J. A. G. C. BILBAO
Alexander S.C. Rower, historiador del arte y director de la Alexander Calder Foundation de Nueva York, ha comisariado la muestra junto con Carmen Giménez. Ayer acudió a la inauguración acompañado de su madre, Mary Rower Calder, hija del escultor muerto en 1976, ocho años después de la gran exposición que le dedicó el Guggenheim neoyorquino..
«Aquello fue un acontecimiento extraordinario, según las crónicas; uno de los grandes logros en vida de mi abuelo. Por eso, si aún viviera, seguro hubiese estado encantado hoy aquí», consideró el joven experto, que guarda la inequívoca nariz y la franca sonrisa de su ilustre antecesor.
¿Qué recuerda de su abuelo?
En contra de la idea que se tiene, era una persona muy generosa, con mucho humor y ganas de fiesta. En 1948 fue a Brasil y volvió cargado de discos de bossa nova y de samba. Le encantaba disfrutar de la vida, rodeado de sus amigos. Pero cambiaba radicalmente en el estudio. Cuando trabajaba era muy serio y riguroso. Si íbamos a verle, nos hacía un par de carantoñas y enseguida nos mandaba fuera.
¿Su obra está toda censada y bajo control?
Mi abuelo no dejó ninguna previsión sobre su legado y el futuro de su obra. Así que ha tenido que ser su familia quien lo haga. Desde 1987, la fundación ha hecho una ingente labor de estudio, documentación y catalogación de todas sus obras; más de 20.000, de las que unas 4.000 son esculturas. El resto son dibujos, pinturas, bocetos, joyería, objetos domésticos...
¿A usted qué le gusta más?
En el caso de mi abuelo, es muy difícil plantear algo así, ya que cada pieza cambia, depende de dónde y en qué condiciones se exponga. Los 'Nenúfares rojos', ahí colgados junto al ventanal, nos parecen casi etéreos, pero nuestra visión irá cambiando según la luz del día. Como historiador, a mí me interesa mucho la obra que hace en los años 30 y 40, que es el periodo en que se desarrolla más como artista, su etapa de mayor invención, que aquí queda perfectamente recogida. Fuente: servicios.elcorreo.com