Aunque cuente con una sólida carrera como diseñador gráfico, Albert Ruiz también es conocido por sus collages, una vertiente artística que para él siempre ha contado con un componente liberador. Este aspecto se ve reflejado en la sensibilidad que irradian sus obras, trabajos minimalistas que rozan la orfebrería. De estas pequeñas joyas basadas en papel y materiales afines nos habla en la entrevista que amablemente nos ha concedido:
Lo primero que me llamó la atención de tus collages es que, en cuanto a dimensiones, impera la contención y los pequeños formatos. ¿Preferencias minimalistas o desafío personal?
Las piezas comenzaron siendo muy pequeñas, es cierto, y la verdad es que no sé porqué. Con ellas se originó un lenguaje poco flexible al inicio, sin embargo, su simplicidad y elasticidad han permitido, poco a poco, que las piezas se hagan mayores y se racionalicen.
Debo admitir que el desafío, en cambio, ha sido conseguir que crecieran rápidamente, forzado por condicionantes externos. Algo que sin embargo, me ha llevado a resultados muy satisfactorios.
¿Qué te condujo a una técnica como el collage?
Una nulas aptitudes para el dibujo tal vez, el material y, sobre todo, que es una técnica que mantiene intactas las características originales de cada una de las superficies, permitiendo que los materiales se sumen unos a otros —color, procedencia, antigüedad, fibras— y que de la conexión entre ellos surja el lenguaje, la transformación del cual es el verdadero objetivo.
¿De dónde obtienes los materiales que componen tus obras? ¿Has desarrollado una predilección concreta por alguno de ellos?
En su mayoría es material con el que me he encontrado. Material viejo, desechado. Principalmente papel y cartón unido por medio de cola, hilo, alambre o grapas. Últimamente he comenzado a utilizar madera. Me interesa cualquier material que haya envejecido con dignidad.
Si algo tienen en común estas obras es que no sueles jugar con formas y líneas perfectas. ¿Son la fractura y el deterioro indispensables?
El deterioro, la fractura y las consiguientes cicatrices fueron indispensables, y más que eso: fueron el origen inconsciente. Sin embargo, creo que la idea de la transformación es más importante que la de la reconstrucción. La herida, cerrada o no, puede ser motivo de aprendizaje, la cicatriz a menudo no es más que un recordatorio.
Más allá del mérito del acto creativo, ¿cuál es el discurso tras tu producción? ¿Buscas una continuidad en tus series?
Cada pieza es, lógicamente, producto de lo que ha ocurrido en la anterior, tanto en el plano técnico como en el terreno conceptual. La producción seriada forma parte del proceso de adaptación del lenguaje. A menudo las series se terminan cuando se acaba el material que las originó, otras veces es una de las piezas la que hace que el idioma se quiebre y tome otra dirección, alterando la técnica y el formato.
¿Tienes algunos collagistas como referente o huyes de la contaminación (para bien o para mal) que suponen las influencias externas?
Las referencias son siempre muy diversas y llegan de todas partes. —Me gustaría mencionar a Landon Metz—. Sin embargo, hablando de collage, últimamente me ha impactado especialmente el trabajo de Jessica Bell.
¿Tu experiencia como diseñador gráfico ha sido beneficiosa para esta faceta artística o piensas que cada disciplina debe recorrer su propio camino?
Supongo que es imposible separar una cosa de la otra, aunque me resulta muy difícil determinar donde están los puntos en común. Actualmente trabajo en piezas grandes (85x55cm, por ejemplo) y he construido retículas en algunas de ellas, un recurso que supongo que con los años he ido interiorizando de forma inconsciente.