Cuando acabamos de celebrar el
primer aniversario de la ley que consagra en España el derecho a matar al
propio hijo como un derecho de la mujer, conviene volver a poner en la palestra
el asunto del aborto, el mayor crimen de la Humanidad del siglo XX (y va camino
de serlo del XXI). Porque la naturaleza es inflexible. Para escarnio de los
agnósticos, tiene unas leyes inmutables, que se cumplen con repugnante
exactitud. El hombre puede acercarse a conocerla, y profundizar cada vez más en
sus misterios. Es capaz de descubrir las leyes que rigen su funcionamiento y
aprovecharlas en beneficio propio. Pero nunca puede doblegarla. Porque termina
pasando factura.
Esto es lo que pasa con el
maravilloso milagro del comienzo de la vida: Se puede manipular, forzar su
desarrollo, frenarlo… pero nada es gratis. Y la naturaleza termina exigiendo
sus contraprestaciones. Desde que el hombre descubrió los mecanismos que
regulan la fecundidad humana ha tratado de sacar ventaja de dichos componentes
para separar lo que la naturaleza proponía como algo inseparable: La fecundidad
derivada del acto sexual. Así, desde que la Ciencia lo permite, las parejas en
edad fértil contravienen la naturaleza para poder tener relaciones sexuales sin
que la consecuencia natural de las mismas sea un embarazo. La abundancia de
métodos anticonceptivos es una buena prueba de ello. Y cuando a pesar de todo
fallan dichos métodos, siempre se puede recurrir al aborto, pues en la peculiar
perspectiva de sus defensores, se trata de un derecho de la mujer, un método
anti conceptivo más (que se utiliza cuando los otros han fallado). Esto permite
disfrutar de unos años de placer sexual sin compromiso. Lo cual, por cierto,
termina siendo una forma más de explotación (sexual) de la mujer en beneficio
del varón. Porque sobre ella recae la responsabilidad de seguir adelante con su
embarazo, en el caso de que llegue a producirse, o de “interrumpirlo” (en
realidad, terminarlo antes de tiempo, con el resultado de la muerte del hijo en
desarrollo) si así le parece oportuno.
Tras utilizar el sexo
con un fin exclusivamente placentero, llega el momento en que la pareja decide
que ha llegado el momento de tener hijos. Los cuales son considerados un
derecho (curioso: Tengo derecho a destruir a mi hijo o a traerlo al mundo
cuando me parezca conveniente…). Pero cuando por fin decide tener hijos, ya la
mujer no está en su óptima edad fértil. No importa: La ciencia viene en su
ayuda para permitirle tener una “reproducción humana asistida”. Otra
explotación de la mujer por el varón, en este caso, para lograr su embarazo
cuando la naturaleza se resiste a facilitarlo…
Además de los problemas para lograr
un embarazo por métodos naturales derivados del hecho (natural) de que la mujer
sea añosa, se ha publicad recientemente un estudio que demuestra que las
mujeres que han pasado por un aborto voluntario son más propensas a tener embarazos
prematuros subsiguientes, además de otras complicaciones durante los embarazos.
El estudio lo ha llevado a cabo la Universidad de Aberdeen sobre una base de un
millón de embarazos en Escocia durante 26 años. Los investigadores documentaron
que las mujeres que habían tenido algún aborto aumentaban el riesgo de tener un
parto prematuro en un 34%. Y es sabido que los bebés prematuros tienen más
probabilidades de sufrir trastornos físicos o mentales. Por eso es preocupante.
Estos resultados se han presentado en una conferencia de la Sociedad Europea de
Reproducción Humana y Embriología, que ha tenido lugar estos días en Estocolmo.
Resulta sorprendente que, siendo conocida
la relación entre abortos previos y partos prematuros nunca se haya realizado
un estudio tan exhaustivo como el que se ha presentado ahora en este congreso. Porque
el riesgo es que alguna de las mujeres que se sometieron a un aborto voluntario
puedan demandar ahora al médico que lo realizó por no haberle advertido de los
riesgos que en futuros embarazos ese aborto podría suponer para ella y su
futuro hijo. Ya se había publicado un estudio en el British Journal of
Obstetrics and Gynaecology en el año 2009 donde el Dr. Prakesh Shah del
Departamento de Pediatría del Hospital canadiense Monte Sinaí había realizado
un meta-análisis de 37 ensayos sobre el tema publicados durante 10 años, y
había demostrado que el hecho de haber sufrido un aborto previo aumentaba las
posibilidades de un subsiguiente parto prematuro en un 35%, mientras que si
eran más de uno los abortos previos, el riesgo aumentaba hasta el 93%
Una de las consecuencias más
dramáticas en estos niños prematuros de los abortos previos de sus madres es la
prevalencia de la parálisis cerebral. Es conocido que los bebés prematuros de
menos de32 semanas de gestación tienen 55 veces más probabilidad de sufrir
parálisis cerebral que los nacidos a término. Alguno podría demandar a su madre
o al médico que la recomendó abortar por la enfermedad de estos niños.
También las madres tienen peligro
para su salud por haber realizado un aborto. El estudio muestra que las mujeres
que tienen hijos prematuros multiplican por dos el riesgo de padecer cáncer de
mama respecto al resto de la población femenina.
O sea, que después de tanto
cacarear acerca de los derechos a la salud sexual y reproductiva resulta que lo
que se propone, el aborto, es precisamente uno de los mayores ataques a dicha
salud sexual y reproductiva… Valiente contradicción.
Tal vez estos aspectos deberían ser
incluidos en los documentos de consentimiento informado que deben firmar las
madres que quieren deshacerse de sus hijos. Alguien debería explicarles los
riesgos que tal decisión puede acarrear en el futuro para sus posibles futuros
hijos y para ellas mismas. Porque con la naturaleza no se juega.