquímico.
Una variedad de circunstancias, por ejemplo, el abuso sexual, ser víctima de un crimen o la ruptura de una relación afectiva, puede producir estrés psicosocial. Los expertos asumen cada una de estas experiencias como disparadoras de una reacción emocional básica que arrastra al desequilibrio químico y a la enfermedad. “Los sentimientos de pérdida pueden llevar a trastornos depresivos, mientras que la sensación de peligro causa ansiedad”, explica Ronald Kessler, profesor de atención sanitaria en la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (EEUU).
Los agentes estresantes físicos o mentales interactúan con una vulnerabilidad genética para alterar la química del cerebro y, en consecuencia, la salud mental del individuo. Ya existen bastantes pruebas de la participación de causas exteriores incluso en las enfermedades psiquiátricas más graves. Entre gemelos idénticos, si uno sufre esquizofrenia o depresión, el riesgo de que también enferme el hermano es inferior al 50 por ciento, lo que significa que los genes no son absolutamente decisivos. Sin embargo, a menudo resulta muy difícil descubrir cuál es el factor ambiental.
Uno de los obstáculos que se encuentran los investigadores es que las enfermedades mentales son amorfas, según Ezra Susser, catedrática de Epidemiología en la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia. A diferencia del cáncer o de las enfermedades cardiacas, que poseen características bien definidas, los desórdenes mentales se caracterizan por determinados comportamientos, pensamientos y sentimientos que varían muchísimo entre individuos. El manual al que recurren los psiquiatras para realizar diagnósticos –el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders– contiene la descripción de 297 enfermedades mentales, y aun así resulta difícil encuadrar a los pacientes individuales. Por otra parte, en la mayoría de los trastornos no existen medidas biológicas (los niveles de colesterol o la presencia de determinadas enzimas en la sangre sí sirven para descubrir otras enfermedades) en las que basar el diagnóstico y la evolución de la enfermedad. Con este panorama confuso, la posibilidad de relacionar determinados agentes ambientales con cada uno de los trastornos se hace extremadamente complicada.
También el cambio climático
Si ampliamos la perspectiva, salen a relucir causas ambientales de máxima actualidad, como el mismísimo cambio climático. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado en un informe que las inundaciones, las sequías y las catástrofes naturales en general pueden llevar a un incremento en la incidencia de las enfermedades psiquiátricas.
El director regional de la organización en el sureste de Asia, Poonam Khetrapal Singh, cree que los traumas graves y la pérdida de recursos para ganarse la vida debido a circunstancias asociadas al cambio climático pueden duplicar la prevalencia de trastornos mentales, tanto leves como severos, en comparación con una situación normal.
En las regiones afectadas por desastres naturales como ciclones, inundaciones o sequías, las relaciones familiares resultan afectadas, lo que provoca estrés, preocupaciones y un aumento en las tasas de suicidios. “Los suicidios de granjeros en la India son un ejemplo típico de las consecuencias del cambio climático en economías pobres, predominantemente agrarias”, se asegura en el informe de la OMS.
Los responsables sanitarios de Nueva Orleans (EEUU) han observado un elevado incremento en la aparición de trastornos psiquiátricos debido al huracán Katrina, que arrasó la ciudad en el año 2005. Una de cada cuatro personas afectadas padeció o sufre todavía estrés postraumático.
Oportunidades para prevenir
Los hallazgos sobre las causas ambientales de la enfermedad mental están abriendo un amplio abanico de posibilidades para la prevención, un objetivo que hasta ahora se ha resistido. Las medidas pueden ir desde las más simples a nivel nutricional hasta las más complejas en los ámbitos familiares y políticos. La suplementación con ácido fólico –una medida que se toma protocolariamente durante el embarazo para prevenir la espina bifida y otras alteraciones del desarrollo nervioso– se ha demostrado eficaz en este sentido. Otra estrategia que aún no se pone en práctica podría ser controlar la exposición de la madre a determinados agentes químicos e infecciosos. Para ello, resulta determinante que las leyes controlen, por ejemplo, la emisión de contaminantes. Pero la actuación preventiva más inmediata y al alcance de todos es reducir el estrés en el entorno familiar, educativo y laboral. Según W. McFarlane, psiquiatra del Centro Médico Maine (EEUU), así se reducirían a la mitad los casos de esquizofrenia y otras enfermedades mentales.
Lugares llenos de paz
Un entorno que reúna determinadas características ayuda a ganar equilibrio mental. Podemos recrearlo en el medio inmediato donde vivimos o sumergirnos regularmente en aquel para contrarrestar los efectos negativos del estilo de vida estresante.
Cambio de lugar
Los entornos regeneradores deben encontrarse en un lugar separado claramente de los medios ambientes contaminados y causantes de ansiedad. Los balnearios en entornos naturales, las casas de reposo o los hoteles rurales son opciones para pasar unos días cada vez más solicitadas con acierto por quienes viven habitualmente en la ciudad.
En la propia casa
Además, podemos crear espacios regeneradores en la propia casa, como una habitación de relax o un rincón en el balcón lleno de plantas. Otra posibilidad es un huerto (cada vez es más fácil encontrar huertos comunitarios). Entraremos en estos lugares únicamente con la intención de desconectar. Por otra parte, en la ciudad existen espacios adecuados para la conexión restauradora con la naturaleza, como un jardín botánico o un rincón en un parque público.
Características
Si se trata de un entorno natural, conviene que sea rico en biodiversidad. Debe incitar a salir de uno mismo y a descubrir la abundancia de un mundo natural del que se forma parte. Debiera ofrecer la posibilidad de explorar senderos, reconocer plantas y animales u observar pájaros. La riqueza natural puede ser traída al hogar mediante la elección de materiales naturales para los muebles y superficies, las plantas, los animales domésticos, las fuentes, los sonidos de la naturaleza y los aromas.
Fascinación
Los estímulos naturales llaman nuestra atención sin esfuerzo y causan placer. Las hormonas del estrés dejan de fluir, la percepión se abre y las inhibiciones se relajan. El estado puede definirse como “fascinación” y es absolutamente necesario para el equilibrio mental, amenazado por el exceso de concentración.
Compatibilidad
El entorno regenerador debe adaptarse a nuestros objetivos e inclinaciones personales. Si tendemos a la depresión, buscaremos medios estimulantes y alegres. Si estamos ansiosos, nos conviene la relajación.
Beneficios de la naturaleza
De la misma manera que los contaminantes ambientales favorecen la aparición de las enfermedades mentales, los entornos naturales producen efectos psíquicos y anímicos positivos. Por tanto, ayudan a prevenirlas y curarlas.
La hipótesis biofilia
El ser humano está genéticamente vinculado con la naturaleza. El contacto con los elementos y los seres vivos le ayuda a satisfacer sus necesidades biológicas, emocionales y espirituales. Ésta es la teoría del biólogo Edward O. Wilson, que ha servido para argumentar la necesidad de promover las experiencias en la naturaleza entre los niños, los enfermos y todas las personas para alcanzar y mantener el equilibrio mental y físico.
Recarga de energía
Los psicólogos Stephen y Rachel Kaplan afirman que el tipo de atención difusa y placentera que suscita la naturaleza recarga literalmente la energía del cerebro, que tiende a gastarse con la atención dirigida que se requiere al trabajar delante de un ordenador o conducir, por ejemplo.
Reducción del estrés
Roger Ulrich sugiere que moverse en ciertos entornos naturales tiene la capacidad de reducir el estrés, aumentar el bienestar físico e incrementar la autoestima.
El misterio del autismo
Los científicos discuten si el autismo es una enfermedad esencialmente genética o debida a agentes tóxicos externos. Ante el problema, algunos expertos creen que pueden existir al menos dos enfermedades con síntomas casi idénticos y causas completamente distintas.
Las vacunas que contienen mercurio son consideradas las principales responsables del incremento de la incidencia del autismo durante las últimas décadas. Hay estudios que encuentran una relación y otros que la niegan totalmente. En varios países, existen asociaciones de padres que están convencidos del vínculo.
La intoxicación con metales pesados – especialmente por mercurio– produce los síntomas del autismo. Los estudios indican que las personas afectadas tienen menos capacidad para eliminiarlos del cuerpo que los individuos sanos.
Los plaguicidas organoclorados, como el dicofol y el endosulfán, aparecen relacionados con un incremento de los desórdenes autistas entre los hijos de madres que estuvieron cerca de campos tratados entre la primera y la octava semana de gestación.
Fuente: Revista Integral