¿Que como organización resultan incoherentes? ¿Que se nota que sus iniciativas dependen de la efervescencia del momento? ¿Que su importancia disminuirá cuando disminuya la repercusión medática de que gozan actualmente? ¿Que su comportamiento roza lo infantiloide, lo utópico, lo buenista, lo delictivo? ¿Acaso los gobiernos, los partidos y/o las instituciones pueden presumir de lo contrario? Personalmente, si me sintiera respaldado por la misma capacidad tecnológica que los Anonymous me permitiría el lujo de exhibir su misma suficiencia y rotundidad en mis declaraciones. Los análisis críticos de que son objeto no andan errados en sus diagnósticos, pero la cosa es que pueden tumbar la web que les dé la gana y eso acojona y los gobiernos no pueden hacer nada para impedirlo.
Fernando Savater y Vargas Llosa han hecho el ridículo intentando argumentar lo indefendible: por muy banal que sea la información filtrada por Wikileaks, más allá del morbo, del sentido del espectáculo, de la curiosidad superficial del hombre de la calle, lo que ha salido a la luz tiene suma importancia y es una demostración perfecta de la necesidad de que existen medios no consolidados de información, porque la proximidad con el poder puede poner en duda/peligro su imparcialidad. Ni ataque a la democracia ni regreso a la barbarie, lo que pasa es que el asunto de los papeles de la diplomacia estadounidense ha sido una carga de profundidad en las narices de más de un apoltronado funcionario, y su histeria se ha contagiado hasta los políticos de a pie y algún que otro analista despistado. ¿Quiénes temen la revelación de información secreta? Pues los que tienen algo que ocultar. Es triste, leyendo a filósofos y premios Nobel, ver cómo se dilapida tanta inteligencia por un mísero servicio al poder: tanta sumisión dedicada a la ingrata tarea de tapar unas vergüenzas de las que no eran responsables y sobre las que, debido a su posicionamiento y de ahora en adelange, serán cómplices indirectos.
Que el asunto hace daño lo demuestra el hecho de que el militar que supuestamente filtró los cables a Assange está en prisión y es muy probable que le apliquen un procedimiento penal en plan Guantánamo oculto; y lo mismo le va a pasar al banquero jubilado que ha filtrado datos de políticos, directivos y otras personalidades públicas que --como todo el mundo se imaginaba-- desvían parte de sus ganancias a paraísos fiscales, todo ello mientras se declaran a favor de la igualdad, la transparencia y bla, bla, bla... Y para mayor escarnio, la entrega al responsable de Wikileaks se hace de modo notorio y público. Nada de encuentros furtivos en aparcamientos solitarios y oscuros, Gargantas Profundas ni sandeces por el estilo: bajo la mirada atenta de toda la prensa mundial. Un nuevo y potencial reventón desde dentro.
Quienes temen que filtraciones como esta socaven la confianza de los ciudadanos en las instituciones, crean inseguridad y otras cosas por el estilo, quizá no están muy al tanto de los índices de abstención en los comicios de cualquier país occiental. ¿No será más bien al contrario y resulta que los ciudadanos están encantados de que esto suceda porque refrenda lo que opinan de los políticos? ¿Acaso destapar este asunto --no, mejor dicho, documentar, porque evadir capitales sabemos que es algo habitual, especialmente entre adinerados y poderosos-- es un delito? ¿Alguien cree que el nivel de vida que exhiben los paraísos fiscales, sin apenas sector primario y secundario, es exclusivamente fruto del sector servicios en plan turistas, consultores e investigadores de élite? Es posible que, desde un punto de vista estrictamente legal, el señor Elmer ---el banquero autor de la filtración-- estuviera obligado a guardar el secreto bancario, incluso a no facilitar datos sobre este tipo de actividades aun teniendo acceso. Es posible que el peso de la ley caiga sobre este hombre con total justificación, pero lo importante es que se ha pasado por el forro tanto tecnicismo y ha preferido hacer público algo que sin duda debería mantener ocupados a los gobiernos que ahora se echan las manos a la cabeza: legislar para acabar con los paraísos fiscales, uno de los obstáculos, junto con las distorsiones interesadas que Occidente introduce en el comercio mundial y el aumento escandaloso del diferencial de bienestar entre diversas zonas del planeta.
Está claro que la transparencia total, como práctica gubernamental, es una utopía inasequible en la práctica; pero desde luego oponerse a que estos principios se les exijan a los que deben supervisar los abusos del poder es de reaccionario y colaboracionista. Es dudoso que cosas como estas, que a priori parecen terribles y apocalípticas, provoquen cambios inmediatos; ni siquiera la clase política se va a ver impelida hacia una regeneración ética. El problema es que las noticias estallan y consiguen indignarnos un instante, luego resbalan y acaban por desaparecer, produciendo la misma sensación que un cambio de canal en pleno zapeo: actuando como si aquello que no vemos no hubiera existido. Reacción mínima, nulo efecto, consecuencias imperceptibles, cambios inanes. ¿Que no? Hagamos una apuesta: revisemos este texto dentro de un año...