Tras años reflexionando, la blogosfera y los corrillos de opinión 2.0 empiezan a hablar sobre la necesidad de hacer, de ponerse en marcha, de dar pasos. Y así, impulsados por la música (que siempre viene bien), con los compases del These boots are made for walkin' o del A little less conversation, parece que la inspiración es la antesala obligada de la estrategia y la acción.
Sin embargo, el tiempo pasa y en un entorno dominado por el cambio político (o eso parece), y con excepciones tan dignas y elogiosas como la marea blanca, poco más se ha hecho. Hay iniciativas que cristalizan lenta pero inexorablemente, pero el cambio cultural y social tarda mucho en llegar en un ámbito como el sanitario, dominado por el gremialismo, la jerarquía y la (clásica) distribución de poder.
Además, alrededor de cada tema que se pretende cambiar, hay dos fuerzas que ejercen presión una contra la otra. Y las dos fuerzas (a veces más) se arman de medios, ideas, evidencia y por supuesto energía. ¿Ejemplos? Cientos... Los que piden una renovación colegial en la profesión enfermera tienen enfrente la maquinaria institucional colegial que arrasa casi todo, y más cuando la inmensa mayoría de la profesión se queja en silencio. Los que piden más transparencia tienen enfrente a seres desconocidos y misteriosos que no hacen nada pero lo hacen todo, y así las quejas acaban en el desierto de las buenas intenciones. Los que piden acabar con la endogamia, se encuentran lanzando piedras hacia el cielo, que por culpa de la maldita inercia acaban cayendo de nuevo hacia abajo. Y los que luchan para que la homeopatia vuelva al lugar que se merece, tienen como adversario a un Goliat con poca evidencia pero con demasiado dinero. ¿Quiere esto decir que debemos parar de hacer, de luchar y de intentar cambiar las cosas? Al contrario, pero algo está pasando: o gritamos poco o hacemos poco. O mejor dicho, quizás no hacemos lo que debemos. Sería interesante generar alguna guía de rebeldía institucional, con notas y recomendaciones para dinamitar cimientos llenos de caspa y costumbre. Curiosamente, en otros ámbitos como el NHS es la propia organización la que alimenta este espíritu, con proyectos como la School for Health Care Radicals, pero de momento no creemos que España empiece a copiar estas iniciativas, al menos desde una perspectiva institucional.¿Y las ideas? Tenemos de sobra, de hecho hay una infoxicación de ideas de mejora, pero falta romper la costumbre y empezar a usarlas. Los profesionales también tenemos una doble cara: la que nos hace empatizar con la innovación (para no quedarnos fuera) y la que nos detiene y nos devuelve a la zona de confort. Quizás porque en temas de cambio radical y de innovación disruptiva no conviene ser el primero, por si después no salimos en la foto. Y sí, las ideas cambian las cosas, pero hace falta una palanca de cambio muy importante, y seguramente lanzando ideas al aire, no va a conseguir nada. ¿Es todo tan lento? Realmente este cambio lleva su tiempo, y así la historia de la adopción de innovaciones nos enseña que nada ocurre de un día para otro, y si implica cambiar la costumbre y la cultura, menos todavía. De hecho, Semmelweis se escandalizaría si viera que todavía se realizan cursos para convencer y recordar que el lavado de manos es esencial.
Y la vida sigue, y la vida pasa... Y mientras esperamos a que el sistema cambie de un día para otro, o a que los políticos se den cuenta que a veces se equivocan, o incluso a que los jefes y directivos transformen la inercia en energía y en movimiento, todo seguirá igual. Y esa inercia adaptativa seguirá rigiendo nuestro destino, por ahora...¿Un post pesimista? Al contrario, sólo un empujón más. Y todo por culpa de una viñeta de Alberto Montt que nos inspiró a escribir sobre esa sensación que se percibe en los congresos, cuando todos se quejan, con una cerveza en la mano, junto al stand que reparte jamón gratis (que siempre es el que más visitas recibe).