Una consulta es un sitio de paso, o una celda para toda la vida, según se adapte uno al esfuerzo cotidiano del ejercicio profesional. Pedirle a un profesional esquisiteces diagnósticas con la limitaciones de tiempo para las consultas resulta abusivo. Si además el espacio se aleja del mínimo confort para la eficacia, las dificultades aumentan. Tiempo y espacio son siempre magnitudes determinantes.
En el penúltimo Centro de salud en el que he ejercido, las consultas de Pediatría estaban ubicadas en un anexo del edificio principal construido por el ensamblamiento de seis contenedores metálicos, de los que abundan en las terminales ferroviarias o los puertos comerciales. Pintandos de un blanco mortecino, les habían abierto una ventana en un extremo y el portón se había substituido por una puerta convecional con un marco para cubrir el resto del hueco. Como tal contenedor metálico, sin aislamiento alguno, la temperatura interior estaba directamente relacionada con el exterior: frío en invierno y calor insoportable en verano, cuando el sol pegaba directo en la chapa del techo. Techo que, cuando llovía, hacía del tamborileo de las gotas de agua una cacofonia que impedía las conversaciones. El espacio entre los seis contenedores, tres y tres, que servía de sala de espera, lo cubría una techumbre precaria que dejaba colar el agua de lluvia hasta formar un charco infranqueable en el punto de unión de los contendores con el edificio principal. Todo ello fruto de la solución imaginativa de unos servicios técnicos de la institución con una idea de provisionalidad, en espera de soluciones más definitivas. Claro que eso fue en 1996!!! Y allí sigue. No estamos hablando de Nigeria o Gabón, ni del reconstruido Iraq o la ahora pacífica Botswana, ni de Guatemala: esto pasa en una comunidad autónoma española con un GNP per capita de más de 33.818$ anuales y un Servicio Nacional de Salud que, dicen, es de los mejores del mundo.
Pues desde una situación parecida, mi estimada Vocal de AP, después de publicar su lamento en una revista profesional, fue llamada a capítulo por los directivos de AP de los que dependía y amenzada con las penas del infierno si no publicaba una rectificación, retractándose de lo dicho en el mismo medio. Pues sí, así las gastan. Voy a ahorrarme los calificativos, entre otras cosas porque desde hace un tiempo, la saturación de adjetivos calificativos en forma de denuestos que campean por todas las publicaciones de los medios, radio, TV, tertulias o periódicos, no lo aconseja. Lo más suave que le dedican a uno, diga lo que diga, es tildarlo de “supremacista-nazi-genocida” y eso sin saber quién era Heinrich Himmler a la hora del desayuno. Si digo que los directivos de AP son, simplemente, unos imbéciles, no es un insulto: es un diagnóstico (DSM-5 319.0).
La vocal de AP concluye su modesta y personal opinión con un deseo: “…Quiero trabajar con comodidad para poder dar una medicina de calidad“.
Bueno, pues ahí lo dejo. La Pediatría social social también necesita que seamos combativos y pidamos las más que merecidas mejoras que nuestros pacientes y nosotros mismos nos merecemos. Y que la sangre de la incuria y la incompetencia, como en la maldición biblica, caiga sobre las cabezas de los directivos insensibles y las cabezas de sus hijos por siempre jamás. A ver si se atreven conmigo, como con mi colega. Aquí les espero.
X. Allué (Editor)