Entrevista a Carmen Giménez

Por Alejandra De Argos @ArgosDe

 Autor: Elena Cué

  

Foto: David Heald. En la exposición Picasso Black And White. Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York en 2012. 

Una de las figuras fundamentales para la promoción del arte contemporáneo en la España democrática ha sido Carmen Giménez (Marruecos, 1943), quien se encargó de la política oficial de exposiciones del Ministerio de Cultura entre 1983 y 1989, el periodo donde se produce el gran cambio cultural de nuestro país. Posteriormente, fue nombrada conservadora de arte moderno del museo Guggenheim de Nueva York, puesto en el que ejerció la cifra récord de 25 años. Simultáneamente con esta exigente tarea, Carmen Giménez mantuvo el contacto con nuestro país participando en algunos de los más importantes proyectos que se han producido en las últimas décadas, como el museo Guggenheim de Bilbao o el museo Picasso de Málaga. En la actualidad, además de continuar con su labor de comisariado de exposiciones, ha sido nombrada Presidenta del Patronato y del Comité Científico del Museo d'arte della Svizzera Italiana en Lugano. Por toda esta inmensa labor de promoción del arte, Carmen Giménez ha recibido múltiples premios y condecoraciones nacionales e internacionales como la Medalla de Oro de Bellas Artes o el ser elegida Académica de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Ahora me recibe en su casa de Madrid esta incansable viajera, donde charlamos sobre lo que ha sido su vida y su visión del arte hasta el momento presente.

Nace en Casablanca, debido al exilio político de su padre, ¿Cómo marcó este periodo su vida y su trayectoria?

Fue fundamental, porque Marruecos era una país maravilloso. Tuve una infancia muy feliz. Viajamos mucho pero no a España, porque mi padre no podía volver, al menos hasta 1957. Le gustaba muchísimo el arte y coleccionaba artistas franceses que vivían en Marruecos, que hoy día son conocidos. Nos llevaban a todos los museos y los viajes estaban marcados por el arte.

Estudia Historia del Arte en el año 63, en el École du Louvre de Paris...

Antes hice Ciencias Políticas. Como mi padre era político, aunque después ya no lo fue y nunca más quiso hablar de política... Fue importante y creo que le debo mucho. Primero porque te da rigor, aprendes a cómo pensar y también te da una gran cultura. Y en seguida, mi mejor amigo –que luego fue mi marido, John Trafford–, su tía era una gran coleccionista y yo estaba siempre en su casa, y ella me llevaba a todas las exposiciones, a los museos, etc. Tuve acceso enseguida al mundo del arte de aquella época. Pero no quería quedarme a vivir en París. A mí me gustaba Estados Unidos. Y de hecho, cuando me iba a casar, íbamos a vivir en Nueva York, pero al final no pudo ser. Mi exmarido tuvo trabajo en Chile y entonces me fui a vivir allí.

Pero se introduce seriamente en el mundo del arte en España, en el año 83, cuando empieza a trabajar como asesora para el Ministerio de Cultura español y es nombrada directora del Centro Nacional de Exposiciones, donde organiza más de 200 exposiciones.

Entro a trabajar en el Ministerio de Cultura con Javier Solana, de quien guardo un recuerdo maravilloso. Creo que me propusieron esta tarea porque acertadamente trataban de situar la política oficial en este tema dentro de un circuito internacional, en el que nuestro país brillaba por su ausencia. Me volqué en establecer los lazos para que nuestro país estuviera adecuadamente conectado con los centros internacionales que gestaban este tipo de propuestas. Por un lado, era consciente de que nuestro público entonces carecía de una información básica sobre lo que había sido el desarrollo del arte moderno, y para llenar esta laguna, por una parte, promoví muestras antológicas de figuras históricas claves al respecto. Pero, por otro, también trate de aproximar a nuestro público con las grandes corrientes del arte de la segunda mitad del s XX, del que surgieron revisiones de tendencias capitales, como las del arte minimal, arte povera o la muy importante escultura británica de la década de 1980. Me preocupe de que el arte español emergente fuera visto fuera de nuestro país.

Y en el año 86 participa también en la apertura del Reina Sofía. ¿Cómo fueron esos comienzos?

El Reina Sofia, al principio, se inauguró en el remodelado edificio Sabatini, como una genérica plataforma cultural sobre las nuevas tecnologías y las artes, quise que, en este primer evento, desde el punto de vista artístico, hubiera una exposición, "Dobles parejas", donde se confrontaran los mejores artistas españoles del momento con sus correspondientes parejas internacionales, que se sustentan en los respectivos diálogos entre Serra con Chillida, Saura con Baselitz y Tapies con Cy Towmbly. Esta propuesta causó sensación en el New York Times, que le dedicó una página firmada por Roberta Smith, que se desplazó a España para hacerla.

Fue un buen comienzo...

Fue la época dorada. Pero ya antes había hecho una política en los palacios de presentar los grandes movimientos: el arte povera, por ejemplo, con Germano Celan, el post-minimal art, con el que es ahora el director del Guggenheim, Richard Armstrong. La escultura inglesa, por ejemplo, estuvo Richard Long en el Palacio de Cristal, y después en el Palacio de Velázquez estuvo Tony Cragg, Anish Kapoor, etc. Pero la gran exposición fue la que hice en el Reina Sofía de la colección de Giuseppe Panza. Eso fue maravilloso.

¿La que está en el Guggenheim de Nueva York?

Si, la que compra el Guggenheim. Que, por cierto, la compra muy cara, porque antes, los artistas de esa colección estaban fuera del mercado, pero entonces ya se habían convertido en muy cotizados, y, para cerrar la operación tuvieron que vender algunas grandes obras de su estupenda colección, como las de Chagall y Modigliani.

Nueva York, ciudad a la que se traslada en 1989, donde se convierte en conservadora de arte del siglo XX del Museo Guggenheim. ¿Qué destacaría de este periodo tan importante de su carrera?

Yo destacaría todo. Tengo grandes recuerdos de esa era de Thomas Krens, en la que pude llevar a cabo muy diversas exposiciones, entre las que destacaría la titulada “Picasso y la Edad de Hierro” y "Picasso, Black and White" que produjo un gran impacto, y la última, todavía con Krens, que fue "El tiempo, la verdad y la historia. Del Greco a Picasso", que revolucionó la forma de  mostrar la historia del arte español y recibió el premio de la crítica de Nueva York como una de las mejores exposiciones exhibidas ese año en esa formidable ciudad. 

Foto: Luis Ridao

¿Qué diferencias encuentra entre las instituciones museísticas americanas y españolas?

Me gusta el sistema americano, porque en América no hay política. Los directores tienen que hacer captación de fondos, esa es su función. No es como aquí, que tienen dinero del Estado. Ahora hay un intento de hacerlo pero no está en la tradición europea y siempre es complicado. En cambio, los museos americanos funcionan con fideicomisos y estos aportan dinero al museo. Por eso están tan bien pagados los directores, porque aportan esa función tan fundamental. A mí me gusta, porque allí un comisario se dedica al arte. Tienes personas que se ocupan de pedir los préstamos y no tienes trabajo administrativo. Yo aquí tenía un enorme papel administrativo y me ocupaba de todo.

Desde 1997 a 2004 se involucró en la planificación del Museo Picasso de Málaga ¿Cómo comienza la idea de este museo?

Algo que me obsesionaba era la ausencia de obras significativas de Picasso en las colecciones españolas. Era esencial volver a renacionalizar a Picasso. Era difícil, porque las cifras de los Picasso ya eran astronómicas, inalcanzables. Así que había que implicar en el proyecto a sus herederos. Mi ilusión inicial es que, si se lograba este acuerdo, los Picasso fueran al Reina Sofia, pero, al final, la oportunidad surgió, a partir de un par de exposiciones que realicé sobre el genial artista en Málaga, por iniciativa de la junta de Andalucía. El proyecto cuajó en su ciudad natal, a través del legado que hicieron la que fue nuera del artista, Christine y su hijo Bernard. Fue maravilloso, porque esta experiencia me permitió programar un nuevo museo desde cero, lo cual es muy raro, pero también muy gratificante.

Y cuentan con usted...

Sí. Y después en aquellos años tuve la maravillosa suerte que en España no éramos tantos comisarios. Yo me complementaba mucho con Francisco Calvo Serraller, porque él tenía toda esa visión que para mí fue fundamental. Y también le debo mucho a Juan Ariño, quien tenía la visión de los espacios. Hubo una transformación muy importante en la manera de presentar el arte. Hubo una transformación muy importante.

¿Qué ha significado Picasso para usted?

Picasso se ha vuelto mi vida.

También fue idea suya y colaboró en la creación del museo Guggenheim de Bilbao, en 1997, un referente artístico de la ciudad. ¿Qué destacaría del museo y de la colección?

Yo destacaría la arquitectura de Frank Ghery y que es interesante que se haya hecho una colección libre. Es un museo que funciona con esa libertad, que es necesaria, de privado y público. Destacaría primero la compra de Richard Serra “The Matter of Time” en ese espacio que Gehry creó casi para él. Después la obra de Cy Towmbly, esa serie fantástica. A mí me parece que es un museo que ha sido un gran éxito. Tiene un millón de visitantes al año. Y cuando vas allí, tengo la impresión de que estás en un museo internacional.

¿Qué condiciones cree que son necesarias para formar la colección de un museo de arte contemporáneo? 

Pienso que el mundo del arte ha cambiado profundamente. Estamos en otro momento. Ahora hay miles de artistas, miles de comisarios, eso se ha vuelto absolutamente para mí sin interés. A mí el museo de Abu Dhabi, que empecé con Thomas Krens, pues no me interesa. No creo que vaya jamás.

¿Cree que el artista y su creación están condicionados por el mercado y por las galerías que le exigen una producción mayor para poder vender más?

Absolutamente. Tienes un fenómeno extraordinario como es el de las galerías estrella que se reparten a los grandes artistas. Pero se deshacen por el camino de muchísimos. Cuando no tienen éxito se tiran.

¿Dónde deberíamos buscar para no dejarnos contaminar? 

No obsesionarse con el arte actual, sino verlo desde la perspectiva de la historia. Hay grandes museos internacionales que recorren todo el tiempo hasta casi hoy, como el Metropolitan, el Louvre y en cierta manera, nuestro Prado, que es maravilloso y del que me siento muy orgullosa como miembro de su Real Patronato.

¿Qué cree que es necesario para el correcto desarrollo de un nuevo museo?

Primero habría que preguntarse por qué abrir tantos museos. Pienso que es mejor apoyar los que existen y no abrir más. Parece que en Abu Dhabi querían un lugar de turismo y por eso se unieron con el Guggenheim. Lo que pasa es que no tenemos una colección tan grande como para exportarla a tantos lugares. Pero después estos museos están vacíos, te paseas por ellos y no hay nadie. Yo creo que todo eso no funcionará. Soy muy pesimista. 

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