EN UN PÁRRAFO….- Cuando su carrera como actor ya había marcado varios hitos importantes, Clint Eastwood debutaba en lides de dirección con este thriller ‘psicopático’ de factura tersa, limpia e intensa, demostrando unas maneras que aún habrían de mejorar sustancialmente (hasta alcanzar la maestría derramada en sus obras magnas de los últimos veinte años), pero que ya permitían vislumbrar que talento cinematográfico no era algo de lo que Clint anduviera escaso. Una pieza de entretenimiento con un fuerte componente musical (tanto en lo temático como en lo ambiental), y en la que el suspense de corte hicthcockiano se alterna con audacias de índole erótico-festiva muy propias de esa época de aperturismo (los 70’ de camisas floreadas y campanas de pantalón de tamaño catedralicio…) en que surgía la propuesta (aunque tampoco le falten apuntes de un pretendido romanticismo, que, vistos a día de hoy, quizá quedan un tanto ñoños). Más allá de sus numerosos guiños visuales al corpus cinematográfico de sir Alfred, muy interesante…
EN SU HABER.- 1, la dosificación de la información (y de la acción), manejada con un tempo que, aun siendo pausado, no resta agilidad a la evolución narrativa, de manera que el relato avanza con brío e intensidad; un mecanismo de relojería (incluso en sentido literal) a cuyo correcto funcionamiento, tratándose del género del suspense criminal, se encomienda la suerte de la cinta (y que aquí se gestiona con notable acierto); y 2, la concepción del personaje antagonista, una psicópata de manual que, bien interpretada (salvo algún exceso puntual) por la televisiva Jessica Walter, avanza, con una modernidad galopante, la configuración de un arquetipo que el cine de décadas posteriores explotaría, con notable éxito comercial, hasta la saciedad (y el aburrimiento, también…).
EN SU DEBE.- 1, alguna concesión (comprensible, por otro lado) al exhibicionismo del protagonista (y director; he ahí el quid de la comprensión), que pasa buena parte del metraje en paños menores, para disfrute de la vista de sus admiradores de uno y otro sexo —aunque bien mirado, de todos modos, y teniendo en cuenta el vestuario que suele utilizar el personaje (algo que también valdría para su némesis, la enloquecida Evelyn), igual esta circunstancia habría que consignarla más bien en el haber…—; y 2, la secuencia en que Dave Garber pasea románticamente junto a su amada Tobie, con el fondo musical de un meloso tema de Roberta Flack: esas florecillas, esa puesta de sol; un contrapunto quizá excesivo al tono ominoso en que se mueve la línea argumental básica del film (y un apunte sensiblero que ha envejecido con escasa fortuna).
UNA SECUENCIA.- Tras una noche de 'intenso debate', Dave y Evelyn se despiden, con las primeras luces del día, en la puerta de la casa de él. En ese momento, aparece un vecino que les increpa porque no le dejan dormir con sus voces, y, ante la sopresa (preocupada) de Dave, Evelyn se revuelve contra él con una agresividad tan inusitada como injustificable. Es una escena sencilla, y sin aparente trascendencia, pero que marca un punto de inflexión en una relación aún incipiente y que ya 'apunta maneras' en cuanto a las complicaciones que acarreará para nuestro 'hombre de la radio'. A partir de ahí, un crescendo suave, pero implacable...
CALIFICACIÓN: 7 / 10.-